jueves 3 de enero de 2008
Familias como Dios manda
Miguel Martínez
A UNQUE mis queridos reincidentes no se lo crean, quien les escribe se había propuesto no meterse más con los obispos, que luego lo tildan a uno de anticatólico, o lo que es peor, de anticristiano. Y tampoco es eso, que un servidor –que como ya sabrán sus queridos reincidentes se educó en un colegio de salesianos , época de la que guarda gratísimos recuerdos- tiene la convicción de que en multitud de ocasiones la Iglesia presta un servicio a la sociedad y que son muchos los que desde ésta actúan con entrega y abnegación para conseguir un mundo más justo aunque, curiosamente y dicho sea de paso, muchos de los que en ocasiones he denominado como “curas de los míos” suelen ser tratados con poca generosidad desde la propia Iglesia, pero eso es harina de otro costal, aunque la harina ya no se transporte en costales, sino en sacos de material sintético. El caso es que ya la semana anterior y ante las declaraciones del obispo de Tenerife, en las cuales afirmaba poco menos que algunos de los menores abusados sexualmente lo eran porque éstos lo deseaban, e incluso que otros casi se lo buscaban por andar provocando al personal, un servidor estuvo tentado de saltarle al cuello –metafóricamente hablando, por supuesto- al susodicho espécimen y ponerlo como un trapo en su columna, pero quien les escribe recordó las palabras de una buena amiga y mejor periodista -y no es que sea mala amiga, sino que como periodista es extraordinaria- que me escribía al hilo de otro artículo que un servidor acababa de publicar entonces y en el que criticaba cierta forma de interpretar el cristianismo, y lo hacía con estas palabras que les copio directamente desde aquel correo: “De ese asunto, qué quieres que te diga. Ni lo comento, porque me lío, me lío, me lío... y me excomulgan”. Y no es que un servidor tema que lo excomulguen, que duda mucho que alguien con poder para dictar tal medida se entretenga en leer -y muchísimo menos en dar la más mínima importancia- las columnas de quien les escribe, pero bien es verdad que uno, que se conoce, sabía que en caliente iba a ser más duro con ese obispo de lo que la prudencia y el decoro exigían, porque no me negarán ustedes que, como poco, no es de recibo que un representante de la Iglesia de tamaño calibre se exprese en relación a tan delicado tema con estas palabras: “Puede haber menores que sí lo consientan y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso si te descuidas te provocan”. Si es que después del “que si te descuidas te provocan” , sólo le ha faltado añadir a don Bernardo –que así se llama el susodicho- la socorrida muletilla atenuante “que uno no es de piedra”. Porque hay que tener el cerebro muy carcomido para ver provocación -y no pena o lástima- en la actitud, sea la que fuere, de una criatura de 13 años. Y encima afirmar que es que lo están deseando… Seguro que cuando don Bernardo conoce por la prensa de los casos de pederastia protagonizados por sus colegas los justifica diciendo que a esos mosenes, pobrecillos, los provocaron picaronamente con sabe Dios qué ardides. Aunque, pensándolo bien, casi mejor dejarlo aquí; porque yo también me lío, me lío, me lío… y me excomulgan fijo. Total, que un servidor pasó olímpicamente de las palabras del obispo y escribió su artículo semanal para “vistazo a la prensa” sobre el nuevo canon digital by SGAE ©. Y se preguntarán mis queridos reincidentes cómo es que habiéndose un servidor propuesto dejar tranquilos a los obispos, al menos durante una temporada, en sus columnas, y habiéndolo conseguido ante tamaña barbaridad como la vomitada por el obispo canario, se desdice de su propósito y se lanza al ruedo, que diga al folio, a meterse de nuevo con los obispos, con los prejuicios que tal medida puede reportar a su correo electrónico, al que probablemente vuelvan a lloverle cristianas amenazas cuando esta columna vea la luz, o, muchísimo peor, al prometedor futuro que para él pudieran tener previsto, en aras a una posible y más que previsible ampliación de plantilla, en el cuerpo de botones y ordenanzas de la COPE. Pues a los reincidentes que tal interrogante se hayan planteado comunicarles que un servidor la semana pasada se encontraba de vacaciones, empapado de espíritu navideño, rebosando tolerancia y buena voluntad, y con la firme convicción de intentar proceder en todas sus acciones de la manera más emocionalmente inteligente que le fuera posible, tal y como les comentaba en uno de sus recientes artículos y que llevaba por título “Inteligencia emocional”, no dejando que las barbaridades ajenas soliviantaran el ánimo de quien les escribe, precisamente porque dejarse influir por los que actúan de forma bárbara sería concederles una importancia de la que -al menos para un servidor- carecen. Y una semana después, de nuevo en el tajo y con una mesa de papeles que más parece el suelo de la Puerta del Sol tras el cotillón que una mesa de despacho, y avanzado en su estadio emocional hasta llegar al capítulo de la asertividad, definiendo ésta como el comportamiento comunicacional maduro en el que la persona ni agrede ni se somete a la voluntad de otras personas, sino que expresa sus convicciones y defiende sus derechos de una forma sosegada pero firme, un servidor considera que ha llegado el momento de ser asertivo y de rajar por este teclado, en aras de la asertividad y amparándose en artículo 20 de nuestra Constitución – derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción.