jueves 1 de noviembre de 2007
Tras la sentencia Enrique Badía
Quienes, con o sin ingenuidad, confiaban en que la sentencia dictada sobre el bárbaro atentado del 11 de marzo del 2004 pusiera punto final al despropósito tienen desde ayer nuevo motivo de desesperanza para encarar los meses que median hasta las elecciones generales, presuntamente fijadas para el 9 de marzo del próximo 2008. Existen indicios para temer que, unos más que otros, algunos perseveren aferrados a lo que puede parecer una laguna del veredicto judicial: la ausencia de señalamiento de un autor intelectual de la masacre en los trenes de cercanías de Madrid.
El razonamiento tiene algo de trampa, aunque aparezca fundamentado en aparente sentido común: dudar que unos fanáticos de poca monta pudieran idear, programar y ejecutar por sí mismos la colocación sincronizada de más de una decena de bombas que causaron el asesinato de 191 personas y dejaron heridas a casi dos mil, muchas de ellas con graves y persistentes secuelas a fecha de hoy. La hay porque se parte de la premisa de que alguien —ese buscado autor intelectual— perseguía un beneficio más o menos concreto, lo que podría equivaler a atribuirle algún atisbo de racionalidad. Sólo que tal reflexión entraña obviar una de las características más señaladas del terrorismo: la irracionalidad de matar por matar.
No menos tramposo es asimilar la falta de certeza sobre quién o quiénes dieron la orden de volar los trenes en esa fecha a la existencia de algo distinto: una conspiración. Eso es, en realidad, lo que se viene buscando desde el principio, sin que haya aparecido indicio razonable que avale las sucesivas teorías que se han ido desperdigando, preñadas de insinuaciones y presunciones del más diverso cariz.
Sea por las razones que sea, las encuestas muestran que una parte de la sociedad otorga crédito a la tesis conspiratoria, al punto que de antemano, antes de conocer el texto de la sentencia, cierto número de ciudadanos anticipaba que el veredicto del tribunal no serviría para conocer la verdad. Y, aunque ojalá no ocurra, da la sensación de que hay quien puede seguir dispuesto a incentivar esa clase de incredulidad.
Algunos que apuestan por ello están identificados, pero no deja de ser lamentable que en su entorno no surjan la sensatez y el coraje necesarios para inducirlos a desistir. No hacen falta muchos argumentos para concluir que no hay modo de encontrar a quién puede beneficiar seguir prolongando tanta especulación insidiosa, patrocinando que las culpabilidades son otras que las de los condenados por el tribunal. Más fácil, en cambio, resulta constatar el daño que eso está produciendo en el marco de convivencia que tanto ha costado cimentar.
Los diferentes intentos de instrumentalizar las víctimas son sin duda la vertiente peor. Tratar de extraer lecturas políticas de su contrariedad tras conocer la sentencia denota un profundo menosprecio por el lado humano de su reacción. Tras la pérdida de un ser querido o el sufrimiento directo entra dentro de lo normal que sepa a poco cualquier veredicto judicial. Padecer una tragedia en primera persona acostumbra a abrir un proceso de búsqueda de una por desgracia imposible reparación. No hay condena ni conocimiento de la verdad que repare por completo lo que ha tocado y en la mayoría de casos sigue tocando sufrir. Por eso se antoja incalificable sustituir el apoyo y la comprensión hacia su postura por un pretendido aval a la teoría de la conspiración.
La discrepancia política tiene sobrados motivos y ámbitos en los que ejercitarla, pero algunas cuestiones se deberían obviar.
ebadia@hotmail.com
http://www.estrelladigital.es/a1.asp?sec=opi&fech=01/11/2007&name=badia
jueves, noviembre 01, 2007
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