martes 1 de julio de 2008
El chico de la bandera
IGNACIO CAMACHO
ALGUIEN te ha puesto sobre los hombros una bandera que no sabes de dónde ha salido, una bandera empapada de alcohol y de euforia. Huele a cerveza y a sudor, al cava barato que riega el pavimento y se adhiere a tus suelas mientras saltas al compás de la multitud que te lleva en volandas, miles de cuerpos empapados por el líquido que escupen cientos de botellas y el agua de la manguera con que los bomberos tratan de aliviar desde un camión el calor pegajoso y triunfal de una noche enloquecida. Huele a entusiasmo, a optimismo, a una felicidad vagorosa y embriagada. Huele a victoria.
No quisiste ver el partido en casa. Ya queda lejos el tiempo en que subiste por primera vez, trémulo de emoción debutante y liminal, las escaleras de un estadio agarrado a la mano de tu padre. Desde entonces has aprendido a sentir el fútbol como una fiesta tribal, asociativa, socializadora, que vives entre amigos en los bares donde late con más fuerza la llamada de una pasión colectiva. Esta vez la ocasión, el verano, la expectativa del júbilo, te han llevado a la plaza bajo la gran pantalla que iluminaba el latido de la muchedumbre, y te has dejado envolver por la cosquilla de un ímpetu desbordante, contagioso y eléctrico. No querías verlo solo, ni sólo verlo: querías sentirlo, experimentarlo, vivirlo. Y ya siempre recordarás, como en todas las grandes fechas de tu aún breve existencia, dónde estabas esa noche. La noche en que fuimos -la primera persona es clave- campeones de Europa.
Las otras veces te las habían contado tus padres, tus abuelos. La tarde lejana del gol radiado de Zarra, la de Marcelino, aquella otra del fracaso en la orilla bajo el sobaco de Arconada. Historia en sepia de un pasado que atisbas en los vídeos de internet para alimentar tu memoria sentimental de una nostalgia ajena perfumada con la lírica de una derrota en la que te niegas a reconocer el símbolo de tu propia generación. Por eso sabes que esta noche es tuya: tuyos los gritos, los himnos, los abrazos, los cánticos, las pasiones. Tuya la emoción de una fiesta que no te hará mejor pero sí más feliz, que no te cambiará la vida pero sí el humor, que no te dará un triunfo pero sí una alegría, la que ahora compartes con gente que te abraza sin conocerte bajo la nube contagiosa y vehemente de la euforia.
Quizás algún día te evoques a ti mismo con una sonrisa, subido al pretil de la fuente para tremolar esa bandera que una mano anónima ha puesto sobre tu húmeda camiseta roja. Has visto desde ahí arriba chispear un flash que acaso mañana retrate en los periódicos tu rostro exultante abierto en un grito triunfal, enardecido, jubiloso, que no es de patriotismo ni de política, de nacionalismo ni de ideología, sino de orgullo, de regocijo, de identidad vacunada de prejuicios y de exclusiones. Un grito coral que te hace sentir pleno, acompañado y unánime cuando pronuncias la palabra España con la naturalidad de una emoción y el desacomplejado y comunitario alborozo de una pertenencia.
http://www.abc.es/20080701/opinion-firmas/chico-bandera_200807010256.html
martes, julio 01, 2008
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