jueves, enero 03, 2008

Oscar Molina, Aquel 2008

jueves 3 de enero de 2008
Aquel 2008
Óscar Molina
D E aquel 2008 hablaremos algún día, con la perspectiva del tiempo y con el afilado lápiz que provee la mirada lejana y desapasionada. Pero aquel 2008 empieza ahora, y tengo para mí que será el año en el que España decida si tira para un sitio o para otro, si carne o pescado; si desanda una senda que nadie sabe con total certeza a dónde conduce o cierra definitivamente la puerta a lo que fue, para ser otra cosa. Existen momentos cuya transcendencia no es fácil apreciar sino con el caminar del calendario; pero hay otros que no se le escapan a nadie, y creo que la mayoría somos conscientes de que este año que empieza, aquel 2008, será una marca en nuestra efeméride. En aquel 2008 tomaremos decisiones importantes. Las tomaremos los ciudadanos, dando nuestro voto a quienes nos han metido en una aventura disparatada y sin norte; o por el contrario confiando en quien promete sacarnos de ella, a pesar de no haber dicho aún y de manera clara que aquel 2008 ha de ser el de la vuelta a la cordura. Porque nos ha hablado de volver al consenso, de no mirar atrás, de honrar a las víctimas del terrorismo, de recuperar nuestra posición internacional… pero no de algo tan simple como es el rescate del juicio como nación. Desgraciadamente, las decisiones importantes de aquel 2008 no las vamos a tomar sólo los ciudadanos. Elegiremos a quién ha de tomarlas, pero me temo que estamos ante un futuro que se nos ha escapado, y pertenece ya más a la clase política que a nosotros mismos. Si decidimos que vuelva a ser Zapatero quien nos gobierne en aquel 2008, legitimaremos definitivamente a un gobierno surrealista que cuatro años después, no puede ofrecernos nada tangible que no sea el habernos invitado a dar la espalda a nuestros problemas, haber adornado su caché progre de gestos insustanciales, y haber dimitido de su sagrada labor de reforzar lo que nos une para exhumar las tumbas de lo que nos separa. Habremos dado por bueno que el presunto final del terrorismo es mercancía suficientemente aceptable como para comprarla con la indignidad de una nación y el olvido de sus víctimas. Habremos admitido, por vez primera, que matar es una forma de hacer política. Habremos, en definitiva, revelado la foto que nos hicimos el 11 M, sin el cual nada de esto habría ocurrido. Nos daremos el chapuzón en una piscina de inseguridad en la que legitimidad será igual a capacidad de chantajear, ya sea a base de amonal o de escaños; en una sima cultural, educativa y muy posiblemente económica que sólo podrá disimularse a través de coyunturales bonanzas materiales. Habremos dicho adiós a España, tal y como la conocemos, con todo lo que conlleva de solidaridad territorial, igualdad ante la Ley, seguridad jurídica y unidad de mercado. Pero también es posible que en aquel 2008 decidamos que quien tome las decisiones sea Rajoy, y que nos encontremos con que él también viene con tan sólo cuatro años de garantía. Puede muy bien Rajoy ganar, pero los españoles no ganaremos nada si no es capaz de recoger el mensaje que vendría adjunto a su victoria: repito, la recuperación de la cordura. Si Rajoy no se decide a coger el toro por los cuernos y echar mano de quien necesite (que muy bien puede ser un PSOE desengañado de la insoportable levedad de su experiencia zapateril) para acotar lo que puede y lo que no puede ser, aquel 2008 será una piedra más del mismo camino que propone ZP. Un camino más largo, pero con el mismo fin. Puede ganar Rajoy, pero si no trabaja en la labor de poner una cota de representación nacional a los partidos que han de sentarse en el Congreso de los Diputados; si no construye consensos nacionales, reforzados por mayorías muy cualificadas a la hora de romperlos, en temas como la Educación, la Política antiterrorista, el agua o el concepto de Estado; si no es capaz de acabar con la sangría a España de los que la gobiernan sin creer en ella, de los que viven de su presupuesto mientras trabajan por destruirla…aquel 2008 no habrá servido para nada. Será otro capítulo más de pasteleo menesteroso con el mal que lleva corroyendo a esta nación desde el ingenuo día en que se permitió que el nacionalismo tuviese su corralito a cambio de lealtad, y esa lealtad fue traicionada en un nuevo episodio del cuento de la rana y el escorpión. Sólo nos cabe que el mensaje llegue a quien haya de ganar aquel 2008. Uno de los oídos es sordo a la encomienda; el otro oye, pero en ocasiones no escucha. Brindemos por aquel 2008. Por la esperanza.

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