martes 22 de enero de 2008
Islam radical en Barrio Chino
VALENTÍ PUIG
ERA inexcusable que los últimos en reconocer la capacidad de captación del islamismo radical en Cataluña fuesen los responsables de la Generalitat. Han exigido las prerrogativas del poder simbólico y presupuestario, pero no asumen con tanta presteza el ejercicio de la autoridad real y el deber de garantizar la seguridad de los ciudadanos mientras Eurabia va tomando figura en el paisaje humano y social de Europa. El experimento multiculturalista del Raval -el antiguo Barrio Chino barcelonés- ha resultado no ser lo mismo que subvencionar el teatro de vanguardia o pretender la identificación de Barcelona con la trasgresión estética. Darse un paseo por la Rambla y creerse epicureamente en El Cairo ha sido, a todas luces, una frivolidad. Además de las recientes detenciones en Barcelona, las últimas noticias de Túnez o de Marruecos acrecientan la inminencia del riesgo. Es contra Europa que el Euroislam crece mejor.
El Euroislam crece mientras la Europa de siempre envejece, no mejora ni mucho menos su productividad y consiente su propio debilitamiento moral y vital aun a costa de que la tentación relativista cada vez gane más territorio. La Europa del colesterol no quiere ver su verdadero rostro demográfico en el espejo. La Unión Europea no tan sólo no va a ser una entidad geopolítica en expansión, sino que -como ya advirtió lúcidamente el historiador Niall Ferguson- puede dar síntomas de atrofia institucional. En 2050, la edad media de los europeos habrá pasado de los 38 a los 49 años. Especulaciones más optimistas considera que el envejecimiento de Europa puede ser contrarrestado con cambios en la edad de jubilación y la reforma de los mercados laborales. Pero por ahora las bajas tasas de natalidad obligan a abrir las puertas a una inmigración que en porcentajes significativos no se integra, sino que nutre el Euroislam. Todo eso predicaban los imanes de las mezquitas de Barcelona en el adiestramiento de futuros terroristas, como ocurrió en Madrid antes del 11-M en 2004.
La inconciencia de la izquierda gobernante en Cataluña añade elementos de vértigo al riesgo porque revela una cierta complicidad huidiza con todo lo que sea ajeno a la idea de Occidente. Es el triunfo insano del eufemismo como inhibición ante el peligro de derrota. Véanse los virtuosismos retóricos en el caso de la petición turca de ingreso en la Unión Europea. Generalmente, la oposición que se formula es tibia y meliflua. De vez en cuando, alguien expone que la Europa fundada por Adenauer, Schuman o De Gasperi todavía es una entidad cristiana, pero -dice Ferguson- la realidad es que las sociedades europeas en realidad son sociedades postreligiosas. Así se explican muchas cosas.
Minimizar o incluso edulcorar la amenaza del terrorismo islamista en España es una irresponsabilidad política inmensa, mucho más después del 11-M y después de las detenciones consecutivas de islamistas radicales dispuestos a la voladura de nuestra sociedad. Tanta vulnerabilidad reclamaría haber aprendido algo, saber reaccionar ante la máxima alerta, no negar las evidencias del terror. Por una parte, una izquierda antisistema, antiamericana y judeófoba cree que en la pureza de voluntad del Islam hay un germen regenerador para la humanidad saqueada por el postcapitalismo. De otro lado, una izquierda buenista propone la sentimentalizacíon del mundo para que no existan más guerras ni enemigos, por decisión unilateral. En este caso, la decisión unilateral sería extrañamente por parte de los atacados, en Nueva York, en Londres, en Madrid. El mismo argumento ha pretendido respaldar la negociación con ETA.
Crisis de crédito, hipotecas basura, impactos bursátiles negativos: ahí fuera sopla la galerna. Sólo falta que, además, un ejercicio de pusilanimidad agrave las posibilidades del naufragio. Europa va transformándose, como demuestran los trayectos ferroviarios de alta velocidad o como indica la todavía incipiente cooperación antiterrorista, tan fructífera cuando es algo operativo y no ornamental. Ni está escrito que Europa vaya directamente a la decadencia ni, por supuesto, que sea el actor principal del siglo XXI. De hecho, las poblaciones europeas seguramente se conformarían con vivir en seguridad, sin los vastos guetos de Eurabia, con la certeza de que la política consiste en solventar los problemas que tienen solución y no en maquillarlos con un matrimonio concertado a la usanza musulmana.
vpuig@abc.es
http://www.abc.es/20080122/opinion-firmas/islam-radical-barrio-chino_200801220314.html
martes, enero 22, 2008
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