jueves, enero 17, 2008

Felix Arbolí, La fe. el catolico no practicante y el Psoe

jueves 17 de enero de 2008
La fe, el católico no practicante y el Psoe

Félix Arbolí

N UESTRO compañero de “Hispanidad..com”, Eulogio López, al que leemos con cierta frecuencia y no menos interés en nuestras “contraportadas”, ha tratado en su último trabajo un tema bastante delicado y sujeto a diversas consideraciones. No me gusta discrepar de lo expuesto por algún compañero, salvo que se trate del cretino y descerebrado que tanto abunda en nuestros medios de comunicación, sin otro crédito profesional que la amistad o el peloteo con su director o el título que parece le dieron en una tómbola o por un Tribunal que se encontraba dormitando mientras él se examinaba. Que haberlos, “haylos” y con más frecuencia de la deseada. No es éste el caso de nuestro compañero. Que conste.

Tengo por costumbre respetar la opinión de los demás y más aún en el caso de compañeros en el desempeño de su profesión, aunque discrepe del contenido que estos exponen, pero en el presente caso si he querido lanzarme a la palestra para mantener una discusión civilizada y sin acritud (como decía el “ex”), en una cuestión en la que me siento de alguna manera aludido, no personalmente, sino por considerarme parte de un grupo que cita y en no muy buenos conceptos.

Hablar de la Fe es un tema dado a contradicciones, que debe tratarse con extremado cuidado. Algo que sólo un teólogo de reconocido prestigio y solvencia puede desarrollar con atinado criterio. Es muy difícil hacer comprender y convencer al tibio y suspicaz los enigmas que entrañan toda creencia religiosa, y el Cristianismo no es ninguna excepción a esta teoría. De ahí viene lo de la infalibilidad del Sumo Pontífice cuando habla excátedra y el carácter dogmático que se otorga a una serie de cuestiones que con la razón seríamos incapaces de asimilar. Pero éste no es el asunto que me impulsa a intervenir, aunque considero necesario hacer estas aclaraciones antes de entrar directo al tema.

Mi colega habla del católico no practicante y lo relaciona con el que cree en Cristo y no en Satán y en la existencia del cielo, pero no en la del infierno. Vamos, un “bon vivant” a lo religioso, donde se queda con lo bueno y rechaza lo que pueda perjudicarle. Aclara que” los católicos no practicantes pueden ser juzgados con más severidad que al agnóstico, ateo e incluso el pagano, porque ni son fríos ni calientes y el fiscal, (me figuro que se referirá al del Juicio Final, que él debe pensar será como los nuestros con defensores, jurados y hasta alguaciles, lo cual supondría una tremenda decepción), podría preguntarle : ¿Si tú creías en Cristo, por qué lo despreciaba?. No comprendo que relación puede tener dudar de la existencia del infierno, con el desprecio a Cristo. Conste que yo si creo en ese terrorífico Hades, aunque a veces hasta piense que lo padecemos en vida. Afirma tajante, asimismo, que éstos pueden ser practicantes, pero nunca católicos. Ignoro a qué tipo de “practicantes” se referirá entonces. Añade que la fe sin obras es una fe muerta…no porque las obras (sean) necesarias para la salvación, que lo son, sino porque una fe sin obras acaba por no creer”. No entiendo muy bien lo que quiere decir en este galimatías, según mi corto entender y de ahí que no pueda entrar en esta cuestión.

