Las cosas que nadie le ha dicho al Rey… o sí
Diálogo religioso, ¿con Arabia Saudí?
Josep Carles Laínez
21 de julio de 2008
Para enterarse de qué piensan los budistas, uno tiene infinidad de formas. Igualmente, si le atrae José María Escrivá Balaguer, dispone de volúmenes de sus obras en decenas de lenguas. Y si quiere leer los textos básicos del judaísmo, le basta coger la Biblia y empaparse los cinco primeros libros. Cualquier religión del mundo (salvo a lo mejor las más desconocidas o alejadas –africanas, siberianas, amazónicas…) está a disposición de un lector europeo. La cultura es patrimonio de todos.
Si nos vamos al terreno de interactuar con nuestros semejantes, e interesarnos por las formas de vida y las prácticas de los fieles de diversas religiones, en cualquier iglesia, capilla, mezquita, templo, sinagoga, salón del Reino o círculo de piedras reciben a los invitados con amabilidad y respeto. Nadie los va a intentar drogar para robarles su dinero ni los van a sentar en una silla para quitarles sus ideas. Asistirán al servicio religioso, charlarán con alguno de los representantes del grupo, se despedirán y, si ustedes lo desean, jamás volverán a ver a esas personas ni a pisar ese espacio. Habrán conocido, digamos, la portada de una religión, pero no el anima que la aviva a ella y a sus creyentes; para eso, haría falta ser miembro.
Las dos cosas que he mencionado, en un país libre como el nuestro, las puede hacer cualquier persona. Siendo esto así, ¿qué sentido hay en un “diálogo religioso mundial”? ¿Cuánta vacuidad se esconde tras esos grandes eventos donde los mandatarios se dan palmaditas y todos ponen buena cara? ¿Qué tendrá que hablar, más allá de la anécdota, un brujo de Perú con un shintoísta de Japón; un budista de Sri Lanka con un mormón de Utah; o un animista de Benín con un testigo de Jehová de Australia? ¿Qué se dirán más allá de pensar, cada uno, que el otro está en el error y va hacia la condenación eterna? En las religiones, vale más que en otro aspecto de la vida aquel popular dicho de “cada uno en su casa, y Dios en la de todos”.
Sin embargo, hay un error en este planteamiento, pues he presentado el mejor de los mundos posibles, donde se supone que las personas son inteligentes, respetuosas y el deporte nacional europeo no es el autoodio. Con esta enmienda, claro, las cosas cambian, y resulta que a un dictador se le ocurre una “Conferencia Mundial para el Diálogo” ¡para sentar a los demócratas a dialogar! Podría haberse celebrado en una república, pero ha sido España la elegida para tal acontecimiento; en él, primeras figuras religiosas del mundo (Bahrain, España, China, Chipre, Estados Unidos, Japón, India, Irán…) van a dialogar sobre el diálogo de religiones. No es extraña la elección de la villa y corte sabiendo qué bien trata la Casa Real española a la saudí (Toisón de Oro y anacronismos del estilo) y cómo se preocupan de que los medios occidentales no fustiguen en demasía a una de las dictaduras más brutales del planeta.
Porque alguien habrá de explicar a los españoles el motivo por el que se compadrea con Arabia Saudí sabiendo que en ese reino está prohibida cualquier religión que no sea la musulmana. Y prohibida no quiere decir no construir iglesias o dejar que se caigan (en Marruecos) o prohibir las misiones (en Argelia), sino condenar a penas demenciales a quien ponga luces de Navidad, la felicite por teléfono, realice una misa en una embajada, posea una Biblia, lleve colgado un crucifijo, rece en grupo en un domicilio privado, ¡o rece en privado dentro de su cama! Cualquier manifestación que no sea la islámica es un delito en Arabia Saudí; por no hablar de la situación de la mujer… ¿Y esta gente nos viene a dar lecciones de diálogo a nosotros?
El diálogo se basa en la reciprocidad. Si ésta no existe, no hay diálogo, sino rendición. ¿Cuál es el precio que se paga? O mejor, ¿quién lo cobra?
http://www.elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=2568&blog=
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario