lunes 5 de noviembre de 2007
Tres esclavos, señores de sus mundos
EN la novela hispanoamericana del ochocientos, existe el subgénero indianista, con el que se aboga por los derechos del indio y su plena incorporación a la sociedad. Ejemplos son «El guaraní» (1857) e «Iracema» (1865), del brasileño José Martiniano de Alencar; «Cumandá» (1879), del ecuatoriano Juan León Mera; y el poema épico-lírico-novelístico «Tabaré» (1886), del uruguayo Juan Zorrilla de San Martín. En sus páginas se presenta al indio como buen salvaje. Mas frente al aparente reformismo y el tono sentimental, su ineludible moraleja es que el indio perfecto es el que sirve al hombre blanco en la tierra y al Dios blanco en el cielo.
Habíase anticipado la fórmula irónica antirreformista sentimental en la novela abolicionista del siglo XIX, y hoy quisiera ocuparme de dos de estas obras y un personaje negro de la novela realista madrileña. Se trata de «Sab» (1841), de Gertrudis Gómez de Avellaneda; el personaje Tomás en «María, la hija de un jornalero» y «La marquesa de Bellaflor» (1845-1847), de Wenceslao Ayguals de Izco; y «La cabaña del tío Tom» (1852), de Harriet Beecher Stowe. El reformismo sentimentalista deriva de la antropología poética de Rousseau, según la cual el salvaje nace inocente en el seno de la naturaleza, mientras que la fatal moraleja de estas obras obedece al hecho de que al fin y al cabo nada ha cambiado en la sociedad.
El esclavo mulato Sab, de noble perfil aguileño, hijo tal vez de su aristocrático amo cubano, es en medio de su trabajo servil un hombre culto y gran romántico de cosmovisión esproncediana: «No hay en la tierra mayor infeliz que yo». Y muere de tisis antes de que la hija de su amo, Carlota, se dé cuenta de que es a este esclavo a quien siempre ha amado más que a su cruel marido blanco. Carlota dedicará el resto de sus días a llorar al esclavo Sab. ¿Cabía obra más escandalosa para la sociedad de 1841? La familia de la autora secuestró todos los ejemplares que pudo de esta edición, y Tula misma excluyó la novela de la primera edición de sus «Obras completas».
Preso en África y vendido como esclavo, el personaje Tomás, en las novelas de Ayguals, juró matar al mayor número de blancos posible. Pero por la familia de María descubre que tampoco hay justicia para los blancos humildes. Creyendo que el marqués de Bellaflor ya no la ama, María va a arrojarse al canal, pero Tomás llega a tiempo para salvarla. El celoso marqués, imaginando infiel a María, quiere pegarle un tiro, pero Tomás se lanza sobre él haciendo desviarse el disparo. En repetidas ocasiones Tomás será el guardaespaldas de la familia, y con su salvaje filosofía los consuela a todos.
El tío Tom, en la novela de Beecher Stowe, busca su consuelo en la vieja y manoseada Biblia que lleva consigo. Sirviendo de predicador a los negros y de humilde consejero a sus amos, sus enseñanzas llegan a todos. Ante la incólume bondad de Tom ni el satánico plantador Simón Legree dejará de vacilar un día. Tom morirá esclavo. Pero también morirá esclavo el único hombre blanco moralmente tan bueno como Tom. Me refiero al personaje Augustine St. Claire, aristócrata elegante, encantador, cultísimo, deísta, oponente de la esclavitud y amigo muy admirador de Tom, pero víctima de su propia abulia y de las viejas maneras señoriles del Antiguo Sur norteamericano.
Por una característica común, encantadora en sí, estas tres novelas bienintencionadas revelan, no obstante, la incapacidad, quizá aun mayor en el siglo XIX, del hombre blanco para entender al negro en la intimidad de su ser. Pues Sab, Tomás y Tom, todos tres, tienen como confidenta, consoladora o amada, una mujer o niña blanca: Carlota, María y Eva. Ésta es la pequeña hija tuberculosa de Augustine St. Claire. Destinada a morir en cierne, es un ángel esta niña. Ama a sus prójimos y busca hacer bien a todos, sean de la raza que sean.
En Carlota, María y Eva, los tres hombres de color hallan el apoyo de su fe que lógicamente debieran haber buscado en compañeras negras. La belleza de Carlota inspira en el deísta Sab «aquel divino entusiasmo que hace soñar un cielo en la tierra». Testigo de las buenas obras de María, jornalera y marquesa, Tomás reconoce que Dios también mora en la raza blanca. El breve respiro de vida tísica de la piadosa niña Eva, tan cariñosa con Tom, es como un mensaje de aprobación divina a las buenas obras del humilde predicador negro.
¿Es una simple casualidad el hecho de que dos de nuestros personajes negros tengan el mismo nombre: Tomás, y Thomas o Tom? ¿Leyó Beecher Stowe las novelas de Ayguals? Se leía literatura española en Norteamérica en el siglo XIX, y aun se imprimían libros en español en Filadelfia.
lunes, noviembre 05, 2007
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