viernes, julio 25, 2008

David Amado, Dios ha nacido en el exilio

viernes 25 de julio de 2008
NARRATIVA
Dios ha nacido en el exilio
Por David Amado
En Dios ha nacido en el exilio Vintila Horia recrea la vida de Ovidio, que ha sido desterrado por Augusto por pervertir a la juventud romana con su libro El arte de amar. Publicada en francés en 1960, su calidad fue inmediatamente reconocida. Horia fue galardonado con el Goncourt, pero la izquierda cultural, capitaneada por Sartre, inició una campaña de desprestigio que le llevó a renunciar al prestigioso galardón.

Lejos de haber perdido actualidad, esta novela es una lucida descripción de la búsqueda de sentido que acucia a todo hombre que atienda mínimamente las demandas de su corazón. En la línea de los grandes narradores que exploran el interior del hombre y su ansia de plenitud, Horia se fija en un gran autor de la Antigüedad, Ovidio, para apuntar cómo las respuestas creadas por el hombre no logran satisfacernos plenamente, por lo que es más que razonable esperar una revelación.

Desde su exilio en la ciudad de Tomis, en el país de los dacios (actual Rumania), Ovidio inicia un viaje interior en el que cada vez se hace más evidente la nada sobre la que está construida su vida, y hacia la que se desliza asimismo la sociedad. Como dice el personaje: "Augusto nos ha dado un Imperio, pero nos ha quitado el alma". Roma ha dejado de ser fiel a sus dioses, a los que ya nadie reza, pero sigue ocupando nuevos pueblos, a los que llevará la muerte "antes de hundirse ella, agotada por sus propios errores".

Las vivencias de Ovidio en el país de los getas nos son reportadas en un diario. Ovidio, que al principio enloquece y rabia por vivir lejos de la Urbe y siente nostalgia por la felicidad de antaño, descubre que se trataba de una falsa rabia y de un falso sufrimiento, "tan ficticios como el amor y la felicidad que había cantado en mi juventud". Ese camino de Ovidio no nace de una especulación filosófica, a la que estaba habituado por su adhesión al pitagorismo, ni tampoco por un análisis de la situación política o social que le envuelve.

Todo le es descubierto a través de una mujer geta, Dokia, que le servía en casa. Dice de ella: "Nunca me ha pertenecido, nunca le he hablado del amor que le tenía, pero junto a ella he podido juzgarme a mí mismo con toda sinceridad". A través de Dokia conocerá a otros personajes, como el sacerdote de Zamolxis (un dios único frente al politeísmo romano), que le transmiten paz y, sobre todo, abren su corazón a la esperanza. "Esa mujer se ha marchado, se halla muy lejos de Tomis y nunca volverá, pero su presencia a mi lado, en esta misma casa, me ha llenado de conocimiento. Me ha hecho entrever un tiempo, en el futuro de los hombres, en el que el amor será posible incluso para nosotros, los romanos privados de amor".

Ovidio llega a la situación existencial en la que sólo cabe una salida: que Dios se revele. "Esto no podía durar mucho tiempo. Nuestros sufrimientos tenían un límite y, si ese Dios existía, tenía que apiadarse de nuestras desgracias y hacernos una señal. O quizás ese silencio quisiera significar que Dios no existía. O que todo eso, los muertos, el infinito dolor, el infinito silencio, tenían un sentido que nuestra razón no podía captar". Porque los dioses antiguos se ha demostrado que son incapaces de dar una respuesta al anhelo del hombre, y la solución humana de un imperio, en la que se finge la divinización de los emperadores para guardar las apariencias, es totalmente insuficiente.

El camino que recorre Ovidio, que es el de Vintila Horia y el de todos los hombres, topa con una dificultad: la imposibilidad de expresar lo que más profundamente se anhela. Por eso dice: "Se necesitarían nuevas palabras, una nueva visión de la vida y una religión nueva para poder crear un nuevo lenguaje y expresar lo que los hombres de hoy sienten en el fondo de sus corazones y que su ignorancia les impide manifestar por medio de juicios y palabras".

El hombre no sólo no conoce la respuesta, sino que es incapaz de expresar lo que su corazón le dice. "Vivíamos en un mundo asfixiante –dice uno de los personajes–. Tenía que ocurrir algo que colmara mi espera, algo que todos los hombres esperaban desde hacía muchos siglos, desde siempre, desde el momento en que conocieron el sufrimiento y la muerte".