Creo que la Fe es la clave fundamental de nuestra religión. “La fe mueve montañas”. Nada puede superar la fuerza y el impulso de la fe, ya que el que la siente en sus convicciones más profundas, no puede ser condenado por errar en algunas otras cuestiones que, aunque significativas, no suponen renegar de Dios y menos aún despreciarlo, como dice nuestro colega, al no ser un estricto practicante de las normas establecidas por la iglesia que, aunque sea una institución sagrada, se halla bajo el dominio de los hombres. Perdona mi estimado amigo, pero eso que afirmas lo definen en mi tierra como confundir la gimnasia con la magnesia. El católico no practicante, como tu dices, no tiene necesariamente que ser el que cree solo en Cristo y en el cielo y niega al demonio y al infierno. Aunque a mi modesto entender sea más plausible tener más fe en Dios que en el diablo.
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¿A qué obras te refieres, para afirmar que la fe sin obras es una fe muerta? Si te ciñes al hecho de practicar los preceptos de la Iglesia o no hacerlo, es una cuestión que nada tiene que ver con la fe en Dios. Si acaso, apurándome mucho, si cierta desconfianza en la iglesia regida por los hombres que, aunque nos pese, difiere en muchos casos y conceptos de la sencilla y ejemplar conducta de Cristo. Tan disparatada estimo es ésa tajante afirmación, estimado Eulogio, como la de achacar a Cristo y su doctrina los errores de los dignatarios y ministros de la Iglesia a lo largo de la Historia, léase Inquisición con sus sangrientos y nada cristianos métodos, las simonías, el pasaje de los Borgias y otros Pontífices, el boato y la intolerancia de los que deberían dar ejemplo de austeridad, sencillez y solidaridad con el que nada tiene, etc, etc. Hechos y escándalos que no librarán a sus protagonistas, creo yo, de un juicio severísimo en el Más Allá, aunque diariamente hayan vestido las ropas talares para oficiar el santo sacrificio de la misa, la confesión y la administración de los otros Sacramentos. A los ojos de Dios, serán considerados reos de eterna condenación, salvo que en última instancia y por su infinita misericordia compensaran el mal causado y se arrepintieran de su escandaloso proceder. Supeditar la salvación y el ejemplo del católico al hecho de cumplir sin el menor fallo los preceptos de la iglesia y la creencia o negación en Satán y su infierno, es bastante complejo. Caben en este apartado otras suposiciones y teorías.

Hay católicos que no practican, ni rezan, ni hacen profesión de fe, ni tienen de tal nada más que el hecho de haber sido bautizados por sus padres. Esos lógicamente ni creen en Satán, ni en el infierno y si me apuran pueden que ni en la misma madre que les parió. Es una madera que se había reservado para ser tallada y se ha abandonado apenas iniciado el primer cepillado, por lo que no se puede considerar una talla.

También está el católico que cree firmemente en Dios, en el cielo, en el demonio, en el infierno y en toda la Corte Celestial, Serafines incluidos y reza sus oraciones con sincera e íntima devoción al levantarse, acostarse y en cuantos momentos necesita ponerse en comunicación con el Altísimo para pedirle ayuda, comprensión o darle las gracias por el bien recibido. El que se solidariza con las necesidades del prójimo, no calumnia ni blasfema y siente en su interior el “hambre de Dios”. El que respeta al Papa, sin consideraciones de procedencia, pasado y demás bagatelas que nada tienen que ver con lo que desde el instante de su nombramiento representa. El que acepta y respeta a la Iglesia como institución, aunque pueda tener algunos reparos sobre determinados individuos que la rigen y atienden en algunas diócesis y parroquias. El que no acepta al aborto, porque lo considera un asesinato en toda regla, ni al divorcio porque supone una traición al matrimonio que debe ser indisoluble, según las propias palabras de Cristo. Que no fustiga ni maltrata a su mujer, hijos y a los más débiles, ni abusa y explota al que está bajo su autoridad y dominio y para no divagar más en una relación que se haría interminable, el que siente el dolor ajeno y se solidariza con el. Pero y aquí está el “quid” de la cuestión, el que a pesar del estricto cumplimiento de estas normas, no suele asistir a las misas dominicales con la precisión y frecuencia que determina la Iglesia, regida por los hombres. Porque, que yo recuerde, no he leído en ninguno de los Evangelios mención alguna a la obligada asistencia a misa los domingos. El dijo, refiriéndose a la Eucaristía, que no es la Misa, sino el acto de la Consagración, “Haced esto en memoria de mi”. Pero no determinó frecuencia y día determinado a esta conmemoración. Antes eran los domingos y fiestas de guardar los que podían hacernos cumplir esta obligación, luego dictaminan que la oída en sábado sirve también para el precepto dominical. ¿En qué quedamos?. No quiero negar con ello la autoridad de la Iglesia, aunque estemos acostumbrados a que sus normas estén sometidas a continuos cambios, porque son dictadas por hombres de muy distintas tendencias, procedencias y criterios, (lo vemos en nuestros propios obispos y cardenales), que hoy te dicen que no beba ni coma para poder comulgar y mañana te dicen que puedes hacerlo tranquilamente. Que te casan con todas las bendiciones necesarias cumpliendo un mandato divino “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” y consumado el sacramento, hasta con la llegada de los hijos, el marido o la mujer (generalmente el primero), se encandila con una “periquita” o ella con un “musculito” y no duda en abandonar a su pareja para que autorizados por los que debían velar por la indisolubilidad matrimonial, puedan contraer nuevas nupcias en la iglesia, de blanco y con la bendición sacerdotal, mediante las lógicas trampas que han de hacer para conseguir la ruptura del vínculo matrimonial. Pero lo más sorprendente y curioso es que estos reincidentes que se mueven por darle visos de decencia a lo que es un mero capricho, normalmente sexual, gozan de la comunión, el respeto y la admiración de una sociedad que se llama cristiana y se asusta de un mal estornudo, porque a éstas personas que debían considerarse bígamas, las encuentran en las misas dominicales, compitiendo con sus “trapitos” en la guerra de las ostentaciones. Estos sí se salvan porque van a misa y creen en Dios, en Satán, en el cielo, en el infierno y en las predicciones de “Walt Street” y el “Financial Times”, aunque su asistencia a la misa la pasen pensando en las “Batuecas”, en el vestido que vieron al pasar ante la tienda de modas o en el ligue tan inesperado y maravilloso que están viviendo a espaldas de la decencia y la familia, mientras el sacerdote oficia la ceremonia y eleva al Cuerpo de Cristo. No hay que olvidar que son católicos practicantes.