-, lo que a un servidor le salga de sus teclas. Si alguno de mis queridos reincidentes escuchó el discurso del cardenal Rouco Varela -o el de sus otros colaboradores, que tanto monta, monta tanto- en la pasada manifestación celebrada en Madrid y opinó que esas palabras fueron sabias y cargadas de razón, he de advertirles que probablemente no le guste lo que resta de este artículo, y he de comunicarles que igual de inteligente –emocionalmente hablando- resultaría pinchar con el ratón la crucecita roja del ángulo superior derecho de esta página, cerrándola en este preciso instante, como leer el artículo hasta el final con la convicción de que las elucubraciones de este columnista no merecen que a usted le suba la tensión –porque realmente no lo merecen- ni le solivianten el ánimo, que no son más que el resultado lógico, bien de la incapacidad de quien les escribe para transmitirles ideas con un mínimo de sentido común y de coherencia, o bien son la más que previsible secuela de una sociedad decadente, sin valores, así como de un sempiterno y pésimo sistema educativo que consecuentemente genera columnistas productores desechos como el que usted está leyendo. Lo que sin duda resultaría poco inteligente, sería leerlo a sabiendas que no le va a gustar, padecer mientras lo lee y agarrarse luego un cabreo monumental a causa de haberlo leído. Advertidos quedan mis queridos reincidentes, y más advertidos aún los que, sin serlo, aterricen casualmente en esta página, que los reincidentes de un servidor andan ya prevenidos sobre qué pueden encontrarse y qué no en sus artículos. Y es que incluso partiendo de la base de que cualquier colectivo, incluido el Arzobispado de Madrid, promotor de la concentración, tiene todo el derecho del mundo a manifestarse y a pregonar a sus acólitos -en este caso fieles- sus mensajes, proclamas e incluso transmitirles el modelo social y político más acorde con sus postulados, no es menos cierto que algunas de las afirmaciones allí vertidas por insignes representantes de la Iglesia, dan para siete docenas y media de artículos, aun y dejando al margen ciertos detalles, insignificantes si ustedes quieren, como la casual proximidad con el inicio de la campaña electoral que se intuye movidita, el hecho de que incluso los paneles de tráfico de la Comunidad de Madrid anunciaran la concentración en vez de los habituales mensajes de prudencia y de información del tráfico, o que de nuevo las cifras de asistentes proporcionadas por los organizadores rocen no ya la incongruencia sino el despropósito, dándole de patadas al sentido común y recordando al chiste de los mil chinos jugando al fútbol en la cabina de teléfonos, proporción similar entre el espacio existente en la cabina del chiste y la Plaza de Colón, si extrapolamos chinos y manifestantes. Porque, la verdad, no sabe uno por dónde empezar ante las suculentas declaraciones de los mitrados, arzobispos y obispos, porque sin llegar a los límites –sin duda altos- puestos la semana anterior por el obispo canario, ése al que cada vez que se descuida lo provocan los niños de 13 años, las opiniones de algunos de los discursistas –stricto sensu - en la manifestación también tienen su miga. Rouco Varela dixit: “Nuestro ordenamiento jurídico ha dado marcha atrás respecto a la Declaración Universal de los Derechos Humanos”, pues según interpreta don Rouco, nuestro ordenamiento jurídico entra en contradicción con el artículo 16 de la citada declaración, que establece que “la familia es el núcleo fundamental de la sociedad y tiene derecho a ser protegida por la sociedad y el estado”. Vamos pues a interpretar esas palabras y, quién mejor que mi amado y socorrido Diccionario de la Real Academia, nada sospechoso de ser sectario, para darnos el significado justo y adecuado de las palabras. Familia. (Del latín. familĭa). 