jueves 17 de enero de 2008
OFENSIVA CONTRA LA IGLESIA
No entremos al trapo... aunque sea rojo
Por José Francisco Serrano Oceja
Dice el Evangelio que los hijos de las tinieblas son más espabilados que los hijos de la luz. Por algo será. Al tocado y casi hundido embajador de España ante la Santa Sede se le olvidó esta frase en las recientes declaraciones con las que confesaba que había existido, y sigue existiendo, una campaña contra la Iglesia. El cálculo electoral de la izquierda más radical del PSOE pasa por acabar con los moderados de dentro y sumar a los radicales de fuera; cuanto más muerte civil y pública del clero menos votos para la izquierda desunida y más votos de quienes necesitaban un motivo trascendente para no quedarse en casa e ir al colegio electoral el próximo nueve de marzo.
Hemos oído decir auténticas barbaridades contra la Iglesia y los obispos; y las hemos oído de boca de quienes, por su historia y por su perfil, debieran ser ejemplo de mesura y de prudencia. El PSOE ha sembrado históricamente, y en especial después de la transición, la semilla del relativismo ético en sus políticas y en sus declaraciones, y así nos va.
Aún con todo, no debemos permitir que el estruendoso canto de las sirenas hipnotice y adormezca nuestra ciencia y nuestra conciencia. Nos encontramos ante dos planos en el análisis de lo que hemos vivido peligrosamente desde el pasado 30 de diciembre. El primero, el más superficial, el auténticamente mostrenco, es el de las declaraciones políticas de los voceros, vociferantes y vocingleros portavoces del radicalismo más rabioso. No hace falta citar nombres, pero ahí tenemos al teólogo de la liberación de sí mismo, José Blanco, a los Cebrián, Chaves, Bonos sin crédito, Bermejos, Mayorales, Cuestas, etcétera. Incluso se han dejado arrastrar por la marea negra los González y, cómo no, el capitán Zapatero. Los ejemplos de la ausente altura intelectual de sus declaraciones se compensaban con el aumento del volumen y el tono discordante de sus ideas. Hicieron política, desarrollaron su estrategia, y así nos va.
Otra cuestión es la pretendida asepsia de un segundo nivel que representa la comparecencia en la Comisión Constitucional en el Congreso de María Teresa Fernández de la Vega o las siempre eruditas regurgitaciones de Gregorio Peces en el diario hijo de un dios menor, El País, en su última –esperemos que de verdad– lección universitaria. Las ideas que la vicepresidenta expuso en su soflama parlamentaria son dignas del más rancio intelectualismo ilustrado y del más oscuro positivismo jurídico. Sus argumentos son muy sencillos: los cardenales tienen derecho, en una sociedad democrática, a una expresión crítica de ideas, pero no a deslegitimar a las instituciones encargadas de la configuración legislativa y de su ejecución, el Parlamento y el gobierno. ¿ubi moras María Teresa?
Los cardenales que intervinieron en la Plaza de Colón no han dicho la verdad, afirma la Vice, porque lo único que ha hecho este gobierno es extender los derechos sociales de los españoles, base de la más amplia democracia. Máxime si lo que pretenden los cardenales –según de la Vega– es tutelar la moral de la sociedad con unos presupuestos éticos basados en la fe, una opinión más, y no en la razón y el consenso de las mayorías. Magnífica síntesis, a vuela pluma parlamentaria, de Kelsen, Rorty, Bobbio e, incluso, un cierto Popper, con una pizca de Stuart Mill y no poco de Rousseau. Este plano legitima el anterior de la política de frases y ditirambos. Nuestra respuesta principal, que es siempre la educativa, como hombres de razón y de fe, debe encuadrarse aquí, en el debate de las ideas profundas, no en el de la política de lo inmediato y del juego por ellos marcado –por eso la insistencia en deslegitimar Educación para la ciudadanía–.
Es cierto que al PSOE, y a la izquierda, ni le ha interesado ni le interesa un debate serio en las profundidades de la relación entre cristianismo y democracia desde la perspectiva de la ética y máxime después de los diálogos entre cristianismo y marxismo de los sesenta en los que al final o todos marxistas o ningún cristiano. Pero si a e ellos no les interesa, a nosotros sí. Porque nuestra propuesta de relación entre la libertad y la verdad es lo que, a corto y a largo plazo, construye una sociedad y establece la auténtica extensión de los derechos humanos, profundizando en sus raíces y ahondando en las bases prepolíticas del Estado de Derecho. Por cierto, es un debate en el que está empeñado, desde hace más de veinte años, un hombre para la historia llamado Joseph Ratzinger. Nuestro problema es que en España parece que no tenemos a nadie que, desde el laicismo más o menos radical, desde la izquierda, desde el PSOE, se haya empeñado en una seria confrontación de presupuestos. Y los que parecía que pudieran tener ese interés se han pasado al primer nivel de la política del palo con la Iglesia y tentetieso. No entremos, por favor, a su trapo... aunque sea de color rojo.
http://iglesia.libertaddigital.com/articulo.php/1276234197
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