jueves 15 de noviembre de 2007
Sarkozy entierra el gaullismo
La tradicional
política de amistad
árabe de Francia
no ha conseguido
recuperar en
absoluto la simpatía
de África del Norte
hacia su antiguo
colonizador. No nos
ha inmunizado en
absoluto contra el
terrorismo
La primera
No hay que creer a Nicolas Sarkozy
cuando alude a su nueva relación
con Estados Unidos en términos
pasionales, como si se tratara de
una antiquísima historia de amor y reencuentros,
después de una ausencia demasiado larga.
Sarkozy, por temperamento, y como demuestra
su carrera política, es ante todo un calculador.
Lo que lo guía es el interés, el poder, el suyo y
el de Francia en los asuntos del mundo. Así,
Sarkozy calculó que era improductivo seguir
con la política exterior de la tercera vía, que
había inaugurado en 1958 el general De Gaulle
y habían continuado desde entonces todos los
Gobiernos de derechas y de izquierdas. En rigor,
esta tercera vía podía tener sentido cuando
existían dos grandes bloques y Francia esperaba
desempeñar un papel pacifi cador y de líder,
en lo que entonces se llamaba el Tercer Mundo,
a medio camino entre EE UU y la URSS. Pese a
todo, recordemos que, ante cada amenaza vital
de la URSS contra Occidente, De Gaulle o Mitterrand
no vacilaron ni un segundo en apoyar a
John Kennedy en la crisis de los misiles de Cuba,
y a Helmut Kohl en una situación análoga: la tercera
vía francesa nunca ha sido completamente
neutral. Al haber cambiado radicalmente
las circunstancias, la diplomacia francesa se
encontró confi nada a un papel agradable pero
poco efi caz, defendiendo sobre todo temas
culturales, como el de la diversidad contra la
americanización del mundo. Sarkozy habrá tomado
nota especialmente de que la tradicional
política de amistad árabe de Francia no ha conseguido
recuperar en absoluto la simpatía de
África del Norte hacia su antiguo colonizador;
ésta no le ha permitido intervenir de ningún
modo como pacifi cador entre Palestina e Israel;
no nos ha inmunizado contra el terrorismo. Al
contrario, las contadas intervenciones importantes
en el mundo musulmán, en Bosnia, en
Kosovo, en Afganistán o en Líbano, sólo fueron
efi caces en la medida en que Francia intervino
conjuntamente con los estadounidenses: en resumen,
para lograr juntos objetivos comunes
es mejor un amigo poderoso. Sarkozy también
ha tomado conciencia del nuevo equilibrio de
fuerzas dentro de la Unión Europea; los recién
llegados del este de Europa son todos ellos proestadounidenses,
tanto por razones estratégicas
como ideológicas. Por lo tanto, Sarkozy sólo
puede desempeñar un papel líder en Europa si
tiene en cuenta el nuevo equilibrio.
Por último, Sarkozy, muy al tanto de las amenazas
contra la seguridad de Francia y Occidente
por su experiencia anterior como ministro de
Interior, se ha visto llevado a comprobar que los
enemigos de EE UU eran también los de Francia:
el terrorismo islámico, Irán y, a más largo
plazo, las imprevisibles Rusia y China. Por tanto,
nuestra nueva amistad está menos forjada
en los arcaicos recuerdos de la independencia
americana que en nuestros intereses y peligros
inmediatos. Recordemos, a título informativo,
que las relaciones franco-estadounidenses
siempre han sido confl ictivas. En la década
de 1820, los dos países estuvieron a punto de
entrar en guerra porque Francia no pagaba sus
deudas a Estados Unidos. Durante la Guerra de
Secesión, Napoleón III, desde México, proyectó
apoyar al Sur contra Lincoln. En 1966, De Gaulle
desalojó de París el cuartel general de la OTAN,
después de que Francia abandonara esta organización.
¡Y luego dicen de la amistad francoestadounidense!
En su discurso en el Congreso, en Washington,
Sarkozy dijo que no hablaba en nombre
propio, sino en nombre del pueblo francés.
Pero, ¿se conforma la opinión pública francesa
con este cambio diplomático? Hay que
señalar que la nueva línea de Sarkozy ha suscitado
pocos comentarios y pocas reacciones
en Francia, como si el acercamiento a Estados
Unidos fuera natural en el fondo. Esta aceptación
de la opinión me parece que demuestra
hasta qué punto el sentimiento antiestadounidense
nunca ha sido un sentimiento popular
profundo en Francia: quienes se apoyan en la
ideología antiestadounidense son sobre todo
los intelectuales. En Francia, esta ideología es
una verdadera industria literaria que produce
centenares de obras desde principios del siglo
XIX. En general, éstas tienen poca relación con
el Estados Unidos real; uno se pregunta si la
existencia de Estados Unidos es muy necesaria
para los estadounidenses. También hay
que subrayar cuánto varían las fuentes del
sentimiento antiestadounidense: podía ser
católico y contrario a los protestantes en el siglo
XIX, después socialista y anticapitalista, luego
nacionalista y anti-imperialista. Las crestas del
sentimiento anti-estadounidense no guardan
relación con lo que hace Estados Unidos sino
con lo que es. Por eso el anti-americanismo de
los franceses fue especialmente virulento en los
años treinta, cuando EE UU era aislacionista. El
rechazo a Estados Unidos ligado a la guerra de
Irak es menos vehemente de lo que lo fue en los
años cincuenta, cuando Estados Unidos protegía
a Europa Occidental contra la URSS.
