jueves, julio 24, 2008

Rafael Bardají, La proxima guerra

viernes 25 de julio de 2008
IRÁN
La próxima guerra
Por Rafael L. Bardají
Salvo que el mundo haga algo eficaz para impedirlo, Irán acabará teniendo su bomba nuclear. Más pronto que tarde. Y el día que eso ocurra es más que probable que todo el universo estratégico en el que nos movemos quede definitivamente obsoleto. Para mal, no para bien. Éstas son las ideas básicas de Iran: la prochaine guerre, un ensayo lúcido, breve, claro y contundente que expone de forma directa, brutal, tanto las ambiciones nucleares de los ayatolás como el peligro que entrañan.

Tras cuatro años de tiras y aflojas, el pasado fin de semana volvía a escenificarse un nuevo fracaso negociador: reunidos en Ginebra, los europeos insistían en ofrecer un nuevo paquete de incentivos y los iraníes, en hacerse los suecos. Si todo dependía de que Teherán congelase el enriquecimiento de uranio, no había nada que hacer. Y claro, no lo hubo. Los iraníes salieron de la habitación igual que entraron, sin ceder en nada; en cuanto a Javier Solana, sólo pudo alegrarse ante las cámaras de que en esta ocasión le acompañó, además de tres colegas europeos, un americano, si bien éste no formaba parte formalmente de negociación alguna.

¿Qué es lo que han conseguido los europeos en estos cuatro años de diálogo con Teherán? Nada de lo que pretendían. La República Islámica no sólo no ha suspendido su programa nuclear, sino que parece haberlo acelerado en los últimos meses. Por el contrario, los ayatolás sí que han obtenido lo que buscaban desesperadamente: tiempo para resolver las contrariedades técnicas aparejadas al enriquecimiento de uranio.

A estas alturas de la película no deberían quedar dudas sobre las verdaderas y aviesas intenciones de los dirigentes teocráticos y fundamentalistas iraníes. Llevan más de veinte años estudiando la manera de hacerse con armamento atómico; aún peor: lo han hecho de manera opaca y clandestina.

Quien todavía tenga dudas, debería leer este libro, en el que se nos introduce en el peculiar mundo del poder del Irán jomeinista, donde el que más manda no siempre es el presidente, sino el líder espiritual, donde los arsenales de misiles están controlados por un cuerpo denominado Guardianes de la Revolución y donde, en fin, hay un consejo encargado de la salvaguarda de los valores islámicos. Se trata, en definitiva, de un país que no es como el nuestro.

De esta obra no cabe esperar, por su concisión, un tratado sobre el régimen iraní. En cambio, sí es un muy buen libro sobre las intenciones de Ahmadineyad y compañía en materia nuclear. Paso a paso, el autor, Bruno Tertrais, desgrana los argumentos que esgrimen los líderes iraníes –por ejemplo, su derecho (¿divino?) a disfrutar de la tecnología nuclear– y los echa abajo sin piedad.

No es verdad, por ejemplo, que los ayatolás tengan intenciones pacíficas. El suyo no es un programa civil con potenciales aplicaciones militares; todo lo contrario: es un programa con fines militares que esconden y presentan como una investigación para aplicaciones pacíficas. Como los hechos son más tozudos que las palabras, por mucho que digan y por mucho que se revuelvan los negociadores iraníes, nada puede explicar tanto secretismo durante tanto tiempo ni, mucho menos, algunas de las cosas que los inspectores de la ONU han encontrado, como los diseños para fabricar las esferas de metal que sirven para crear la masa crítica del material fisible y comenzar, así, la reacción en cadena, o los discos de berilio, cuya única finalidad conocida –salvo que los ayatolás hayan caído colectivamente en una nueva aberración fetichista– es servir de detonadores de una bomba atómica. Bueno, sí hay una única cosa que lo explicaría todo: que estén queriendo fabricar una bomba.

