jueves, noviembre 29, 2007

Carmen Planchuelo, Se admiten halagos

jueves 29 de noviembre de 2007
‘Se admiten halagos’
Carmen Planchuelo
D ESPUÉS de hacer la lectura correspondiente a ese domingo, Don Cayetano guardó silencio durante unos segundos, levanto la cabeza y paseó la mirada por la escasa feligresía dominical. Pronunció algo más despacio: “se admiten halagos” y se volvió a callar. En el templo no se oía ni una tos, ni el lloro de un bebé, ni el papel del inoportuno caramelo, silencio absoluto. El párroco fue posando sus ojillos escrutadores en las caras de la sorprendida parroquia. Imagino que desde el púlpito iría viendo todas y cada una de las conocidas caras que los domingos asistimos a misa de doce y media en la iglesia de san Bernabé. De nuevo repitió la frase y yo pensé para mis adentros: “pero bueno, ¿qué aire le ha dado a este señor cura para solicitar semejante respuesta de sus parroquianos?, ¿acaso no es suficiente con tener media iglesia ocupada?, ¿también quiere que le digamos lo estupendo que es, lo bien que habla?”... pero no, ante la cara de sorpresa de la pequeña comunidad, Don Cayetano comenzó su homilía diciendo que no, que no pedía halagos para él, que semejante idea nunca se le había pasado por su tonsurada cabeza, pero que esta frase tenía su pequeña historia y nos la iba a contar, pues según él hablar del Evangelio esta muy bien pero echarle un ojo “crítico” al mundo que nos rodea es algo igual de importante. A veces se queda uno con las anécdotas de las cosas y se limita a escuchar lo que le dicen como si de un cuento antiguo se tratara (¿las parábolas quizás?), luego sales de misa, y sigues con la rutina del domingo: comprar el periódico, tomar el aperitivo (nosotros normalmente en El Moderno, antiguo Café Oriental), pasar por la pastelería (cualquiera) y a casa a disfrutar del asueto ganado. Lo escuchado en la iglesia se olvida y hasta el próximo domingo si es que uno no tiene otro plan mejor, en mi caso este -más de una vez- suele ser ir al campo, y es que vivir en una pequeña ciudad de provincias como es Logroño, tiene inconvenientes mil ¡si yo les contara! pero ventajas muchas también: vivimos casi en plena naturaleza. Hasta hace unos días los viñedos nos mostraban su cara más bella: roja, amarilla, ocre y era un placer pasear entre ellos, aspirar el olor a uva, ver las bodegas que por esta zona cada vez son mas glamurosas y espectaculares, sin por ello perder su sentido: elaborar un buen vino. También los bosques, los hayedos de setas y los pequeños pueblos de la sierra son tentadores. La provincia es hermosa, variada y en ella todo está cerca, así que les confieso, que de ir a misa no, he hecho una obligación sino otra cosa... que por supuesto no es el tema de estas letras. Volvamos al título de mi modesto artículo. Don Cayetano nos contó que la frase de marras la había visto, no hacia mucho tiempo, impresa en un cartel de una churrería pamplonesa cercana a la catedral. Al parecer los propietarios del local estaban hartos de no recibir ni las gracias por parte de los usuarios (quizás son gentes tímidas) cuando les entregaban su dulce mercancía. Así que decidieron recordarles a sus clientes que comentar en voz alta lo ricos que estaban los churros y dar las gracias por tan estupendo manjar pues... no estaba de mas y cómo no era cuestión de vocear que les encantaría que se las diesen, decidieron poner un cartelito “recordatorio”. Esta anécdota le sirvió al párroco para hablar del agradecimiento, cuyo punto mas alto es el halago y el más elemental las gracias hijas de la educación y la cortesía. Hablando de forma de lo mas coloquial y mundana (en el mejor de los términos) fue desgranando una a una las cosas rutinarias de la vida que merecen mil halagos, mil gracias y mil agradecimientos. Al final de la homilía nos preguntó “¿tan difícil es dar las gracias, tan difícil es decir?: “pero qué ricos le han salido los churros, Doña Casilda”. Se calló y empezamos a recitar el “Credo”. Les confieso que a mi en misa muchas veces se me va la olla, suelo estar atenta a las lecturas del día pero no mucho a su interpretación. A lo largo de lo que llevo caminado por el este valle del Señor, que