Este tipo de católico al parecer deberá ser juzgado con más benevolencia que el anterior porque no falta a las misas dominicales, se confiesa rutinariamente y comulga con el alma convertida en una ruinosa representación de la hipocresía. Siempre me ha llamado la atención ver en una foto a Pinochet en el momento de recibir la comunión. Un católico practicante, sin lugar a dudas, pero de cara a la galería, no a los ojos de Dios. Por lo visto, el simple hecho de estar media hora ocupando un banco de la iglesia, una vez a la semana, como única demostración de fe y catolicismo es suficiente para evitar la acusación tan tremenda de ese fiscal.

Yo me considero encuadrado entre los segundos. Hay domingos que me salto la misa, bastantes, lo reconozco y hay días, también numerosos, que me llego hasta la sencilla capilla, anexa a mi iglesia y en la soledad de ese pequeño santuario, donde el Sagrario está permanentemente encendido, hablo con Dios como un hijo a su padre, exponiéndole mis preocupaciones, intercediendo por aquellos que sé lo necesitan o simplemente agradeciéndole el hecho de estar vivo y tener una familia que con su forma de vivir y amar le santifican. Puedo decir que soy católico no practicante con las normas de la iglesia, pero no con los mandatos y doctrina de Dios. Porque el hecho de no ir a la misa dominical, no quiere decir que no crea en El, como tu indicas en tu artículo, ni el rechazo a sus sucesores, ni mucho menos contradecir lo que Él, (con mayúscula querido colega, porque se refiere a Dios), nos enseñó y predicó, ni tampoco quedarse con el cielo y negar el infierno. Eso es confundir el atún con el betún.

Tampoco ello me supone y obliga a votar al PSOE. La asistencia a la misa, nada tiene que ver con la ideología política del individuo. Hay votantes del PP que engañan, roban, escarnecen, abusan y denigran al prójimo, pero no faltan a la misa dominguera, creyendo que con este simple cumplimiento tienen el cielo ganado y son católicos ejemplares. Aunque si les preguntaran los detalles ocurridos durante la ceremonia eclesiástica, incluido el color de la casulla sacerdotal, los pondrías en un apuro, ya que mientras se hallaban sentados en el banco de la iglesia, estaban pendientes de los que ocupaban los bancos cercanos o con la mente fija en el partido que su equipo iba a jugar en la tarde.


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