viernes 2 de noviembre de 2007
Ayer
Por MÓNICA FERNÁNDEZ-ACEYTUNO
Ayer una señora con mandilón caminaba peligrosamente por el arcén de la carretera; en una mano, la botella amarilla de lejía, y en la otra, un ramo de crisantemos blancos.
Lejía para el verdín y los musgos que desdibujan las fechas en la piedra de las tumbas al hacer almohadillas que reviven y se esponjan con el agua de lluvia, y crisantemos porque florecen cuando los días se acortan, como los cólquicos, las flores del otoño, que tanto se parecen a la rosa del azafrán y que también surgen de pronto de la tierra, la flor malva con cuatro hojas que ni se ven, y aunque este año hayan florecido con quince días de retraso, no es tanto la temperatura lo que le influye, y tal vez ni siquiera la luz, sino algo de los adentros de la Tierra que esta flor nota, pues un bulbo de azafrán encerrado en la despensa, todo el día a oscuras y sólo de vez en cuando algo de luz cuando alguien entra a buscar azúcar, florece a la vez que el azafrán que está bajo tierra, y lo que parecía muerto revive de pronto como el musgo con la lluvia, a la vez en el campo y en la despensa.
Bajo el olmo que amarillea, descansa de haber volado y silbado toda la noche un zorzal común, un pájaro con pintas dos o tres veces más grande que un gorrión, la forma de un mirlo, de un tordo, y que se dirige volando hacia el sur como si hubiera olido la madurez de las aceitunas en los olivos, igual que las grullas cuando migran como si oyeran caer las bellotas de las encinas.
Ayer, por el frío, no quedaban insectos en el aire y las moscas iban a morir hacia el sol que entraba por las ventanas.
Pero eso fue ayer, ¿y mañana?
La crónica de mañana sólo Dios puede escribirla.
http://www.abc.es/20071102/opinion-firmas/ayer_200711020252.html
viernes, noviembre 02, 2007
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