viernes, noviembre 23, 2007

Ignacio Camacho, Elegia del consenso

viernes 23 de noviembre de 2007
Elegía del consenso

IGNACIO CAMACHO
ESTA nostalgia de consenso que palpita entre homenajes a los artífices de la Transición no es una vaga retórica de elegancia moral hacia las figuras desaparecidas, sino una suerte de clamor por el retorno del espíritu de la concordia. Detrás de cada elogio histórico a Tarancón, de cada loa fúnebre a Cisneros, de cada añoranza por el retiro brumoso de Suárez, late la melancolía retrospectiva por un tiempo en el que era posible el entendimiento nacional más allá de la furia encarnizada y perruna de estos días coléricos en los que la palabra pacto sufre el destierro oxidado del idioma. No es que cualquier tiempo pasado sea mejor, sino que resulta difícil empeorar esta truculenta atmósfera de división y rabia.
Añoramos la Transición, y hasta la idealizamos, porque representa lo que ahora más se echa de menos: una virtud cívica animada por la necesidad del encuentro, un aliento de acuerdo esencial basado en la convicción de una democracia sin descartes ni residuos. La Transición eran Fraga y Carrillo en el siglo XXI, con las manos estrechadas sobre la memoria de Vitoria y Paracuellos, y Abril y Guerra encerrados en el reservado de un restaurante para muñir a golpe de mutuas renuncias una Constitución a la que nadie se sintiese ajeno. La Transición era transversalidad, concierto, permiso, transacción; era lo contrario del Tinell, el reverso de la bronca del Constitucional, el envés de esta obcecada intransigencia partidista que asfixia la vida pública y bloquea el Estado. La Transición era flexibilidad frente a la pertinacia, apertura frente a la exclusión, cintura frente al encono, palma tendida frente a puño cerrado. La Transición tuvo defectos, y problemas, y obstáculos, y no pocas traiciones, pero fue una época en la que el futuro de todos importaba más que el de unos pocos y en la que el respeto al adversario se impuso a la tentación de aniquilarlo.
Todo eso lo ha liquidado la arrogancia adanista de un poder cegado por el designio de la refundación, que pretende sustituir el consenso de Estado por alianzas banderizas y clientelismos de emergencia. Un poder que entiende el pacto como un veto político y que pretende volver al cliché encastillado de las dos Españas para perfilarse como el arúspice de un progreso que ha comenzado a tambalearse justo a partir de ese inquietante retorno al maximalismo. Un poder que ha trazado líneas de división para ponerse cómodo al otro lado de las trincheras, despreciando -o acaso apreciando, que es peor- el riesgo de acantonar enfrente a la mitad disconforme de una nación fraccionada.
De ahí el eco de lamento que resuena en las efemérides mortuorias de quienes supieron abrir caminos de entendimiento y avenencia, como una elegía intelectual por el consenso perdido en una trifulca de vuelo bajo y ceño hosco, llena de vulgaridad y huérfana de generosidades. No se dan cuenta -¿o sí?- los actores de esta barata función de títeres enardecidos de que con su ruidosa alharaca de garrotes sólo provocan el hastío ante tan zafio y acalorado delirio.

http://www.abc.es/20071123/opinion-firmas/elegia-consenso_200711230251.html

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