viernes 2 de noviembre de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Sonría, presidente
Que el trato presidencial afable no es patrimonio de ninguna ideología, lo demuestran Albor y Laxe por un lado, y Fraga y Touriño por el otro. Aunque fuesen a la grupa de distinta sigla, don Xerardo y don Fernando militaban en el mismo partido de la cordialidad, y eso que tuvieron presidencias poco plácidas. Tenían enemigos fuera y sobre todo dentro, que nunca obtuvieron, sin embargo, el triunfo de verlos convertidos en mandatarios gruñones.
En lo que al carácter se refiere, algunos pensaron que Fraga había sido un paréntesis. Don Manuel llegaba con una personalidad muy hecha, en el fondo más vasca que gallega, más cercana, por ejemplo, a lo que fue un Xabier Arzallus que al modelo representado por Pío Cabanillas. Entre otras cosas, su cambio consistía en imponer orden y seriedad en una autonomía convulsa, y ese orden tenía que reflejarse también en las intervenciones públicas, en el Parlamento, en las ruedas de prensa.
Es curioso que entre las cosas que perviven del fraguismo esté el carácter presidencial. Hay un alien en la Presidencia que se apodera de Touriño en muchas de sus comparecencias, transformándolo en un Fraga socialista. Nadie de su nutrido y capaz entorno de asesores parece decirle que la afabilidad, la sonrisa o ¡el talante! son armas de gran eficacia. Le aconsejan que vaya de duro, que sea implacable, que no delegue la dureza en ningún subalterno, que sea, en fin, como don Manuel.
Ocurre que esa imagen tirando a atrabiliaria suele reservarse para casa. El Touriño del Parlamento, y las ruedas de prensa domésticas, contrasta con el que diserta y charla amablemente en Madrid o Buenos Aires. Como hacen algunas marcas, el producto para la exportación es mucho mejor que el destinado a consumo interno.
Ese empeño en mostrarse enérgico en el trato con la oposición lo lleva a incurrir en excesos como el de calificar de matadero una vía construida en tiempos del PP. Algo así en boca de un portavoz secundario del partido no tendría importancia, pero la tiene cuando lo dice el presidente, sin aportar los atestados, ni aclarar si hay que considerar también mataderos las carreteras donde dejan la vida todos los fines de semana automovilistas gallegos, en número que el ministro del Interior no consideró alarmante en una reciente visita a Galicia.
Pudo haber utilizado mil expresiones diferentes, que hubiesen dejado en evidencia la responsabilidad de la derecha; eligió, en cambio, la más brutal y la que envía a la sociedad el mensaje erróneo de que son las carreteras, y no los conductores homicidas, las responsables del drama.
Es un detalle reciente que ilustra esa fraguización de la presidencia socialista. Es una pena que el cambio que se llevó a otras esferas de la Administración se haya quedado a las puertas del despacho presidencial. En ese aspecto, entre Fraga y Touriño hay un hilo conductor que, sin embargo, no existe entre Aznar y Zapatero. En Moncloa el alien aznaril fue expulsado, de forma que el nuevo inquilino tiene en la simpatía una de sus armas de seducción masiva.
Para sorpresa general, don Emilio se inspira más en su antecesor que en el presidente español. Zapatero entendió que cada vez que habla, replica o contesta, no sólo es oído por Rajoy, sino por muchos ciudadanos que van construyendo con esos retazos la imagen de su presidente. Aquí, la gente gallega del Ala Oeste le hace ver al jefe que está a solas con Feijóo, y se olvidan del principal consejo: sonría, presidente.
http://www.elcorreogallego.es/index.php?idMenu=13&idEdicion=688&idNoticiaOpinion=227430
viernes, noviembre 02, 2007
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