jueves 3 de enero de 2008
Un año nuevo de esperanza
José Meléndez
L A grandeza de la democracia estriba en que cuando el curso político de un país se tuerce, el pueblo puede enderezarlo con su voto, sin violencias ni extorsiones, porque es en el pueblo donde reside la soberanía para elegir lo que mejor le convenga. Es a la vez un derecho y un deber, un remedio que necesita el exacto conocimiento de los males que hay que corregir sin perderse en los vericuetos de las consideraciones partidarias, de los intereses sectarios o de las emociones viscerales. Y el bisiesto que acaba de echar a andar nos trae la oportunidad de unas elecciones generales dentro de dos meses que son, se mire por donde se mire, las mas cruciales de la joven democracia española porque en ellas se decidirá si España sigue su peligrosa deriva hacia la insaciable voracidad de los nacionalismos para terminar descuartizada en el mostrador de un engendro confederal y continúa su decadencia económica, educativa y social o si se pone en manos de un gobierno de cambio que, por lo menos, intente enderezar ese rumbo pernicioso.. Es, por tanto, un año de esperanza Habrá muchos que opinen que no hay nada que cambiar. Son los fieles a una ideología, más que a un partido, que ya aprovecharon el 14M de hace cuatro años para cambiar lo que funcionaba razonablemente bien, favorecidos por el estruendo trágico de la tragedia de los trenes de Atocha. Y habrá –demasiados por desgracia- abúlicos y acomodaticios o desengañados de la política que piensen refugiarse en una peligrosa abstención. Pero también habrá muchos de esos diez millones largos de electores que entonces votaron al PSOE o a IU –los nacionalistas siempre votan a lo suyo- que cuando la legislatura está a punto de cumplirse, se sentirán defraudados e, incluso, traicionados porque su voto no ha sido empleado en el sentido que ellos le dieron. Estos cuatro años de mandato de José Luís Rodríguez Zapatero no han sido buenos. Especialmente el último. El 2.006 comenzó con la profecía del presidente, en pleno “proceso de paz”, de que ese año sería mucho mejor que el anterior en materia de terrorismo y 24 horas después ETA hacía volar el aparcamiento del terminal 4 del aeropuerto de Barajas, matando a dos ecuatorianos y ha terminado con otro ejercicio de triunfalismo que, si se analiza, no pueden creerlo mas que sus incondicionales. El triunfalismo de Zapatero es sorprendente, colosal, ecuménico y fluye de su verbo sin una vacilación ni un desmayo. Se lo cree él mismo como un Walter Mitty soñador y lo transmite como un Samaniego fabulista. Y es seguido obediente y disciplinadamente por sus corifeos y ampliado por los ecos de las poderosas terminales mediáticas del zapaterismo. En su reciente balance del fin de esta legislatura, Zapatero se superó a sí mismo. Nos pintó un panorama idílico de logros capaces de convertir a los españoles en los ciudadanos mas felices del mundo civilizado por la gloriosa retirada de las tropas de la guerra maldita de Irak, la subida de las pensiones y del salario mínimo, el crecimiento del empleo, la ampliación de los derechos hasta conseguir que los maricones y lesbianas se puedan casar, los matrimonios se puedan divorciar en cuestión de días y los abortos se contabilicen anualmente con cinco dígitos y hemos llegado a superar a Italia en el PIB. Aparte de que lo que los españoles desean con respecto a Italia es poder superarla en los mundiales de fútbol, no hubo en su voluntarista descripción de éxitos ni un asomo de autocrítica ni un reconocimiento de errores, ni un atisbo de rectificación de éstos en el caso de que vuelva a ser elegido en marzo. Pero no mencionó los dos grandes fracasos de sus dos proyectos estrella de la legislatura, la política antiterrorista y y el nuevo mapa territorial de España. Respecto al primero sí reconoció el error de su profecía del 29 de diciembre del 2.005, cuando el “proceso de paz” se vino abajo estruendosamente con el atentado de Barajas y la posterior ruptura de la tregua de ETA, porque era obvio, pero no aventuró sus proyectos en este sentido, dejando todas