tiene tanto de lágrimas como de risas, he ido oyendo explicaciones ante las mismas lecturas de todo tipo, desde las ñoñeces de mi infancia donde se nos decía que el alma en gracia era como un campo de nieve sin pisar, y el alma en pecado un barrizal fangoso, sucio y que ¡ojito niñas con vuestro comportamiento!, hasta aquellas en que la homilía no era otra cosa que un panfleto que aspiraba a ser “político y conmover conciencias” y no era más que la mejor forma de ahuyentar a la parroquia y de ello tan responsables fueron los llamados curas “carcas” como los también llamados “comunistas”, unos y otros espantaron a las jóvenes generaciones y tan sólo se quedaron con sus fieles “fieles”. Hoy apenas si quedan los restos de unos y de otros pues las iglesias se han convertido en escenarios donde representar de una forma bonita, elegante y solemne los acontecimientos de nuestras vidas. No me dirán ustedes que no es más lucida una boda en la iglesia con sus cascadas de flores blancas, santos vetustos, órgano y alfombra roja, que el saloncito del Ayuntamiento –por coqueto que sea- donde los ciudadanos se dicen que Sí, que sí que se quieren, vamos que no hay color y lo mismo les digo de bautizos y funerales y es que la estética es un valor y además en alza. Como ven no sólo se me va la olla en misa, también delante del ordenata en el que me encuentro. Pues volvamos a lo del agradecimiento y halagos de la homilía de Don Cayetano. Él lo que nos quiso trasmitir es que nuestra vida debería ser un constante dar gracias, no sólo las corteses ante algo que nos entregan, que por supuesto también, sino dar las gracias por vivir cada día, por haber nacido en una tierra próspera, tranquila en la que parece que los dioses derramaron incontables dones, por tener trabajo o posibilidades de ello o por haberlo tenido, gracias por los amores vividos, las pasiones disfrutadas, por los avatares que nos han hecho más fuertes y resistentes. Don Cayetano subrayó que una forma de hacer la vida mejor, más bonita y más feliz es decirle a los demás las cosas buenas que hacen, resaltar lo bueno que nos encontramos cada día en lugar de ignorarlo, de darlo por supuesto. El halago como gratitud, no como hipocresía. Mientras hablaba yo iba pensando en la importancia de ser agradecidos por dentro y por fuera, y en eso que dice nuestro refranero de que “es cosa de bien nacidos”, pues ahí quería yo llegar ¡qué pocos bien nacidos debe haber en mi entorno!. Me resulta muy molesto que cuando le doy los buenos días al conductor del autobús o las gracias por el billete que me entrega, ni siquiera me mire, me espanta comprar en esas tiendas donde la dependienta te atiende con cara de zombi y ni gracias, ni por favor ni nada de nada, por supuesto llevo muy mal los codazos y empujones en la calle y ni un ¡disculpa! Que lo que hago bien se ignore en el fondo me “frustra”. Qué quieren que les diga, a mi sí me parecen imprescindibles las buenas formas en la convivencia con los demás. La delicadeza, el saber estar, es decir “gracias” y “por favor” son cosas que hacen la vida más agradable y es algo más que nos diferencia de los irracionales. No hace mucho, en esta publicación, Ricardo Navas Ruiz comentaba que eso también era “educación para la ciudadanía”. No me siento humillada como mujer si un hombre me abre la puerta, me deja pasar, me cede el asiento o me retira la silla, mas bien me siento divina de ser tratada como lo que soy: diferente a él y de darle la oportunidad para que demuestre su caballerosidad. Les supongo usuarios de transporte público, es un sitio estupendo para observar cómo son las relaciones o el comportamiento en sociedad. En mi pequeña ciudad no hay metro pero sí unas cuantas líneas de autobuses urbanos que cruzan la ciudad en todos los sentidos. Mi línea, la 2, es de las más largas y me permite observar todo tipo de “casos” en los que todo lo dicho hasta el momento, brilla por su ausencia. Por ejemplo uno que se da mucho: abuela bien entrada en años, piernas gruesas, no mucha movilidad pero cargada de mochila voluminosa o cartera escolar ideal para practicar pesas, normalmente acompañada de mozalbete de cinco o seis años (como norma) que sólo