miércoles, julio 23, 2008

Florentino Portero, Karadzic

miercoles 23 de julio de 2008
Karadzic
FLORENTINO PORTERO, Analista del grupo de Estudios Estratégicos GEES
LA captura de Radovan Karadzic por la policía serbia mientras paseaba por las calles de Belgrado nos retrotrae a los peores momentos de la crisis de los Balcanes, cuando Europa y Estados Unidos trataban de mirar hacia otro lado mientras se producían asesinatos en masa y violaciones sistemáticas de los derechos humanos. El efecto de aquellas terribles imágenes, que se colaban impunemente en nuestros hogares a través de los aparatos de televisión, llevó a una rectificación de la política occidental que concluiría, en sus aspectos más específicamente militares, con la invasión de Kosovo por las fuerzas de la Alianza Atlántica.
Todo empezó con la descomposición de la Unión Soviética. Los partidos comunistas perdieron toda legitimidad y se hizo necesario reemplazar los viejos discursos estatistas y antiliberales por otros nuevos. Como la imaginación es un bien escaso, muchos echaron mano del armario de la Historia. Sin mayor reparo desempolvaron antiguas doctrinas, desatando pasiones nunca del todo superadas a pesar del daño que habían provocado. Con el fin de la Guerra Fría se descongeló el viejo nacionalismo y sobre él organizaron su estrategia política desaprensivos de aquí y de allá. El más conocido, y posiblemente el mayor responsable, fue Milosevic. Pero no fue el único, como tampoco es única la responsabilidad de los serbios.
El auge del «nacionalismo excluyente» hizo inviable la supervivencia del estado yugoslavo y dio paso a un conjunto de guerras previas a la proclamación de la independencia de los hasta entonces estados federados. Al socaire de estos conflictos emergieron personajes siniestros que ganaron publicidad internacional por las atrocidades que cometieron. Uno de los «teatros» más crueles fue Bosnia, donde las distintas comunidades -croata, serbia y musulmana- se encontraban más mezcladas y donde, por lo tanto, resultaba más difícil trazar unas nuevas fronteras. En la memoria de muchos de nosotros perdurarán los combates de Sarajevo y, sobre todo, uno de los hechos más vergonzosos de la reciente historia europea, de Naciones Unidas y, en particular, de las Fuerzas Armadas holandesas: la toma de Srebrenica, que dejó atrás ocho mil muertos. Una masacre ejecutada ante nuestra pasividad consciente.
La historia reciente de Bosnia está unida, entre otros, a dos personajes: Radovan Karadzic y el general Ratko Mladic. El primero, un psiquiatra que trabajaba en Sarajevo, asumió la dirección política de la comunidad serbia de Bosnia al estallar el conflicto. Demostró un carácter sanguinario y una fe en las doctrinas racistas impropias de un médico, sino fuera por los precedentes existentes de médicos racistas y sanguinarios. Él marcó la pauta que ejecutó con contundencia y escasos escrúpulos morales el general Mladic. Ambos son corresponsables de alimentar un conflicto perfectamente evitable y, sobre todo, son responsables directos de crímenes de guerra.
Durante el largo período trascurrido desde los Acuerdos de Dayton, que pusieron fin a la Guerra de Bosnia, hasta la fecha, tanto Karadzic como Mladic se encontraban en paradero desconocido. Desconocido para el Tribunal Internacional de Justicia, para la antigua Yugoslavia, pero no tanto para los servicios de seguridad serbios. El argumento de que se encontraban escondidos y protegidos por grupos nacionalistas radicales y que, por más que la policía seguía su pista, no acababan de localizarlos gozaba de poca audiencia. La prueba de su inconsistencia ha sido la facilidad con la que el nuevo gobierno serbio ha encontrado a Karadzic y, probablemente pronto, encuentre también a Mladic. No parece que estemos ante una sofisticada operación policial, sino ante un importante giro diplomático.
Serbia desató el conflicto, aunque no es la única responsable, y Serbia perdió las guerras consiguientes. Acaba de sufrir una nueva humillación con la segregación de facto, que no de iure, de Kosovo. Sus responsabilidades en lo ocurrido y su «protección» a criminales de guerra bloqueaban su acceso tanto a la Unión Europea como a la Alianza Atlántica. Las recientes elecciones generales giraron precisamente en torno a estos temas ¿debían mantenerse en una posición de firmeza nacionalista? o, por el contrario ¿tenían que buscar un equilibrio entre la dignidad nacional y el acceso, lo antes posible, a estos organismos internacionales? La ciudadanía ha optado por la segunda estrategia y el nuevo gobierno se ha puesto a trabajar en esa dirección. No tiene sentido mirar hacia atrás. Serbia necesita urgentemente incorporarse a la Unión Europea para modernizar tanto su economía como su sociedad. Más aún, sólo desde el reconocimiento internacional estará en condiciones de defender sus derechos e intereses.
Han pasado los años, pero muchos problemas siguen sin encontrar solución. A pesar del liderazgo norteamericano en el reconocimiento de la independencia de Kosovo son numerosos los países que continúan negándose a mantener relaciones diplomáticas con este pequeño territorio que difícilmente encontrará una viabilidad económica. Tampoco Bosnia supera la división provisional y pocos apuestan por su futuro. Las amenazas se ciernen sobre la convivencia entre musulmanes y cristianos en Macedonia, con el trasfondo de la proclamación de una Gran Albania. En Estados Unidos ya se oyen voces reconociendo que fue un error alentar la independencia de Kosovo, que albaneses y serbios no pueden vivir juntos y que convendría redefinir las fronteras, incorporando el norte a Serbia...
Transcurrirán muchos años antes de que la situación se asiente y es de temer que en el camino nos encontremos con alguna que otra desagradable sorpresa. No es posible superar en un tiempo breve siglos de historia compleja y décadas de nacionalismo, ese veneno capaz de enloquecer a las masas y de desatar las peores pasiones.
La captura-entrega de Karadzic es un significativo paso adelante en la normalización de la vida serbia, una prueba de su voluntad de dejar atrás un período nefasto de su historia para incorporarse, como un estado más, a la aventura colectiva de crear una Europa Unida. De la misma forma que el Tratado de Roma representó el intento de cerrar las heridas provocadas por dos guerras mundiales, un objetivo felizmente logrado, el ingreso en la Unión de los estados balcánicos puede ser interpretado como prueba de su voluntad de superar tanto un pasado comunista como unas experiencias más recientes caracterizadas por los excesos del nacionalismo excluyente.
Asesinos como Karadzic aparecen en ambientes radicales, pero pueden ser detenidos a tiempo si los organismos internacionales actúan con prontitud y decisión. Mirar en otra dirección no soluciona nada. Lo único que conseguimos es que los problemas crezcan en complejidad y, al final, se vuelvan contra nosotros.
Analista del Grupo de Estudios Estratégicos GEES

http://www.abc.es/20080723/opinion-la-tercera/karadzic_200807230303.html

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