las puertas abiertas a una posible nueva negociación. Y en cuanto al segundo, que tras la larga noche de cigarrillos y traiciones en la Moncloa con Artur Mas, que ha desencadenado la mas virulenta explosión del nacionalismo radical, no dijo ni una palabra, mientras sus adláteres luchan denodadamente en la sombra para lograr que el Tribunal Constitucional no tumbe el engendro del estatuto de Cataluña. Estos dos fracasos en temas de Estado bastan por sí solos para desacreditar a un gobierno. Pero hay mas. Hay una ley de Educación pésima y sectaria, que amenaza con producir la generación de estudiantes peor preparada de los tiempos modernos, como avisa el informe PISA, avalado por la Unión Europea: hay leyes como las de violencia de género y la de dependencia que, bien intencionadas y necesarias, no funcionan por falta de medios e ineficacia en la gestión; hay un problema de vivienda porque la burbuja de la construcción está a punto de estallar con todas las graves consecuencias que conlleva de desempleo y reducción de beneficios y, sobre todo, hay una crisis económica en ciernes sin que existan medidas previsoras para atajarla. El triunfalismo de Zapatero no lo reconoce y maneja una y otra vez las cifras de la macroeconomía, que continúan en un aparente buen tono como consecuencia de la bonanza pasada. Pero hay una gran diferencia entre la macroeconomía y la economía familiar del hombre de la calle. Al que tiene dificultades para llegar a fin de mes porque la inflación sube como la espuma, las hipotecas están cada vez mas caras, las facturas del gas y la electricidad aumentan amenazadoramente y los sueldos continúan estancados, le importa poco que se supere a Italia en el PIB o haya superávit para ir tirando hasta que se acabe. En tiempos de la reina Victoria, el Reino Unido pasó por una grave crisis económica y el primer ministro Disraeli, que era un gran político, confeccionó un presupuesto restrictivo con la fórmula magistral que se emplea en esos casos desde que el dinero comenzó a rodar por el mundo: reducir el gasto público y subir los impuestos. Una vez confeccionados, los llevó al palacio de Buckingham para explicárselos a la reina. Esta le escuchó sin decir palabra, pero cuando Disraeli informó que iba a subir medio penique en la pinta de cerveza, la reina le interrumpió: “Disraeli, no toques la cerveza de mi pueblo”, EL primer ministro no dijo nada y tachó el capítulo. Además de ser un buen Walter Mitty y un mal profeta, Zapatero tiene una indudable habilidad: sabe tocar las teclas que lleguen mejor al populismo para servir sus propios intereses. Esa ha sido siempre la mejor arma de los regímenes dictatoriales o presidencialistas, que hurgan en los instintos básicos de la masa para producir su hervor. Por eso, apunta ya cual será el tono de su campaña electoral, que, en definitiva, es el resumen de cómo ha venido legislando en estos cuatro años, en los que trató de arrinconar al Partido Popular, encasillándolo en el radicalismo conservador, introdujo esa inútil, desaforada y parcial ley de la Memoria Histórica y trata de cobijar a la izquierda bajo su capa presidencialista. Es indudable que, a falta de mejores argumentos, le conviene la resurrección de las dos Españas y para eso atiza la ya olvidada hace tiempo lucha de la izquierda contra la derecha, reavivando rescoldos que parecían completamente apagados. Ni esa es la solución para los problemas actuales, ni los que acudan a las urnas el próximo mes de mazo deben caer en el engaño. O, en todo caso, recordar cómo le fue a España cuando esa lucha estaba en todo su apogeo en la primera mitad del siglo pasado. Esperemos que la lógica ponga las cosas en su sitio y que los electores puedan elegir la opción que les ofrezca mejores garantías. La del PSOE si rectifica o la del Partido Popular si acierta a transmitir su mensaje. Estamos, por lo tanto, ante un año de esperanzas. Y pidamos que esta
esperanza no se torne una vez más en desilusión.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4364
jueves, enero 03, 2008
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