viernes 25 de julio de 2008
Apuntaciones sobre las lenguas españolas
Antonio Castro Villacañas
C OMO casi todo el mundo sabe, en esta España de nuestros pecados existen por lo menos media docena de lenguas, habladas por distinto número de españoles y extranjeros, y escritas por un núcleo de personas inferior al de parlantes. No es que la torre de Babel se desintegrara sobre la Península Ibérica en mayor proporción que en otras partes del mundo, sino que por diferentes motivos históricos hubo un pueblo -el vasco- que conservó a lo largo de los siglos diversas variantes de su primitiva manera de entenderse entre sí, y otros cuantos pueblos -el gallego, el asturiano, el aragonés, el catalán, el valenciano, el balear, el leonés, el castellano, el extremeño, el murciano, el andaluz- que a partir de concretos momentos de su particular historia renunciaron a utilizar de modo prioritario su particular habla y adoptaron a la fuerza o de buen grado la práctica de una lengua extraña -el latín- por ser superior a la suya en muy variados ámbitos culturales, sociales, de índole comercial, etc. El latín hablado por cada uno de esos pueblos
-en realidad, por las diferentes tribus que luego constituyeron tales pueblos-, enriquecido o no por sus propios vocabularios, acentos, tonos o matices, se convirtió después, poco a poco, a lo largo de un proceso parecido y diferente, en la lengua que hoy cada pueblo español considera símbolo de su propia identidad. Es decir, en una de la media docena de lenguas españolas citadas al comienzo de estas apuntaciones.
Antes de seguir adelante conviene precisar que si el latín -y el cartaginés, el godo, y el árabe, que se nos habían olvidado- fueron impuestos a la fuerza en algún momento a los citados pueblos y tribus, por evidentes razones históricas no podemos considerar responsables de esa afrenta a los Reyes Católicos, Felipe V, Madrid o Franco, como sí hacen ahora en cuanto pueden los nacionalistas que para nuestra desgracia predominan en las comunidades autónomas establecidas al amparo de la desdichada Constitución de 1978. También conviene dejar en claro que, a pesar de cuanto digan los nefastos nacionalistas, tampoco los citados factores tienen la culpa de que las diversas lenguas mencionadas se hayan desarrollado más o menos. Si el gallego, en forma de portugués, lo hablan hoy cien millones de personas y el bable -puro asturiano- menos de cien mil, sobre los gallegos y asturianos de ayer, esto es, del año 500 para acá, recae la responsabilidad correspondiente, pero ninguna culpa puede achacarse a cualquiera de sus vecinos, pertenecientes a pueblos con quienes portugueses o gallegos han venido conviviendo de cualquier forma a lo largo de los 1500 años siguientes.
Es la Historia, obra colectiva de cuantos habitamos la Tierra, y nadie más, quien ha hecho que una de las lenguas ibéricas derivadas del latín -y del godo y el árabe- se haya impuesto sobre las lenguas hermanas de la Península. El castellano no fue una invención del Cid Campeador, ni una imposición de Isabel la Católica a su esposo Fernando. Si desde un rincón de La Rioja se expandió hacia arriba y abajo, la derecha y la izquierda, de la tierra en que primero se balbuceaba, convirtiéndose con el tiempo -sin dejar de ser castellano- en español, y en calidad de tal como la segunda lengua del mundo, hablada y escrita por 500 millones de personas, por algo será. Algo tienen el agua y el vino cuando los bendicen; algo diferente a lo que tienen los demás líquidos que no son bendecidos. El español actual, producto del castellano y superior a éste, ya no es ni siquiera el idioma o la lengua propia de España, pues si aquí lo utilizamos 45 millones de personas, México y Estados Unidos nos superan en número de usuarios. ¿Tienen todos o alguno de ellos la culpa de que el gallego, el bable, el vasco, el catalán, el castúo, o el sursum corda, estén muy lejos de haber logrado y de tener posibilidades de lograr una difusión semejante?
Yo entiendo, valoro y asumo que quienes tienen como materna una lengua española minoritaria se empeñen en cultivarla para mantenerla en buena forma el mayor tiempo posible, pero por muy duro que resulte ajustarse a la realidad de los hechos la Historia nos enseña que desde la Torre de Babel hasta hoy se han extinguido, han ido desapareciendo, multitud de lenguas, entrañables para todos y cada uno de sus hablantes... Año tras año aumenta el número de quienes utilizan el chino, y año tras año disminuye el de quienes usan el manchú. Ninguna fuerza humana y sí una dinámica histórica hacen que el chino se vaya convirtiendo día a día en un idioma de ámbito internacional, mientras que disminuye al mismo tiempo la difusión y el uso del japonés, el hindú, el tagalo, etc., en el gran teatro del mundo.