Y el poeta también experimenta que todo lo que daba por sabido y parecía una respuesta se muestra caduco. A un soldado que le pregunta por el secreto del amor, él, que pasaba por conocer todos los secretos del arte amatorio, se ve obligado a confesarle: "He escrito sobre el amor en un mundo que estaba en trance de desaparecer. Los poetas esperan la buena nueva del nacimiento de Dios para escribir los libros de un tiempo que será el del amor".

Vintila Horia apunta también falsas respuestas con las que el hombre intenta eludir la necesidad acuciante de respuesta, de una respuesta que le satisfaga plenamente. Encontramos, por ejemplo, a un asesino, Selouros, que fue encadenado a una picota levantada en el centro del Foro y contra el que lanzaron panteras y leopardos hambrientos. "Cuando las fieras se le acercaron sólo pudo arrojar arena con su pie derecho a los ojos de una pantera que se preparaba para saltar sobre él. Era una actitud de inocencia infantil (…) Selouros seguía arrojando arena en dirección a sus enemigos con la alocada rapidez del que cree haber encontrado en un movimiento insensato su medio de salvación, cuando un leopardo saltó por encima de la pantera cegada". Es el hombre que intenta distraer un final desastroso e ineludible.

Aparece también un tabernero, Herimon, que, prendado de una joven lidia, asesina a su mujer enferma para poder casarse con ella. Sin embargo, su acción conlleva su propia desgracia, pues le conducirá a la locura y a lo alto de un acantilado, que lo entregará a las olas.

Por eso el poeta, ante la muerte de dos ancianos que le han dado cobijo a manos de unos saqueadores, se queja angustiado: "Un error terrible planeaba sobre el mundo; una falta desconocida provocaba la ira de Dios. Esta falta era tan antigua que los hombres la habían olvidado y nadie, ningún mensajero, descendía junto a nosotros para recordárnosla". Los mismos esfuerzos del hombre para resolver el enigma resultaban ineficaces: "Se hacían sacrificios, se quemaba incienso ante los altares de los dioses de mil nombres, pero todo ello era inútil y el verdadero Dios no quería hablar todavía".

Y encontramos el pensamiento del antiguo Ovidio, el que creyó encontrar la iluminación en la filosofía de Pitágoras. "La metamorfosis era el secreto por medio del cual explicaba yo, según las enseñanzas de Pitágoras, la eternidad de nuestra alma. No podía concebir la inmortalidad pura, inmutable, más allá de la vida del cuerpo. De modo que no volaba por entre los astros, sino muy bajo, por entre las opiniones de mis contemporáneos y predecesores. Profetizaba al revés".

Pero también aparecen personas que no se conforman con una situación absurda ni dejan que el escenario de desesperanza que los envuelve se apodere de ellos. Son hombres y mujeres como Dokia, su esposo Honorio (un centurión romano que habrá de elegir la deserción para no perder lo que ha descubierto), Artemis, una prostituta que experimenta el ansia de una amistad verdadera, o Teodoro, un médico que conoció a Jesús en Belén y que lo ha perdido, por eso se oculta en la bebida.

Prácticamente todos los personajes de la novela tienen una notable densidad, a través de la cual nos llegan los ecos de una misma llamada para todos los hombres, aunque no todos la reciben de la misma manera.

Vintila Horia, hombre del exilio, coloca a su personaje lejos del hogar y apartado de los suyos. Pero el exilio se convierte en la frontera de la tierra libre, donde es posible conocer de primera mano otras maneras de afrontar la existencia, muy distintas a la de Roma. También hasta allí han llegado rumores, en el tránsito del imperio de Augusto a Tiberio, de que algo ha sucedido en una aldea casi ignota de Palestina. Unas antiguas profecías de los judíos hablaban de ello, y su noticia no contradice en nada lo que el hombre espera: antes bien, parece cumplirlo.

Con lo señalado, es innecesario establecer paralelismos entre lo descrito en la novela y el hombre actual. Fácilmente se ven las similitudes y se descubre la grandeza de un autor capaz de colocar al lector ante la pregunta fundamental de la existencia.


© Fundación Burke

VINTILA HORIA: DIOS HA NACIDO EN EL EXILIO. Ciudadela (Madrid), 2008, 254 páginas.

http://libros.libertaddigital.com/dios-ha-nacido-en-el-exilio-1276235192.html

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