jueves 29 de noviembre de 2007
De la ciudad y sus museos
BENIGNO PENDÁS. Ex Director General de Bellas Artes
ACASO el viejo tópico nunca fue cierto: Madrid, poblachón manchego, villa y corte, majas castizas y empleados holgazanes. Dicho con el masoquismo genial propio de Camilo José Cela, esta ciudad era una mezcla de Navalcarnero y Kansas City. A día de hoy, en cambio, Madrid ejerce no sólo como capital política, sino también empresarial y financiera, dinámica y pujante, en condiciones de competir con las mejores de Europa. Global pero local, el siglo XXI es muy exigente en materia de iconos. Tenemos ya unos cuantos: el metro, la T-4, un incipiente «skyline»... No hace falta ser experto en urbanismo para buscarle la gracia al proyecto Prado-Recoletos. Algún defecto tendrá, pero acierta en lo esencial: Madrid necesita espacio para el «vivere civile», como decían los clásicos en el Renacimiento. Hermosa ciudad, sin duda; también agresiva, compleja, a veces irritante. Suena bien la idea de recuperar el Salón del Prado, lleno de aromas románticos y perfiles ilustrados, a la vez cuarto de estar y espejo de vanidades. Vuelve Colón a su sitio, mandan en su entorno Cibeles y Neptuno, relucen los palacetes y vuelven a la vida fantasmas en excedencia. En algún lugar escribió don José María Pemán, firma señera en este ABC: el centro de gravedad de París era la corte con sus palacios; en Madrid, por el contrario, era el Prado: «el paseo, el lance, la aventura, el desgarro popular». Tradición y modernidad, una mezcla siempre inteligente al servicio del interés general. Tiene que salir bien.
En voz muy alta: Madrid cuenta con una excepcional oferta de museos. El Prado es el primero del mundo en pintura clásica. No hay en ningún otro (magníficos Louvre, Hermitage, National Gallery, Metropolitan, pinacotecas romanas o vienesas) una tal concentración de obras maestras por metro cuadrado. Reina Sofía y Thyssen completan el triángulo de oro, un conjunto deslumbrante aunque conviene no confundir la calidad de las aportaciones de unos y de otros. Es, en rigor, un cuadrilátero, porque el Museo Arqueológico Nacional merece más atención de la que a veces recibe. Todos ellos salen ganando con el proyecto que impulsa Alberto Ruiz-Gallardón. También el Thyssen, por supuesto, herencia del buen hacer de algunos ministros, muchos funcionarios eficaces, ilustres arquitectos y juristas brillantes, como el inolvidable Rodrigo Uría. Colección privada al servicio del bien público y modelo funcional en el despliegue del «tercer sector». La colección, adquirida en su precio justo por el Estado español, tiene su sede natural en el Palacio de Vistahermosa, allí donde un día tocara el piano Franz Liszt ante una concurrencia selecta. No es sólo Madrid: también Barcelona se beneficia de las obras de arte en un hermoso rincón de Pedralbes. Hay negocios en marcha que requieren decisiones firmes. Entre ellos, el destino de la colección de Carmen Cervera, relevante dentro de su nivel. Nuevos edificios y ciertas alternativas, no todas ellas convincentes... Veremos en qué termina.
La Fundación Thyssen-Bornemisza alcanzó ya su plena madurez y no puede funcionar a golpe de ocurrencias. El legado del barón tiene que ser gestionado con eficacia y sentido común. Decía Montesquieu que la «moderación» es el alma de la aristocracia. Hay cosas que no se pueden hacer, en especial, ciertos espectáculos gratuitos que alimentan el simplismo y la inmadurez. Si Carmen Cervera y los órganos de gobierno de la Fundación (que, como es notorio, no son lo mismo) quieren decir algo en serio sobre el eje Prado-Recoletos tienen tiempo todavía para explicar su postura mediante alegaciones razonables. Lloriqueos, caprichos y rabietas no son argumentos atendibles en una sociedad civilizada. Esta vez, la baronesa ha cruzado la barrera natural que impone la prudencia. Plantea un chantaje de tono personalista: «si no me hacen caso, me lo llevo». Anuncia movilizaciones: vistos los precedentes, hay que temer lo peor. Nadie en sus cabales puede tener celos infantiles del Museo del Prado. Cuando se declara «apolítica», debería tener muy claro quién alienta y por qué la oposición contra el proyecto del Ayuntamiento: en la «casa de las siete chimeneas» hay quien se frota las manos por el conflicto.
La derecha elude -no se sabe por qué- la batalla de las ideas para ofrecer su mejor vertiente en la eficacia de la gestión. Madrid, ciudad y autonomía, es fiel reflejo del éxito del Partido Popular en la administración ordinaria de los asuntos públicos. En democracia, las urnas nunca mienten. De hecho, las opciones de Mariano Rajoy para ganar el 9M pasan por una victoria rotunda en la circunscripción que más diputados aporta. Sólo hay una sombra en el horizonte: la desconfianza patológica entre Ayuntamiento y Comunidad irrita a muchos ciudadanos de buena fe. Los hechos confirman un día tras otro esa falta de sintonía que sólo beneficia a sus adversarios. En este caso, los argumentos que esgrimen desde la Puerta del Sol no resultan muy convincentes. Consejería de Transportes: tendremos problemas de tráfico. Habrá que ver, pero en todo caso es una genuina competencia municipal y la solución del túnel resulta mucho más compleja y costosa. Consejería de Cultura: Patrimonio Histórico tendrá que intervenir porque se trata de un BIC. Así es, en términos formales, pero ¿dónde está el «interés cultural» en sentido material? Hablamos de aceras envejecidas y de carriles-bus mal emplazados: aplicar aquí la legislación sobre património artístico resulta más que forzado. Consejería de Medio Ambiente: el famoso tema de los árboles. Es cuestión de medir y contar. De momento, el proyecto ofrece casi tres mil ejemplares más. Si es así, y se puede constatar, ¿dónde está la agresión al patrimonio «verde»? Todas ellas son cuestiones a debatir y negociar entre políticos y funcionarios cualificados, sin populismo ni demagogia. La Administración sirve con objetividad los intereses generales. Existe «desviación de poder» cuando se utilizan las potestades administrativas para un fin distinto al que determina el ordenamiento jurídico. ¿ Hace falta recordar verdades tan elementales?
Vivimos en una gran ciudad del siglo XXI, la era de las megalópolis. El urbanismo de la capital de España está reñido con afanes de protagonismo personal en busca del aplauso fácil de gentes ociosas, siempre dispuestas a pasar un rato divertido. Diga cada uno lo que tenga que decir, en términos serios y profesionales, pero póngase ya en marcha el proyecto porque la inmensa mayoría desea que esta polémica estéril termine cuanto antes. Busquemos un testigo de excepción: Diego Velázquez, grande entre los grandes, otra vez invitado de honor en su propio museo. Pintor en, por y de Madrid, de su Corte y de su cielo, con sus grandezas y servidumbres. El mejor que ha existido nunca. Su tiempo consiste en la primacía del instante, la visión innata de la escena, el momento singular e irrepetible. ¿Cabe negar a Velázquez otra oportunidad para disfrutar como merece del salón de su casa?. Hay que tomarse los asuntos con absoluta seriedad. Deben saberlo todos, tanto los que apoyan el proyecto como los que critican a sus autores e inspiradores. El sentido de la responsabilidad está por encima de todo. Es la única forma posible de hacer las cosas en una democracia madura.
http://www.abc.es/20071129/opinion-la-tercera/ciudad-museos_200711290259.html
jueves, noviembre 29, 2007
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