jueves 17 de enero de 2008
El alboroto
IGNACIO CAMACHO
EN este falso juicio de Salomón, Rajoy ha entregado el niño a la madre que menos lo merecía porque sólo pretendía que no se lo adjudicase su adversario. Es lo que pasa con la falta de costumbre de tomar decisiones; que cuando es menester un golpe de autoridad se acaba descargando en la cabeza equivocada. Se trata de su decisión, en todo caso, porque se trata de su candidatura y sólo a él corresponde manejarla, pero visto el asunto desde fuera no se puede aceptar como firmeza lo que no ha sido sino un gesto pusilánime. Si no hubiese dejado pudrirse el asunto con su cachazudo estilo galaico -¿es la ambigüedad una virtud?- quizá supiésemos los ciudadanos si realmente prefería o no dejarse acompañar por Ruiz-Gallardón. Al permitir que la crisis le colapsara en las manos, lo que parece es que se ha dejado torcer el brazo por quien con toda seguridad no deseaba ver al alcalde en la lista.
En este desgraciado alboroto, en esta dramática comedia de errores que ha desvanecido en menos de veinticuatro horas el saludable «efecto Pizarro» y triturado el respeto institucional de dos gobernantes dispuestos a renunciar a su responsabilidad pública con tal de tomar ventaja en la herencia política de un vivo, ha habido varios desafíos cruzados con suerte diversa. Gallardón, que como siempre ha manejado fatal los tiempos y las formas, le tiró un pulso a Rajoy y otro a Aguirre, para acabar perdiendo ambos. Esperanza lanzó otros dos, y los dos los ha ganado. Y el único que sólo ha sido retado es el que, hiciera lo que hiciera, perdía desde el momento en que se dejaba retar. Por ahora, claro; si sale vencedor de las elecciones resultará investido de toda la autoridad que le ha faltado. Ésa es su apuesta, aunque se haya complicado a sí mismo el desenlace con una pirueta de mayor riesgo.
En el fondo, lo que se ventilaba en este debate -además de la impúdica carrera sucesoria- era una cuestión más simbólica que cuantitativa, más de estilo que de votos. Una cuestión de lenguaje político. Lo que Gallardón podía representar es una vocación, un talante, un marchamo. Los votos los consigue la marca, y el candidato que la encabeza. Pero con razón o sin ella, el alcalde ha logrado encarnar ante la opinión pública una etiqueta de político versátil, fronterizo y dúctil, que acaso le habría venido bien a Rajoy para completar su oferta de partido abierto. Ya nunca lo sabremos. Lo que sí es objetivamente cierto es que, en la acera de enfrente, Zapatero le ha buscado acomodo a Pepe Bono, que viene a ser un modelo simétrico: díscolo, personalista, indisciplinado, tocapelotas... y útil.
Al final, y quizá sin quererlo Rajoy, lo que resulta es que al cabo de una legislatura muy difícil, de oposición correosa y no poco heroica, la alineación electoral del PP es casi la misma que salió derrotada hace cuatro años. Unos ex ministros de Aznar, menos Rato y Piqué, más Pizarro. Y con la cabecera de cartel escoltada por un Zaplana expulsado de Valencia por los suyos. Sin Rato, sin Gallardón y con Zaplana: he ahí un mensaje. Acaso no el que de verdad quería Rajoy, pero vaya si hay un mensaje.
http://www.abc.es/20080117/opinion-firmas/alboroto_200801170247.html
jueves, enero 17, 2008
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