El segundo mito que desmonta claramente Tertrais tiene que ver con el supuesto derecho que asistiría a Irán para investigar cómo se enriquece el uranio. Se ha llegado a sostener en Ginebra que el Tratado de No Proliferación confiere a los iraníes tal derecho. Nada más falso. El acceso a la energía nuclear de uso civil es un derecho reconocido a todos los signatarios, siempre y cuando cumplan con las pertinentes salvaguardas (cosa, dicho sea de paso, que no hace Teherán, según la propia ONU). Pero en el TNP no se dice que los signatarios pueden hacer lo que quieran siempre que se detengan justo antes de fabricar una bomba. Tertrais lo deja claro. Como se ha dicho ya, ésta es la interpretación de la misma ONU, quien considera que Irán se ha colocado al margen de la legalidad internacional y que, por eso, debe ser sancionado.

Otro mito más al descubierto: si Irán persigue el arma atómica es porque pretende reforzar su seguridad. O sea, que no quiere hacer realidad sueño hegemónico u ofensivo alguno. Sería una paradoja que Irán, luego de librarse de sus dos peores enemigos: Sadam Husein y el régimen talibán (gracias a los americanos, todo hay que decirlo), se sintiera ahora más amenazado que nunca, tanto como para buscar cobijo bajo un paraguas nuclear.

Ninguno de sus vecinos alberga deseos ocultos de invadir Irán. Nadie en el mundo se plantea hacerlo. Por mucho que suenen tambores de guerra en Washington y Tel Aviv, lo cierto es que Irán ni está ni estará amenazado; tampoco, posiblemente, su actual régimen. Otra cosa es su programa nuclear, que sí puede ser destruido. Pero resulta todavía más paradójico que, por reforzar su seguridad, los ayatolás se arriesguen a que sus instalaciones más queridas sufran un ataque. No hay forma lógica de explicarlo. Salvo que no se haga caso de la versión pacífica que airea Teherán. Si Irán quiere la bomba es para sacar provecho de ello; directa o indirectamente, real o virtualmente, militar o políticamente.

De hecho, como muy bien expone Tertrais, los ayatolás no necesitán bombardear Israel para alterar el panorama estratégico en su favor: hostigarán cuanto quieran a sus vecinos, movilizarán a su antojo a sus lacayos de Hezbolá y Gaza, impondrán el precio del crudo que más les convenga y amenazarán al mundo cuando lo estimen oportuno; y todo porque tendrán a mano el paraguas nuclear.

Si se fracasara a la hora de poner freno al programa nuclear iraní, ¿cuáles serían las consecuencias? En primer lugar, se desataría una carrera atómica en la región, que, no lo olvidemos, provee de crudo a medio mundo; una carrera cuyos peligros serían innumerables. En segundo lugar, asistiríamos al despliegue de una política de dedo en el gatillo (nuclear, eso sí) por parte de Israel e Irán, con los consabidos riesgos de accidentes que conllevaría: piénsese, por ejemplo, en los tiempos de la Guerra Fría, de clima generalmente más benigno. En tercer lugar, los países de la zona invertirían ingentes sumas en sistemas bélicos, lo que sólo puede ir en detrimento del desarrollo de la misma. Y si usted es de los que creen que la pobreza y la falta de expectativas está en la raíz del terrorismo islamista, entonces no puede esperar sino más terrorismo.

Así las cosas, Tertrais concluye que lo mejor sería parar en seco a los ayatolás. Y cuanto antes mejor. El problema es que sólo los Estados Unidos e Israel podrían llegar a plantearse la opción militar. Y las condiciones políticas en uno y otro país no parecen ser las apropiadas para tomar una decisión tan dramática. O sea, que salvo un milagro estratégico, más vale que nos vayamos acostumbrando a vivir bajo la bomba. Esta vez la iraní. Pero eso lo digo yo, no el autor.


BRUNO TERTRAIS: IRAN, LA PROCHAINE GUERRE. Le Cercle Midi (París), 2007, 139 páginas.


http://libros.libertaddigital.com/la-proxima-guerra-1276235188.html

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