jueves, noviembre 15, 2007

Jose Melendez, Las malas companias

jueves 15 de noviembre de 2007
Las malas compañías
José Meléndez
E N el mundo cada vez mas globalizado en que vivimos, de intereses comunes y mercados abiertos, la política exterior es un tema de gran importancia para todos los gobiernos de naciones que se `precien de serlo por los cauces democráticos y cuyos intereses hay que defender en esa jungla sutil de las relaciones diplomáticas, donde, de vez en cuando, surge la coz soez y agresiva de dirigentes que han llegado al poder por el camino del populismo, que es el que han elegido y siguen eligiendo todas las dictaduras para sostenerse. Si José Luis Rodríguez Zapatero confesó confidencialmente a sus colaboradores, en vísperas de su primer debate sobre el estado de la Nación, que la economía no era lo suyo y Jordi Sevilla, en un loable intento de ganarse una medalla en la Olimpiada de la Coba, le dijo que eso lo aprendía en dos tardes, la política exterior no es que sea o no lo suyo, es que no le interesa y parece tratarla con los mismos conceptos que se vierten en una discusión ante la barra de un bar a la hora del aperitivo, donde cada uno quiere imponer su pensamiento ideológico a su interlocutor. Las relaciones internacionales de Zapatero se han regido, desde que se aposentó en la Moncloa por los parámetros de su pensamiento político y por sus deseos de que ganen los suyos, como cualquier hincha de fútbol incondicionalmente pegado a los colores de su equipo. Eso le ha llevado a dar colosales patinazos cuando se ha querido meter a profeta. Vaticinó la victoria de Kerry sobre George Bush; apoyó sin reservas al alemán Shroder en su pugna electoral con Angela Merkel –calificando la victoria de ésta de fracaso porque no había logrado la mayoría absoluta, exactamente igual que él en el famoso 14M-; apoyó también a la francesa Segolene Royal y ahora tiene en ascuas al primer ministro laborista Gordon Brown, encendiendo velas a San Jorge para que Zapatero no vaya a apoyarlo en las próximas elecciones generales británicas. Apoyó con todo entusiasmo la fallida Constitución europea, que estaba muerta antes de nacer y tragó sapos para presentar como beneficiosos para España los resultados del parche comunitario que se engendró en la reciente Cumbre de Lisboa, donde se diluyeron las ventajas que España había logrado en los anteriores acuerdos de Niza. En política exterior los patinazos se pagan, sobre todo cuando van acompañados de ostensibles gestos de ir contra la corriente por razones de afinidad ideológica. Por su apego irresistible a las “políticas de izquierdas” y, sobre todo, a hacer lo contrario de lo que había hecho su antecesor en el gobierno, José María Aznar, Zapatero se ha ido quedando sin amigos ni aliados en el panorama internacional, estrechando a cambio los lazos con políticos de tan escaso relieve y tanto peligro potencial en el área hispanoamericana como el dictador Fidel Castro, de quien se erigió en valedor ante la Comunidad Europea, Hugo Chávez con su sueño de convertirse en un segundo Simón Bolívar o el pintoresco gran jefe indio Evo Morales, que vino a Madrid –y sigue yendo a todas partes- enfundado en su comba, saltándose a la torera algo tan sagrado en el mundo diplomático como son el protocolo y la observancia de las formas. Evo dio el golpe y el “Corte Inglés” tuvo que hacer pedidos extra de combas para satisfacer la demanda de los progres. Pero cuando el presidente boliviano comenzó a desgranar su discurso y a querer apropiarse de las empresas españolas se vio a un Evo al desnudo, en el que la comba tapaba la realidad de su materia demagógica y populachera. Lo ocurrido en la jornada de clausura de la Cumbre Iberoamericana, es la consecuencia lógica de andar con malas compañías. De un tipo como Hugo Chávez no puede esperarse otra cosa que destempladas salidas de tono para aprovechar un foro internacional a