jueves 1 de noviembre de 2007
LA IGLESIA DE ENTONCES Y LOS MÁRTIRES BEATIFICADOS HOY
¿Qué pasó cuando Juan Pablo II vino a España?
Por José Francisco Serrano Oceja
Los medios de comunicación se han erigido, en nuestro tiempo, en memoria social y pública de la historia del presente. No es casual que en la semana que comienza con la beatificación de los mártires de la persecución religiosa en la España del siglo XX se conmemoren los 25 años de la primera visita de Juan Pablo II, el Papa viajero, a España.
Fueron diez intensos y memorables días, entre el 31 de octubre al 9 de noviembre, bajo el signo del zodiaco de un socialismo recién aupado. 18 ciudades pertenecientes a 11 comunidades autónomas, 60 discursos; toda una síntesis de elocuencia, de presencia y de futuro. Un Papa que llegó a una tierra que no le era desconocida y que se marchó de esta morada, años después, pronosticando el combate de la fe con las políticas sociales del Gobierno de Zapatero: se puede ser, dijo y repitió en la madrileña plaza de Colón, cristiano y moderno al mismo tiempo.
Mucho ha cambiado España desde entonces; mucho ha cambiado la Iglesia desde aquella primera visita en la que conocimos de primera mano al Papa venido del Este y en la que él nos conoció. Mucho ha cambiado, y no sólo por la teoría socialista del cambio, sino por las semillas que comenzaron a fructificar en aquellos tiempos tan lejanos y tan cercanos. Veinticinco años son muchos años y pocos años. Allí, en el Santiago Bernabeu, nació una generación de jóvenes, la generación Juan Pablo II, que ahora no se rinde al camelo de la Educación para la Ciudadanía para sus hijos. De esa visita brotaron los planes pastorales de la Conferencia Episcopal que han sido fuente y venero de documentos de la magnitud ética de Moral y sociedad democrática o Valoración moral del terrorismo, de sus causas y de sus consecuencias. Allí, en aquella visita, el Papa pronosticó no pocos de los síntomas ahora ya crónicos del laicismo político. Con esa visita, hizo que la Iglesia en España despertara del sueño de un Concilio Vaticano II que no siempre era Vaticano ni segundo y que encandilaba las formas ideológicas de la fe en pos de un humanismo que no llegaba a ser integral.
Juan Pablo II llegaba a una España, y a una Iglesia en España, en la que la evidencia del desarrollo económico y social no escondía algunos significativos cambios en el sustrato del sujeto humano y cristiano. La Iglesia de los años ochenta aún vivía marcada por el reflejo de una teología y de una pastoral apegada al reflujo de una voluntad acrítica de apertura de la conciencia creyente a la conciencia mundana, desde la exigencia de renovación que había supuesto el Concilio Vaticano II. Podríamos pensar en una época de experiencias, de disolución, de evolución, de aggiornamiento, de reforma, de implantación del Concilio Vaticano II basada más en la perspectiva de los métodos de aplicación socio-psicológica de la actualización de la fe que en los presupuestos sobre los que se asentaba lo escrito en los textos del Concilio Vaticano II. El secreto de la Iglesia, y su contribución específica a la humanidad y a la historia, no reside en su eficacia pastoral sino en hacer presente y operante la salvación de Dios para todos los hombres, en la aceptación de la Revelación de Dios –de su Voluntad salvífica– en el aquí y en el ahora.
El cambio, la evolución, desde el aggiornamento –la puesta al día que diría los italianos– al ressourcement, el retorno a las antiguas fuentes de sabiduría cristiana, sintetiza estos veinte últimos años de la vida de la Iglesia. Las raíces de la fe de los grandes santos con los que se encontró el Papa son las mismas raíces de la fe de los mártires beatos del pasado domingo. Es el continuum de la historia del pueblo de Dios que habita en España. La certeza de la fe constituye para los católicos de hoy un fundamental desafío. Una certeza que radica en Dios mismo, y en su asombrosa revelación en Jesucristo. Una certeza que nos habla de la esencia de aquel modo de vivir la fe de los santos y mártires del siglo XV, y del XIX, y del XX; de su ensimismamiento con Jesucristo; de su "contemplación" del Misterio de Dios operante en la historia.
http://iglesia.libertaddigital.com/articulo.php/1276233934
jueves, noviembre 01, 2007
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