lunes 28 de abril de 2008
El supermercado de las ideas
Por Beningno Pendás, Profesor de Historia de las Ideas Políticas
POR una vez, la consulta del historiador de las ideas está llena de gente. Es la moda del debate ideológico: efímera, claro, como es propio de la democracia posmoderna. Bailan las etiquetas: conservador, liberal, demócrata cristiano, centrista... No sólo en el PP, por cierto. También los socialistas amenazan con una fundación «ad hoc» para hablar de sociedad decente, republicanismo cívico, gobernanza multinivel o desarrollo sostenible. Palabras con muchas sílabas para ocupar el espacio sin precisar el contenido. Nuestros políticos han descubierto un juguete divertido, tal vez más peligroso de lo que aparenta. Estos conceptos son por definición ambiguos y polisémicos. No viven en un laboratorio aséptico ni pretenden ser descriptivos: llamarse «liberal» no es lo mismo que decir «hipotenusa». A efectos prácticos, los líderes y sus pensadores de cabecera acuden de vez en cuando al supermercado de las ideas y adquieren artículos de consumo inmediato envueltos en papel de regalo. Muchos vivimos -mejor o peor- de hacer cosas con palabras, y algunos incluso ganan fama de sabios. De vez en cuando les invitan: dentro de poco, por seguir en el ámbito del PSOE, vuelven de visita el ocurrente Lakoff, el aburrido Pettit y el inocuo Rifkin. El asunto es más serio de lo que parece: el siglo XXI necesita ideas atractivas y sólo le ofrecemos tópicos y anacronismos. Tal vez por ello renacen los fundamentalismos y otras actitudes antipolíticas, pero así están las cosas en el pensamiento actual y no es previsible que vayan a cambiar.
¿Cuántas veces, estos días, la misma pregunta? ¿Qué es ser liberal? El profesor no sabe por donde empezar. Ante todo, las palabras en política sólo significan algo en un contexto determinado. Les propongo un pasatiempo inocente: ¿Zapatero es republicano? Depende: hay tres respuestas posibles, y todas ellas son correctas. Por supuesto, no lo es en el sentido de Bush y el «great old party». Lo es a medias, en el fondo de su educación sentimental, por esa visión idílica de la II República, aunque sería injusto cualquier reproche sobre su actitud hacia la Corona. Por fin, es republicano de forma explícita en el terreno ideológico: ciudadanía activa y libertad como «no humillación», lugares comunes para ciertos autores con más impacto en el ámbito académico que influencia en el mundo real. Por cierto, también se llama «republikaner» uno de los partidos de la extrema derecha alemana, qué le vamos a hacer. Liberal sirve para todos: desde John Rawls y muchos otros progresistas americanos hasta Haider y su formación «ultra» en Austria, con feudo propio en Carintia, o el partido «liberal-democrático», nada menos, del inefable Zhirinovski en Rusia. Que no sonrían los socialistas: la ultra-derecha en Noruega se agrupa en torno al partido del «progreso» y la ultra-izquierda en Holanda, residuo de los viejos «provos» con gotas de maoísmo, adopta el nombre de socialista. No hace falta recordar que el término socialismo formaba parte de la nomenclatura oficial del partido nazi y que en la época de Stalin el objetivo era implantar el socialismo «real». Si nos vamos a democracia (o demócrata, o democrático) la pluralidad de significados resulta ya insoportable. Si hablamos de federal, unos piensan en centralismo y otros en ruptura de la unidad nacional. Así pues, la Teoría Política es una ciencia imposible, donde sólo una dosis notable de prudencia permite aprobar con cierta holgura un examen sobre conceptos inaprensibles. Cuidado, por tanto, con los líderes dispuestos a simplificar y a lanzar armas arrojadizas.