1. f. Grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas. 2. f. Conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje. 3. f. Hijos o descendencia. Siendo esta la definición de la palabra familia, no entiende uno que nuestro ordenamiento jurídico dé marcha atrás en nada. Claro que habrá quien opine que una familia no lo es, al menos bajo las leyes de Dios, cuando los dos cónyuges lo sean del mismo sexo. Y un servidor les dirá que sí, que vale, que de acuerdo, pero que en este país –como en la mayoría de los países civilizados- la Iglesia no dicta las leyes, sino que lo hace el parlamento escogido democráticamente por los ciudadanos. Mezclar las leyes humanas -como lo son las declaraciones de la ONU- con las divinas es mezclar churras con merinas. Recuerden, al César lo que es del César. En cualquier caso el hecho de que se les permita a dos personas del mismo sexo acceder al matrimonio civil no va a impedir que todos los que deseen formar una familia tradicional, con un cónyuge de cada sexo como Dios manda –nunca mejor dicho- dejen de hacerlo. ¿Que la gente cada vez se casa menos por la Iglesia? Natural ¿No han visto lo caro que resulta? Arrejuntarse sale indudablemente más económico. Y encima se ahorra uno de aguantar al cuñado gorrón, hasta las cejas de vino, subido en un silla, llamando la atención golpeando una copa con un cuchillo, y repitiendo cansinamente lo de que se besen, que se besen…. Carlos Amigo, obispo de Sevilla, que no pudo asistir a la reunión le pasó una carta a Manuel Barrios, delegado diocesano de Familia de Madrid para que éste la leyera, y al hacerlo don Manuel también dixit: “No se puede prescindir de la familia ni privarla de sus derechos”. A ver si es que se le ha privado algún derecho a la familia y un servidor no se ha enterado, porque ¿qué derecho se le priva a aquel que quiera formar una familia cristiana? ¿No puede uno casarse con quien le dé la gana? Obviamente que quien quiera casarse con Julia Roberts o con George Clooney lo tiene complicadillo, pero el derecho a hacerlo sí lo tiene si consigue convencerlos. Ni en el caso de un camionero que se quiera casar con un encofrador no entiendo yo qué derecho de qué familia está vulnerando. ¿O es que si el camionero y el encofrador se casan no van a poder hacer lo propio un encofrador –el mismo de antes no, otro- con una administrativa? Antonio Cañizares, cardenal arzobispo de Toledo, dixit: “la familia, pese a ser "la institución social más valorada, está siendo sacudida en sus cimientos (...) incluso con legislaciones injustas e inicuas" y "sufre ataques de gran calado", por lo que "hoy se puede considerar la salvaguarda del matrimonio como el primer problema social". Pues mire usted, señor Cañizares. Ojalá ése fuese el primer problema social, porque, entre otras cosas, significaría que estaríamos atando los perros con chorizo de venado, que el euríbor nos importaría un pito, que los equilibrios a fin de mes serían cosa pasada y que en los asilos de la seguridad social les servirían a los abueletes jamón de jabugo migado en las sopitas. Entre los problemas que más preocupan a la población en España (y no en los mundos de Yupi), y según el último barómetro del CIS, encontramos el paro, la vivienda, el terrorismo y un montón de problemas reales que son los que sí nos quitan el sueño. O lo que es lo mismo, salvaguardar el matrimonio será un problema para usted. La sociedad española no lo identifica como un problema. Probablemente porque no lo sea. Y les he dejado para el final mi cita preferida, la del arzobispo de Valencia Agustín García-Gasco, que dixit “la cultura del laicismo radical conduce a la disolución de la democracia”. Vamos a ver, que esta cita merece párrafo nuevo tras punto y a parte. Considera este señor que la cultura del laicismo (doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa, según el DRAE) conduce a la disolución de la democracia. Y ya estamos de nuevo con las churras y con las merinas hechas un revoltillo, porque ya me contarán a mí qué tendrá que ver lo laicos que puedan ser los habitantes de un país, con la democracia, entre otras cosas porque las sociedades en las que la política y la religión van de la manita, no son precisamente las que mejor puedan presumir de democracia. No hace falta echar muy atrás la vista ni la memoria para comprobar que cuando en este país mandaba un señor bajito -no me refiero a Aznar, sigan retrocediendo unas pocas décadas más- que entraba en las iglesias bajo palio. Entonces, sí que sólo existían familias como Dios manda. Lo que no existía era democracia. A ver si va a resultar que lo que les molesta a algunos que yo me sé no sean los matrimonios entre los homosexuales sino la democracia, que es la que en definitiva permite que las leyes no las dicte sólo Dios, o que los gobernantes no lo sean “por la gracia de Dios”. A ver si va ser eso…
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4366
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Hola, soy Miguel Martínez. Me encantaría que os pusiérais en contacto conmigo.
(mimartinez@terra.es)
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