jueves 1 de noviembre de 2007
CINE
La invasión
Por Juan Orellana
La Invasión, de Oliver Hirschbiegel (El hundimiento), es una historia de ciencia ficción que cuenta la aparición de una misteriosa epidemia que altera el comportamiento de los seres humanos dejándoles sin sentimientos ni capacidad de emoción.
El origen del virus es extraterrestre y ha llegado a bordo del transbordador espacial. Son millones de personas las que ya han sido infectadas y los científicos tratan de encontrar un antídoto. La doctora Bennell, psiquiatra divorciada, tendrá que infiltrarse entre los contaminados para encontrar a su hijo, que puede portar la salvación.
Se trata de la enésima adaptación de la famosa novela de Jack Finney, The Body Snatchers, traducida en España como La invasión de los ultracuerpos, y que ha dado lugar ya a varias películas como la de Don Seagle de 1956 o el remake de Philip Kaufman de 1978, que posiblemente sea la mejor versión. En el 1993 llegaría la peor, de manos de Abel Ferrara. Ahora estamos ante una adaptación notable.
El film plantea qué ocurriría en un mundo en el que los seres humanos careciésemos de todo tipo de emoción y sentimientos, tales como el amor, la pasión, el odio, la envidia, la ambición, la ira, la compasión... La película dibuja una hipótesis en la que las guerras terminan, Bush y Chávez se abrazan, las grandes potencias dedican dinero a espuertas a combatir el SIDA y la pobreza, la paz vuelve a Irak y un largo etcétera aparentemente utópico y paradisíaco. El único precio que hay que pagar es dejar de ser los seres humanos que hemos sido hasta ahora. Este es el dilema dramático que tiene que afrontar la doctora Bennell (Nicole Kidman) cuando sospecha que su hijo ha sido contagiado por el virus de la insensibilidad. Le ayudará el científico Ben Driscoll (Daniel Craig), que está dispuesto a cualquier sacrificio para salvar a su amada y a su hijo.
Además de un hermoso canto al sacrificio por amor y a la fuerza imbatible de la maternidad, la película reivindica una mirada positiva sobre el instinto en el hombre que, aunque puede usarse para la destrucción y el mal, también puede ser lo que más nos ennoblece y hace grandes. Bennell llega a ser tentada por las promesas orwellianas de un futuro en paz y armonía, pero su instinto materno –amor– es demasiado poderoso como para sucumbir.
El guión, en el que se armoniza el suspense con los momentos emotivos, está bien trabado. A caballo entre el terror y la ciencia ficción, el cineasta alemán Oliver Hirschbiegel vuelve a mostrar talento en un registro radicalmente distinto al de El hundimiento, su anterior film. Obviamente aquí ha tenido que aceptar las convenciones comerciales del género que Hollywood impone a sus productos, pero el vigor y fuerza de su estilo prevalecen sobre los clichés. En realidad, la primera versión les pareció muy europea a los directivos de la Warner, que contrataron a los hermanos Wachovsky y a James McTeigue para que metieran en el guión alguna dosis de persecuciones y explosiones, y por ello tramo final de la película hace demasiadas concesiones al cine de acción.
Los actores están muy bien dirigidos, y Nicole Kidman vuelve a demostrar que cualquier registro le sirve para comerse la pantalla. No empequeñece a su lado Daniel Craig, cuya fisicidad se equilibra perfectamente con la fragilidad femenina de Kidman. Hay momentos de interpretación muy difíciles para un actor –como cuando ella debe pasar por una insensible contaminada– que la estrella resuelve impecablemente. También hay que advertir de alguna secuencia dura que puede impactar a ciertas sensibilidades. En definitiva, un buen producto de género, que sin salirse de los cauces establecidos, resulta fresco, original y ofrece una interesante línea filosófica.
http://iglesia.libertaddigital.com/articulo.php/1276233931
jueves, noviembre 01, 2007
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