viernes 23 de noviembre de 2007
Burbujas
Josep Borrell
La burbuja inmobiliaria española se está deshinchando y se espera que no explote. Pasados los intentos de negar la realidad, todo el mundo reconoce ya que las ventas se han parado y que el inicio de nuevas construcciones se reduce. La prensa europea se hace frecuentemente eco de esta situación atribuyéndola al cambio de tendencia en la evolución de los tipos de interés y a la desconfianza generada por la crisis hipotecaria americana.
Y también, como es lógico, a la saturación del mercado. Por muchos factores demográficos y sociológicos que impulsasen la demanda, no podíamos seguir construyendo cada año más casas que en Francia, Alemania e Italia juntas. La vivienda se había convertido en una inversión especulativa que se compraba con la intención de revenderla incluso antes de que se acabase de construir. Y, como suele ocurrir en estos casos, los precios subían impulsados por el mismo exceso de demanda que las expectativas alcistas creaban. Una pescadilla que se muerde la cola hasta que algún acontecimiento exógeno, muchas veces circunstancial, produce un brusco cambio de expectativas.
De igual manera que ayer todos querían comprar porque estaban convencidos de que los precios iban a subir, hoy nadie quiere hacerlo porque esperan, con razón o sin ella, que los precios bajen.
Así funcionan “los mercados”, que supuestamente asignan eficientemente los recursos y conducen, gracias a la famosa mano invisible, al óptimo económico de productores y consumidores. Suena sarcástica esta letanía en un país que nunca ha construido tantas viviendas y nunca ha sido tan difícil acceder a ellas para quienes las necesitan. Pero los profetas del sacrosanto mercado, que todo lo cura y lo resuelve, olvidan, u ocultan, que el mercado no satisface necesidades sino demandas, a condición de que sean solventes, sin preocuparse de cuán necesarias sean.
Y uno de los problemas de la burbuja inmobiliaria española es que la subida de precios y de los tipos de interés, que a fin de cuentas era una parte indisociable del precio, ha acabado por hacer insolventes a muchas demandas. El financiero se ha visto afectado por una crisis de confianza que ha disminuido su liquidez y, en consecuencia, la financiación al constructor y al comprador.
Los precios bajarán o no, depende de muchos factores, pero el mercado está dominado hoy por la creencia de que así será, y en un sistema gobernado por las expectativas hace falta que algo ocurra para que las expectativas cambien. El mercado ajusta las expectativas a la realidad pero tarde y mal, y dejando muchos destrozos en el camino. Ocurre en la vivienda, que ha provocado las mayores crisis económicas recientes en varios países, y ahora está ocurriendo en los mercados energéticos, que se enfrentan a todas las incertidumbres estructurales generadas por el cambio climático y el fin del petróleo.
Buen ejemplo de ello es lo que está ocurriendo en el Medio oeste americano con el etanol. Ayer era el boom y hoy se teme el crack. Para responder a la demanda de este aditivo de la gasolina producido a partir del maíz los granjeros americanos han aumentado la superficie plantada hasta el nivel de 1944, cuando el rendimiento por hectárea era 6 veces menor. Entre gigantes del agrobussines y cooperativas de agricultores, el número de refinerías se dobló en 3 años y está en construcción un 50% más de capacidad.
Pero la subida del precio del maíz, que de paso puso por las nubes el precio de las tortillas en el vecino México, y la saturación del mercado de etanol ha puesto fin a la euforia. Pero ya es tarde para muchas de las inversiones realizadas. Frente a una demanda de etanol en EEUU estimada en 27.000 millones de litro, la capacidad de producción será de 45.000 millones.
¿Cómo se pueden incurrir en estos errores que conducen a inversiones estériles faltas de demanda y rentabilidad? Quizás haría falta un poco más de planificación, palabra maldita después del hundimiento de las economías planificadas, pero puede que necesaria ante las dificultades de las libres iniciativas para ajustar producción y demanda. O quizás bastaría con que los poderes públicos lanzaran indicaciones e incentivos correctos para orientar a los agentes económicos. Quizás el boom del etanol americano tenga algo que ver con que Iowa sea el primer Estado productor de maíz de la Unión y también el primero donde se van a celebrar las elecciones primarias para los candidatos a la presidencia de EEUU. Por ello, todos han apoyado ciegamente la causa de este combustible cuya producción iba a sacar a los granjeros americanos de la decadencia y al país de su dependencia petrolífera.
Pero aunque el 100% del maíz americano se dedicara a producir etanol, solamente reemplazaría el 12% de su consumo de gasolina. No es por aquí la solución al postpetróleo, aunque todo ayude y de todo habrá que echar mano si los precios del crudo siguen una escalada que les lleva a los 100 dólares antes de fin de año.
Aunque puede que en el mercado petrolero estemos también asistiendo al nacimiento de otra burbuja empujada por expectativas alcistas en la demanda y la resistencia de algunos países de la OPEP a aumentar la producción. ¿Para qué aumentarla?, se han preguntado algunos en la reciente cumbre del cártel, si no hay compradores que respondan a una demanda final efectiva, sino especuladores que acumulan y juegan al alza en el mercado de futuros?
Ésta es una de las grandes cuestiones que se plantean en un momento en que el mundo va a centrar su atención en la Cumbre del Clima en Bali. Allí y en Annapolis, en la conferencia que intentará de nuevo encontrar la solución al conflicto de Oriente Próximo, se jugarán buena parte de las esperanzas de paz y prosperidad mundial, por encima de las burbujas que los mercados crean y que tantas veces han dañado gravemente a esas esperanzas.
http://www.estrelladigital.es/diario/articulo.asp?sec=opi&fech=23/11/2007&name=borrell
viernes, noviembre 23, 2007
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