Aquí y ahora. El PP debe cerrar sus heridas internas y hacer oposición en nombre de un amplio abanico ideológico donde caben muchas cosas. Los partidos actuales generalizan sus mensajes para encauzar los apoyos sociales. Derecha e izquierda siguen ahí, como formas de ser y de sentir, pero no como sectas que impongan una profesión de fe. «Catch-all-parties», partidos abiertos «que lo atrapan todo»: da lo mismo que el ciudadano vote con entusiasmo o con indiferencia ya que todos los sufragios valen igual. En las democracias maduras, el resultado electoral depende de ese voto fluctuante, que funciona por gustos y preferencias a veces coyunturales y episódicos. Cada uno cumple su papel, pero solo la yuxtaposición de elementos heterogéneos sirve para ganar elecciones en la democracia mediática. No digo que me guste. Incluso lo siento por los amigos incapaces de superar el entusiasmo juvenil por ciertas doctrinas hermosas sin mezcla de mal alguno. Pero la política, decía Ortega, no está hecha para profesionales de la razón pura. La lógica resulta una enfermedad fatal para el régimen parlamentario: la cita es ahora de Churchill. El centro-derecha español, en Madrid y fuera de Madrid, es un conglomerado de teorías e intereses, en el espíritu y en la materia. Lo mismo que la izquierda, faltaría más. Igual que en toda Europa, como es notorio. En este ámbito natural, todos somos liberales. Claro que podemos dar la batalla de las ideas porque tenemos a los mejores. Lamento abusar de su paciencia con otra lista de nombres: Locke, liberal genuino; Burke, conservador inteligente; Tocqueville, aristócrata genial; Stuart Mill, utilitarista de nación... Ya en el siglo XX, Aron, resistente contra los totalitarios; Hayek, la moral del mercado libre; Berlin, la elegancia irrefutable; Nozick, capaz de arrebatar a la izquierda hasta el contrato social... También hay españoles, muchos y buenos, aunque los tópicos digan lo contrario. ¿Cómo no vamos a ganar la batalla de las ideas?
Sí, pero no olvide usted la pregunta reiterada: ¿qué es ser liberal? Vamos con las señas de identidad. A día de hoy, significa adoptar criterios de centro-derecha, esto es, moderación sin extremismo; preferencia del orden espontáneo sobre la ineficacia estatal; confianza en los individuos libres e iguales y desprecio de la tribu y sus discursos identitarios; tolerancia y respeto hacia el adversario; buen estilo en las formas y austeridad en los contenidos; creencia en el valor moral de la libertad y el imperio de la ley; escepticismo sobre los dogmas que quieren «obligarnos a ser libres». Piense el lector si cumple estos requisitos. De lo contrario, debería reflexionar. No obstante, puede quedarse tranquilo: tampoco son liberales unos cuantos que dicen serlo. ¿Hay algún libro recomendable? Cuidado con los títulos envenenados. Dos obras bajo el rótulo «liberalismo» pueden decir con toda naturalidad cosas contradictorias. Comparen a David Boaz, recién editado por FAES, con John Gray, publicado hace mucho por Alianza. El primero es liberal de verdad; el otro utiliza en vano ese nombre prestigioso, como es frecuente por lo demás en los Estados Unidos. Allí, como saben, llaman liberales a los socialdemócratas, aunque algo conservan de su ilustre progenie: sus rivales son los comunitaristas y los nuevos republicanos. (Y ya comprenden que hablo de filósofos, y no de candidatos presidenciales). Un buen tema para que lo estudien en la fundación del PSOE y aprendan a ser coherentes.
¿Y después de tanto debate? La gente está confusa en el fárrago doctrinal y reclama hechos concretos. La política no es un escaparate de vanidades. Muchas personas de buena fe están decepcionadas ante un espectáculo que sólo conduce al fracaso. Por este camino, la legislatura puede ser un paseo triunfal para Zapatero ante una oposición ensimismada. El PP tiene que empezar hoy a ganar las próximas elecciones. Mañana puede que sea tarde.
BENIGNO PENDÁS
Profesor de Historia de las Ideas Políticas
http://www.abc.es/20080428/opinion-editorial/supermercado-ideas_200804280324.html
lunes, abril 28, 2008
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