El catalán es una hermosa lengua española hablada hoy por cuatro millones de personas dentro y fuera de los límites territoriales de Cataluña, pero -por mucho que se empeñen quienes la utilizan como arma política- sirve para muy poco más allá de las tierras en que habitual y naturalmente se usa. Es justo y lógico que los catalanes se esfuercen en mantenerla viva y útil en las ciudades y en los pueblos donde siempre se ha hablado y hecho uso de ella, pero no es lógico ni justo que su esfuerzo se concentre en impedir o dificultar que los catalanes -sean de vieja raigambre o de reciente arraigo- hablen y usen el español en su vida cotidiana. No es justo ni es lógico por una diversa serie de razones. La primera y principal es que también el castellano viene siendo desde hace siglos lengua propia y natural de una considerable parte de los catalanes: de otra manera no puede entenderse que Carvantes, en la segunda parte del Quijote, relate la visita y estancia del ingenioso hidalgo y de su escudero en Barcelona haciéndoles convivir sin ninguna dificultad con toda clase de catalanes, desde los bandoleros de Roque Guinart a los de más alta posición social y económica, pasando por los industriosos impresores de libros en latín, como es natural, pues era en aquellos siglos la lengua de ámbito mundial, pero también en castellano y no en francés, inglés o alemán, porque estas hablas ni eran propias de Cataluña ni beneficiaban a Cataluña en la dimensión que lo hacía y hace el castellano.
Esa es otra de las razones que impulsan a rechazar el vergonzoso destierro del español decretado por los nacionalistas gallegos, vascos, catalanes, baleáricos y valencianos: su utilidad económica. Si para toda España la lengua común de todos los hispanos representa el 15% de nuestro producto interior bruto, no me parece exagerado pensar que una cifra parecida debemos señalar en el haber de las economías de las comunidades autónomas citadas, tanto por lo que respecta al turismo internacional que en cada caso reciban como al producto de alguna de sus industrias. ¿Qué sería, por ejemplo, de la industria editorial catalana si dejara de utilizar el español? ¿Qué sería de su industria farmacéutica o de sus Caixas? Lo mismo podemos decir de los supermercados Eroski, la editorial Aranzadi, el BBVA, los supermercados Mercadona, la industria conservera gallega o muchos otros casos parecidos.
El uso de la lengua española es un gran negocio, y por ello estoy seguro de que ningún catalán sensato ningún avispado gallego, ningún balear inteligente y ningún vasco en su sano juicio querrá privar a sus hijos y nietos de una herramienta tan eficaz como lo es el castellano para la tarea de hacerse persona y andar por el mundo, como hicieron y han hecho cientos de miles de sus antepasados durante los últimos quinientos años. Pero con toda la importancia que sin duda tiene esta faceta de la lengua española, yo valoro mucho más su dimensión cultural y el daño que hacen a su país y a sus jóvenes los estúpidos nacionalistas que acosan al castellano en Baleares, Cataluña, Galicia, País Vasco o Valencia. ¿Se dan cuenta tan disminuidos mentales de que su política conduce a que sus hijos y nietos no puedan apreciar y valorar como es debido a Quevedo y Lorenzo Vilallonga, Unamuno e Ignacio Agustí, Galdós y Valle-Inclán, Machado y Baroja, Clarín y Blasco Ibáñez, singulares ejemplos de egregios españoles y de baleares, catalanes, gallegos, vascos o valencianos igualmente egregios?
¿Se dan cuenta de lo que hacen las aldeanas autoridades de los territorios que impiden o dificultan la enseñanza del castellano a sus niños y jóvenes? ¿Son tan cortos de vista y conocimiento que ignoran el evidente hecho de que apenas existen revistas y libros científicos o de alto nivel cultural editados en valenciano, vascuence, gallego o catalán, y sí varios millares de unos y otras publicados en español?
La desgraciada Constitución de 1978 no impide que autoridades pueblerinas lleven a cabo una política incongruente y estúpida de acoso y desarraigo del español. Tampoco hacen nada para encauzarla hasta extinguirla el presidente y los miembros del largo en cargos y corto de luces Gobierno que nos hemos dado en las últimas elecciones. Este lamentable ejemplo de política de topos y avestruces me da tanta indignación como tristeza, pero no por el futuro del castellano o español, que de sobra lo tiene asegurado por ser una lengua internacional propia de 500 millones de personas, sino por el atentado que supone dificultar su conocimiento o privar del mismo a cientos de miles de jóvenes españoles, condenados por la estrechez de miras de sus dirigentes nacionalistas a competir con sus demás compatriotas en inferioridad de condiciones dentro de numerosos y variados ámbitos. El español y lo español no se van a extinguir por ello. Lo que sí está en peligro es la existencia de Rosalías, Valle-Inclanes, Torrentes, Unamunos, Barojas, Villalongas, Blasco-Ibáñez, Balmes, Boscanes, Plas, Agustís o Marsés. Eso es lo que me apena.
Eso, y que tamaño desatino contribuya a distanciar cada día un poco más pueblos y personas que la historia unió para dotarles de presencia universal.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4745
viernes, julio 25, 2008
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