favor de sus intereses particulares. La intención del sátrapa venezolano, que tiene serios problemas en su propio país, no era otra que vender su trasnochado nacionalismo y sus agravios personales para el consumo interno de su país, aunque fuera en una Cumbre que no tenía nada que ver con sus denuestos y ante el Rey de España y los altos dignatarios de gran número de países iberoamericanos. Por eso, la reacción del Rey don Juan Carlos, con esas cinco rotundas palabras que ya han pasado a la antología de las frases famosas, fue tan encomiable como necesaria, porque los exabruptos de Chávez parecían incontenibles y tenían arrinconado a Zapatero en su loable intento de defender a Aznar, a los empresarios españoles y, por lo tanto a España. Como lo fue el gesto de Su Majestad de abandonar la sala cuando otro líder de pacotilla, el nicaragüense Daniel Ortega continuó con los insultos proferidos por su conmilitón venezolano. La defensa de Zapatero fue la que puede esperarse del presidente de una nación ofendida. Quizá le sobró dejar sentado que “está en las antípodas de José María Aznar” y le faltó energía porque ante las acometidas de un energúmeno no sirve la dialéctica diplomática. El error ha venido después, al tratar de minimizar el hecho y no afrontarlo a tiempo con la contundencia y las dimensiones que exigen estos casos. Las ofensas de Hugo Chávez persisten y se han extendido a la figura del Rey, al que ha acusado abiertamente de apoyar el intento de golpe de Estado que trató de derribarle en el 2.002 y a las empresas españolas que trabajan en Venezuela.El ministro Moratinos –que, por cierto, también acusó a José María Aznar de apoyar ese golpe en el transcurso de un debate televisado, siendo ya ministro- se ha limitado a afirmar una y otra vez que las relaciones con Venezuela son excelentes y superarán el actual “incidente”..Igual decía de nuestras relaciones con Marruecos cuando comenzaron las primeras protestas marroquíes por la visita de los Reyes a Ceuta y Melilla, hasta que Marruecos ha retirado a su embajador en Madrid para hacer esas relaciones más excelentes todavía. Esto es lo que debía haber hecho el gobierno de Zapatero sin demora y no refugiarse en ese mentiroso “no pasa nada” que tanto le gusta cuando no quiere o no puede tomar iniciativas. En las últimas semanas, Zapatero ha recibido dos humillantes lecciones de diplomacia: la retirada del embajador de Marruecos por un motivo que el rey Mohamed VI ha sacado de contexto en beneficio propio y la vertiginosa intervención del presidente francés Nicolás Sarkozy, haciendo lo que tenía que haber hecho Zapatero y trayendo a España a las cuatro azafatas detenidas en el Chad. Pero Zapatero no aprende las lecciones. En todo caso, trata de tornarlas a su favor a toro pasado, como en el caso del Chad. Por motivos infinitamente mayores que los que tuvo Marruecos, debía haber llamado a capítulo al embajador venezolano en Madrid y haber retirado su embajador en Caracas. Pero no ha hecho ninguna de las dos cosas, esperando como siempre hace en los momentos difíciles en que pase la tempestad con el menor daño posible. Y mientras tanto, Moratinos tratando de convencernos de que no pasa nada, de que las relaciones con Marruecos y con Venezuela son buenas y sólidas y no van a estar en peligro “por un motivo coyuntural o por un acaloramiento”. Ese desinterés del presidente del gobierno por la política exterior y la ineptitud de su ministro de Asuntos Exteriores, han llevado a España a sus mas bajas cotas en el escenario internacional. Las malas compañías no sirven para reemplazar a los amigos perdidos y ahora mismo España se encuentra sin influencia en los foros internacionales. Nadie nos tiene en cuenta a la hora de las grandes decisiones. Y George Bush sin llamar por teléfono, que se va a ir el hombre sin darle un centavo a la Telefónica..

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