viernes, noviembre 23, 2007

Manuel Rivero, 68, 69,70, y seguimos comtando

viernes 23 de noviembre de 2007
68, 69, 70, y seguimos contando

MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO
ALGUNA vez le he dicho a mi mujer que lo único que no le perdonaría es que me montara una fiesta sorpresa de cumpleaños. Ya saben: llega uno al hogar tras una jornada agotadora, entra en el salón persuadido por la oscuridad ambiente de que no hay nadie en casa y, de repente, ¡zas!, se encienden las luces y ahí están todos los testigos del pasado y del presente, cantándote es un muchacho excelente y encantados de contribuir al día más feliz de tu vida (después del de la primera comunión). Pero no. Cada uno es como es, y a mí me revienta cumplir años, y aún más que me lo recuerden con fanfarria. De manera que las sorpresas, con cuentagotas.
Supongo que a Svetlana le haría bastante menos gracia todavía la que le habían preparado los responsables de El diario de Patricia (espectadora tipo: ama de casa de clase media y mayorcita), uno de esos programas que existen en (casi) todas las televisiones del mundo y que se basan en la puesta en escena del espectáculo de los sentimientos dañados y la exhibición de la vida privada. A Svetlana, al parecer, se la cargó el individuo que se arrodilló frente a ella (y frente a 1,7 millones de espectadores) para pedirle perdón y matrimonio. Un maltratador para el que Svetlana «era todo». Todo.
El responsable, claro, es el asesino, el que la mató porque era mía y yo con lo mío hago lo que me da la gana. Pero, además, en todo este asunto hay muchas irresponsabilidades. Algunas se remontan a la misma concepción de este tipo de programas, en los que, debido a la presión de los resultados y la velocidad de la producción, se deslizan gravísimos errores de apreciación respecto al estado psicológico de los participantes. Otras dependen de la laxitud de los controles y de la flagrante ineficacia de la autorregulación de las cadenas. Y, la mayoría, de la extendida convicción de que todo vale ante la cuenta de resultados y la dictadura de las audiencias. De manera que habrá que hacer algo, empezando por replanteárselos de arriba abajo: supongo que deben existir fórmulas para seguir ganando dinero sin que nadie acabe en el tanatorio. O para compatibilizar el máximo de libertad de expresión con el mayor respeto a la seguridad y la dignidad de las personas. No olvidemos que Svetlana acudió al talk show (irresponsablemente) engañada; le iban a dar una sorpresa que, poco después, la convertiría en la víctima 69 de lo que, si seguimos así, puede llegar a constituir una siniestra variante del deporte cinegético: asesinar mujeres.
Desde entonces se ha añadido a la trágica nómina la víctima número 70. Imagínenselas haciendo cola ante una hipotética guillotina, mientras nosotros, como reluctantes tricoteuses, asistimos al espectáculo. Y quizás, antes de que acabe este artículo, ya haya caído la 71: todavía nos queda un mes para batir la mayor marca establecida en este país, supuestamente una de las democracias más avanzadas del planeta. Si, ya sé que hay quien está peor: las mujeres violadas y asesinadas en la carnicería del Congo («aquí violamos todos: somos seres humanos», justificaba recientemente un coronel Ngarambe). O la joven musulmana violada por seis individuos a la que el gobierno del sátrapa saudí (nuestro aliado en la Guerra contra el Terror, hay que fastidiarse) condenó, encima, a 90 latigazos por estar a solas con un hombre, y que ahora ha visto doblado su castigo (que si quieres arroz, Catalina) por atreverse a llevar su caso a los medios.
Mundo macho. Claro que aquí somos más civilizados. Las mujeres han alcanzado la igualdad y las respetamos casi todo el rato. Menos, quizás -sólo un pecadillo-, en los envilecedores clasificados «para adultos» que seguimos publicando los diarios. Y es que a nadie le amarga el dulce del ingreso extra, y si no lo hacemos nosotros lo harán otros.

http://www.abc.es/20071123/opinion-firmas/seguimos-contando_200711230249.html

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