acarrea el bocadillo en papel de aluminio. Nada mas entrar en el bus, el joven toro (¡loados sean los cielos! pues rebosa salud), corre en busca del asiento mas próximo. Uno piensa, “que majo crío va a buscar un asiento para su abuela” pero, ¡quita por Dios!, el enano se sienta y cuando al anciana llega al sitio, la criatura no sólo no se mueve sino que ella feliz y orgullosa de lo rápido que es su nieto le dice “que suerte Jonathan que puedes ir sentado hasta casa”. Jonathan ni escucha ¡ y menos se le ocurre ceder el asiento a su abuelita u otra anciana cercana! pues bastante tiene con dar patadas con sus nuevas deportivas al asombrado compañero de asiento., que mira con cara asesina al jovenzuelo, al que por cierto, ya se le salen los michelines por la cintura del chándal...por supuesto la criatura no le agradece a su sufridora abuela el que esta vaya cargada de bártulos escolares y mucho menos pedirá disculpas por haber llenado de barro el pantalón de su vecino, el cual por otro lado sólo mata con la mirada pues sabe que si dice algo, la abuela gritará que “pobre criaturita”. Otro día les hablaré de las Vanesas, Jesicas, Samantas y otras jóvenes vestales que durante el trayecto entre llamada y llamada de móvil escupen cáscaras de pipas a diestro y siniestro. Pero lo que verdaderamente es “instructivo” en los viajes urbanos es escuchar las conversaciones ajenas. Si la línea es larga consigues enterarte de historietas de lo mas variado pero siempre hay un punto en común: la queja. Hay un ambiente de cabreo generalizado, de protesta constante, de mal café, de “me deben y no me pagan”. En muy escasas ocasiones oigo comentarios alegres, simpáticos, gente que esta encantada con lo que tiene y con los que le rodean. Muy pocas escucho conversaciones en las que se respira felicidad, paz, sosiego o simple normalidad. Y hasta la fecha jamás alabanzas, halagos... Y una se pregunta ¿nadie es feliz?, ¿nadie esta contento con lo que le ha tocado vivir?, ¿a nadie le hacen algo bueno? O ¿no será que da vergüenza hablar de lo bueno que nos pasa, que da vergüenza reconocer ante los demás que uno no espera más pues tampoco se cree con derecho a más?, ¿queda mejor renegar que estar conforme?, ¿se pierden los anillos por reconocer los méritos ajenos?. “Se admiten halagos”¿halagan ustedes?, ¿les gusta recibirlos? Imagino que sí, que cuando alguien les dice lo muy bien escrito que está su articulo semanal, se sienten satisfechos, lo mismo que cuando después de horas de peluquería alguien te dice lo “monísima que estás” o cuando te has dejado la mañana cocinando para los otros y la comida termina alguien te dice lo muy rica que te ha salido y entonces se te olvida que el aceite te saltó, te quemaste con el horno, lloraste picando cebolla; ante ese “que rico, que bien te ha salido” sólo piensas con que complacer en la próxima comida. A todos nos gusta que nos agradezcan los favores hechos, a todos nos gusta que se reconozca en voz alta nuestros valores, que se nos destaque por algo loable, a todos nos gusta recibir sonrisas, pequeños cumplidos porque no todo lo hacemos mal, porque aunque nos equivoquemos mil veces otras mil hacemos las cosas bien ¿por qué va a pesar mas el error que el acierto?. Cuando vayan a Pamplona y entren en la churrería cercana a la catedral, no olviden decirle a los churreros que cómo se han lucido, que qué ricos están los churros y que si no fuera por lo mucho que engordan, usted se tomaba otra docena y a vivir que son dos días y al cuerno con la báscula. No me cabe duda que Don Cayetano les recomendaría lo mismo. En este mes- que está a punto de morir- se cumplen mis dos años de estancia entre ustedes y aprovecho este articulillo para darles las gracias por las veces que han deslizado sus ojos sobre mis cuentos y reflexiones. Para decirles lo muy feliz que me han hecho cada vez que me han dicho que les he gustado... que de eso se trata: de gustar con el arma poderosa de las letras, de las palabras escritas. Mil gracias y mil besos para todos ustedes y que ojalá sigamos juntos por mucho tiempo.

http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4289

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