jueves 29 de noviembre de 2007
Conferencia de Annapolis
¿Es Israel un estado judío?
El rechazo de la Autoridad Palestina, y a esos efectos de la mayor parte del mundo árabe, a reconocer a Israel como estado judío legítimo no es una negación de la realidad; es señal de su determinación por deshacer esa realidad.
Jeff Jacoby
Con vistas a la conferencia diplomática en Annapolis, el primer ministro de Israel, Ehud Olmert, anunció que esperaba que la Autoridad Palestina reconociera por fin la existencia de Israel como estado judío. Un visitante recién llegado de Marte se preguntaría el motivo de que esto pueda suponen ningún problema. Después de todo, Israel es un estado judío. Si los más de 55 países que componen la Organización de la Conferencia Islámica tienen derecho al reconocimiento como estados musulmanes, y si los 22 miembros de la Liga Árabe son universalmente aceptados como estados árabes, ¿por qué debería alguien mostrarse reacio a reconocer a Israel como el único estado judío del mundo?
Pero aún así, la demanda de Olmert fue rechazada. Saeb Erekat, el veterano negociador de la Autoridad Palestina, dijo que los palestinos rechazarán reconocer la identidad judía de Israel porque "no es aceptable que un país vincule su carácter nacional a una religión específica". Según el Jerusalem Post, Erekat dijo en Radio Palestina: "No existe ningún país en el mundo en el que las identidades nacional y religiosa estén entrelazadas".
En realidad existen muchos países en los que ambas están vinculadas. La Constitución argentina promulga el apoyo gubernamental a la fe católica. La Reina Isabel II es ministro supremo de la Iglesia de Inglaterra. En el reino himalayo de Bután, la constitución proclama el budismo "la herencia espiritual" de la nación. Las familias reales danesa y noruega tienen que ser miembros, respectivamente, de la Iglesia de Dinamarca y la Iglesia de Noruega. "La religión imperante en Grecia", proclama la Sección II de la Constitución de Grecia, "es la de la Iglesia Ortodoxa Oriental de Cristo".
De hecho, en ninguna otra región del planeta los países vinculan su carácter nacional a una religión concreta de forma tan rutinaria como en el Oriente Medio musulmán. La bandera de Arabia Saudí muestra la shahada –la declaración islámica de fe– en escritura blanca árabe sobre fondo verde; en la bandera iraní, la fórmula islámica "Alahu Ajbar" ("Alá es grande") aparece 22 veces. Y después está la propia Autoridad Palestina de Erekat , cuya Ley Básica dicta en el Articulo 4 que "El islam es la religión oficial de Palestina" y que "los principios de la sharia islámica serán la principal fuente de legislación".
Claramente, pues, Erekat y la Autoridad Palestina no rechazan aceptar la legitimidad de Israel como estado judío porque sus principios les impidan aceptar que se relacionen identidad nacional y religiosa. Quizá, podría aventurar nuestro marciano visitante, su objeción sea simplemente práctica: ¿se están reservando los palestinos el reconocimiento oficial a Israel con el fin de obtener algún reconocimiento correspondiente para sí mismos?
Pero esa explicación tampoco se tiene en pie. Olmert ha aprobado repetidamente la creación de un estado soberano de Palestina. "Apoyamos el establecimiento de un estado palestino democrático y moderno– ha dicho –. La existencia de dos naciones, una judía y una palestina, es la solución final a las aspiraciones nacionales y los problemas de cada uno de los pueblos". De hecho, ha llegado a sugerir que se podría lograr un plan de paz en el que se incluyera la creación de la nación palestina "antes incluso del final del mandato del Presidente Bush en el cargo".
Así pues, ¿por qué los líderes de la Autoridad Palestina se resisten a reconocer lo obvio, que Israel es un estado judío? La conexión judía con Palestina no sólo está basada en los abundantes datos históricos al respecto, sino en el Derecho internacional. Cuando la Liga de Naciones confió a Gran Bretaña el Mandato de Palestina en 1922, reconoció expresamente "la conexión histórica del pueblo judío con Palestina" y la legalidad de "reconstruir su patria nacional en ese país". En ese momento, Gran Bretaña había transferido ya el 80% de la Palestina histórica a un Gobierno árabe, el que ahora es el reino musulmán de Jordania. Todo lo que quedaba para un estado judío era el 20% restante, y hasta eso fue más tarde repartido. Pero entonces, al menos, estaba claro que la comunidad judía se encontraba "en Palestina por derecho y no por consentimiento tácito a causa de alguna miseria", como subrayó en aquel entonces Winston Churchill.
Ochenta y cinco años más tarde, esa pequeña franja de Oriente Medio es el hogar de prácticamente la mitad de los judíos del mundo. Si eso no es un estado judío, ¿qué es un estado judío?
Aún así todo esto es irrelevante. El rechazo de la Autoridad Palestina, y a esos efectos de la mayor parte del mundo árabe, a reconocer a Israel como estado judío legítimo no es una negación de la realidad; es señal de su determinación de deshacer esa realidad. Al igual que los líderes árabes de un siglo a esta parte, no pretenden vivir en paz con un estado judío, sino en lugar delestado judío. Olmert podrá presentarse en Annapolis sirviendo la soberanía a los palestinos en bandeja de plata, con la mitad de Jerusalén como guarnición. No saldrá con la paz. Al contrario, sólo va a intensificar la determinación árabe de reemplazar al único estado judío del mundo con el estado árabe número 23.
La llave de la paz árabe israelí no es el estado palestino. Es obligar al mundo árabe a abandonar su sueño de liquidar a Israel. Como asunto de autoestima nacional, Olmert debería reiterar su exigencia de que los palestinos reconozcan la identidad judía de Israel y hacerla innegociable. Si Israel no puede insistir ni siquiera en un asunto de autoestima tan fundamental, es que ha perdido ya hasta la camisa.
Jeff Jacoby, columnista del Boston Globe. Sus artículos pueden consultarse en su página web.
http://www.libertaddigital.com/opiniones/opinion_40661.html
jueves, noviembre 29, 2007
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