lunes, noviembre 05, 2007

Fernando Castro Florez, Lo importante no es participar

lunes 5 de noviembre de 2007
Lo importante no es participar
FERNANDO CASTRO FLÓREZ
Estaba sentado en el duro y glacial graderío del estadio de La Chimenea dispuesto a ver otra paliza del Moscardó, cuando escuché una conversación terrible. Las palabras venían de lo alto, esto es, surgían tras una verja metálica dispuesta unos tres metros por encima de mi cabeza. Lo sentencioso del diálogo me llevó a pensar que era, nada más y nada menos, que la materialización del superyo freudiano. Hablaban, de forma incansable, dos jóvenes que, sin embargo, tenían nostalgias de lo que calificaron como su «época gloriosa». Eran, en todos los sentidos, veteranos que, en aquellos mismos andurriales, habían marcado goles épicos, sus regates eran pura filigrana y no se habían ahorrado la dureza del leñero cuando fue inevitable. Cotilla como soy, pegue la oreja al muro y me entregué a sus nostalgias de aquello que no retornaría más. De pronto soltó uno de ellos una frase lapidaria: «Eso de que lo importante es participar es una puta mentira». Sentí como si la tierra se abriera bajo mis pies. Entonces llegó la puntilla del otro: «A mi me repetía esa chorrada mi padre cada vez que perdíamos pero por su cara sabía que nuestro fracaso no tenía perdón». Estaba, sin haberlo buscado, colocado a los pies de dos filósofos semejantes a aquellos enterradores que Hamlet encuentra sin saber que el cadáver de su amada Ofelia se encamina hacia el reino oscuro. «Lo único que importa es ganar -sentenció una voz poderosa-, todo lo demás es asqueroso». Se me cayeron los palos del sombrajo. Tantos años repitiendo esa perogrullada, horas gastadas aleccionando a mi hijo Manuel para que entendiera la ética deportiva, tanta entrega en mi época de jugador pésimo de baloncesto, para recibir esta puñalada trapera.
Los mitos arcaicos cuentan que al abrir Pandora su funesta caja escaparon todos los males quedando en el fondo el peor de ellos: la esperanza. El efecto que ha causado en mi mente calenturienta esa deconstrucción de la ideología del participar ha sido, literalmente, el de hacerme perder la pinza. Ahora, carente de la pomada del perdedor vocacional, sólo pienso, como diría con la cara desencajada Luis Aragonés, en «ganar, ganar y ganar». Y el drama es que sólo me acuerdo de patinazos de órdago: la cantada de Arconada en la falta que tiró Platini, el fallo de Cardeñosa a bocajarro, el robo frente a los coreanos. Yo también tengo «memoria histórica» y no perdono a Gamal Ghandour, aquel árbitro egipcio que se lo llevó en caliente. ¿De qué sirve, después de tantos padecimientos de la afición, el rollo de la «deportividad»? Nos hemos acostumbrado, como la afición colchonera, a sufrir y eso, como todo el mundo sabe, es malo para la salud y deja mal sabor de boca. ¿Por qué miraba para atrás Ángel Nieto, desde la moto enana, qué impulso fatal hacía que Abascal torciera el pescuezo como Orfeo, hasta cuándo tendría que maldecir Carlos Sainz el mal fario que le perseguía? Hace ya tres décadas le contaba a mi padre las múltiples razones por las que habíamos perdido un partido; nunca era culpa mía, siempre era, como le gustaba decir, cosa de «los imponderables». Su estoicismo innato le impedía acariciarme los oídos con las virtudes «participativas», antes al contrario, con socarronería me preparaba para la lógica de lo peor.
Ahora que, por una charleta ajena, me he vuelto descreído, comprendo que el verdadero amor a los colores lo ha ejemplificado Juande Ramos y que los besos al escudo son gestos teatrales para cretinos. Un comentarista deportivo de televisión tenía la manía de decir, tras el clásico fracaso de un atleta español, que ese fulano tenía «un gran comportamiento en la alta competición». Lo que tenía que haber puntualizado era que se trataba de un vago, un torpe y, por supuesto, un lento. Hablar parece que es gratis. El fin de semana pasado, haciendo zapping, encontré otra sentencia como para tatuársela: «Seguridad, cercanías y alta velocidad». No era una indicación de la Sibila de Delfos sino un aforismo chapucero del profeta del buenismo sorteando un mundo de socavones inexplicables. En un país en el que el AVE va a paso de tortuga es normal que los cuerpos, menos sofisticados tecnológicamente, estén al borde de la petrificación. Que no me digan nunca más que lo importante es participar, que se abstengan de mentir con su pastelera «moral» deportiva para perdedores.
http://www.abc.es/20071105/opinion-firmas/importante-participar_200711050244.html

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