lunes, abril 21, 2008

Ferrand, Rajoy, primera persona del singular

lunes 21 de abril de 2008
Rajoy, primera persona del singular
Manuel Martín Ferrand
¡Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,y la más innoble que es amarse a sí mismo!(Jaime Gil de Biedma)
Mariano Rajoy me pone. De los nervios, pero me pone. Me ocurre lo mismo con todos los líderes, de la derecha o de la izquierda, que tienen la costumbre de expresarse en primera persona del singular. El “yo”, siempre inquietante, es un lujo que sólo pueden permitirse los creadores y los tiranos. Los primeros porque es su yo el que nos interesa, lo que les diferencia de otros de su misma dedicación, y los segundos porque, llevado el yo a su máxima obscenidad, implantan su presencia y sus caprichos con la fuerza que de ellos mismos emana. Si alguien no está en condiciones de instalarse en la yoidad, como dicen los filósofos, es quien habla, o debiera hacerlo, en nombre y representación de un gran numero de personas que le respaldan con su voto.
El Rajoy que en los últimos tiempos, para mal de la Nación y del PP, requiere nuestra constante dedicación como observadores de lo que pasa, es la consecuencia de más de diez millones de votos. Sin ese respaldo, verdaderamente importante, no merecería un segundo de atención. No tiene el aspecto de un galán, ni la enjundia de un gran pensador, ni la astucia de un Baltasar Gracián, ni la brillantez de un estilista de la oratoria, ni la gracia —mínima— de un monologuista de la tele. Tiende al gris absoluto, pero revestido de representatividad se convierte, con toda justeza, en un titán.
Es posible que, como su oficio es registrador de la propiedad, entienda con dificultad todo aquello que, como la autoridad moral o el “nosotros”, no es inscribible. Así, cuando dice que “yo” le voy a obligar a José Luis Rodríguez Zapatero a reconocer sus mentiras sobre los trasvases, suena chusco. ¿Piensa retorcerle el brazo al presidente del Gobierno hasta que confiese sus abundantes mistificaciones? Será el PP, no “yo”, quien pueda obligarle. Y eso, dicho sea de paso, en el supuesto de que Zapatero resulte compatible con la verdad.
Ahora, en el conflicto de liderazgo que puede acabar con el PP —como otro enredo de parecida naturaleza acabó con la UCD—, Rajoy se expresa, con autoridad retardada y precipitada chulería, como si el Partido Popular fuera un cortijo propio. Como si, para entendernos, lo tuviera inscrito en el correspondiente Registro, a su propio nombre. Vuelve a la primera persona del singular, su tic más irritante.
Está claro que Esperanza Aguirre aspira, legítimamente, a liderar el PP y que, con menos garbo del deseable, intriga y maniobra para conseguirlo. Con gran torpeza de la cúpula del partido, esa pugna por el poder ha saltado al primer plano del interés informativo y le está sirviendo al PSOE de cortina de humo para encubrir sus primeras chapuzas de Gobierno en la naciente legislatura. Pero ello no justifica que, en altanera rabieta, Rajoy utilice todos los medios de difusión a su alcance para decirle a la presidenta de la Comunidad de Madrid: “Si quiere, que se vaya al partido liberal”.
Con su forma de hablar, Rajoy se está proclamando propietario del PP, no presidente. Por qué, me pregunto y me meto en un pleito que no es de mi incumbencia, ante una diferencia de criterio, es Aguirre y no Rajoy quien tiene que abandonar el partido y buscar otro que se ajuste más a su talla y su perfil. Parece ser que los liberales y los conservadores no tienen sitio en el PP. ¿De dónde le vienen entonces los diez millones de votos que, entre otras cosas, le dan a Rajoy carta de naturaleza para su protagonismo?
En condiciones de normalidad, que no se dan en una partitocracia no representativa, esos pleitos domésticos debieran resolverse en un congreso. Concretamente, en el XVI y próximo Congreso del PP; pero, dados los reglamentos y el privilegio cupular, quien no esté con el presidente estará contra él. Hablar de democracia interna en un partido político español es una impertinencia y, si se apura, algo subversivo, pero eso es lo que hay. Quien, en el ámbito que sea, gobierna en primera persona del singular está despreciando el más constructivo, generoso y democrático nosotros. Algo, ya digo, no inscribible en un Registro.

http://www.estrelladigital.es/diario/articulo.asp?sec=opi&fech=21/04/2008&name=ferrand

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