La ausencia de protestas contra la nueva
diplomacia gala revela, por tanto, una reducción
de la infl uencia de la «intelligentzia» de
izquierdas. La nueva alianza sellada por Sarkozy
ilustra también cierto cambio en la sociedad
y el pensamiento franceses: una disipación de
los mitos nacionalistas, neutralistas y revolucionarios.
Con Sarkozy, los franceses se reconcilian
no solamente con los estadounidenses, sino
también con el mundo real. El sarkozismo es
nuestra Realpoliti
Sarkozy entierra el gaullismo
La tradicional
política de amistad
árabe de Francia
no ha conseguido
recuperar en
absoluto la simpatía
de África del Norte
hacia su antiguo
colonizador. No nos
ha inmunizado en
absoluto contra el
terrorismo
La primera
No hay que creer a Nicolas Sarkozy
cuando alude a su nueva relación
con Estados Unidos en términos
pasionales, como si se tratara de
una antiquísima historia de amor y reencuentros,
después de una ausencia demasiado larga.
Sarkozy, por temperamento, y como demuestra
su carrera política, es ante todo un calculador.
Lo que lo guía es el interés, el poder, el suyo y
el de Francia en los asuntos del mundo. Así,
Sarkozy calculó que era improductivo seguir
con la política exterior de la tercera vía, que
había inaugurado en 1958 el general De Gaulle
y habían continuado desde entonces todos los
Gobiernos de derechas y de izquierdas. En rigor,
esta tercera vía podía tener sentido cuando
existían dos grandes bloques y Francia esperaba
desempeñar un papel pacifi cador y de líder,
en lo que entonces se llamaba el Tercer Mundo,
a medio camino entre EE UU y la URSS. Pese a
todo, recordemos que, ante cada amenaza vital
de la URSS contra Occidente, De Gaulle o Mitterrand
no vacilaron ni un segundo en apoyar a
John Kennedy en la crisis de los misiles de Cuba,
y a Helmut Kohl en una situación análoga: la tercera
vía francesa nunca ha sido completamente
neutral. Al haber cambiado radicalmente
las circunstancias, la diplomacia francesa se
encontró confi nada a un papel agradable pero
poco efi caz, defendiendo sobre todo temas
culturales, como el de la diversidad contra la
americanización del mundo. Sarkozy habrá tomado
nota especialmente de que la tradicional
política de amistad árabe de Francia no ha conseguido
recuperar en absoluto la simpatía de
África del Norte hacia su antiguo colonizador;
ésta no le ha permitido intervenir de ningún
modo como pacifi cador entre Palestina e Israel;
no nos ha inmunizado contra el terrorismo. Al
contrario, las contadas intervenciones importantes
en el mundo musulmán, en Bosnia, en
Kosovo, en Afganistán o en Líbano, sólo fueron
efi caces en la medida en que Francia intervino
conjuntamente con los estadounidenses: en resumen,
para lograr juntos objetivos comunes
es mejor un amigo poderoso. Sarkozy también
ha tomado conciencia del nuevo equilibrio de
fuerzas dentro de la Unión Europea; los recién
llegados del este de Europa son todos ellos proestadounidenses,
tanto por razones estratégicas
como ideológicas. Por lo tanto, Sarkozy sólo
puede desempeñar un papel líder en Europa si
tiene en cuenta el nuevo equilibrio.
Por último, Sarkozy, muy al tanto de las amenazas
contra la seguridad de Francia y Occidente
por su experiencia anterior como ministro de
Interior, se ha visto llevado a comprobar que los
enemigos de EE UU eran también los de Francia:
el terrorismo islámico, Irán y, a más largo
plazo, las imprevisibles Rusia y China. Por tanto,
nuestra nueva amistad está menos forjada
en los arcaicos recuerdos de la independencia
americana que en nuestros intereses y peligros
inmediatos. Recordemos, a título informativo,
que las relaciones franco-estadounidenses
siempre han sido confl ictivas. En la década
de 1820, los dos países estuvieron a punto de
entrar en guerra porque Francia no pagaba sus
deudas a Estados Unidos. Durante la Guerra de
Secesión, Napoleón III, desde México, proyectó
apoyar al Sur contra Lincoln. En 1966, De Gaulle
desalojó de París el cuartel general de la OTAN,
después de que Francia abandonara esta organización.
¡Y luego dicen de la amistad francoestadounidense!
En su discurso en el Congreso, en Washington,
Sarkozy dijo que no hablaba en nombre
propio, sino en nombre del pueblo francés.
Pero, ¿se conforma la opinión pública francesa
con este cambio diplomático? Hay que
señalar que la nueva línea de Sarkozy ha suscitado
pocos comentarios y pocas reacciones
en Francia, como si el acercamiento a Estados
Unidos fuera natural en el fondo. Esta aceptación
de la opinión me parece que demuestra
hasta qué punto el sentimiento antiestadounidense
nunca ha sido un sentimiento popular
profundo en Francia: quienes se apoyan en la
ideología antiestadounidense son sobre todo
los intelectuales. En Francia, esta ideología es
una verdadera industria literaria que produce
centenares de obras desde principios del siglo
XIX. En general, éstas tienen poca relación con
el Estados Unidos real; uno se pregunta si la
existencia de Estados Unidos es muy necesaria
para los estadounidenses. También hay
que subrayar cuánto varían las fuentes del
sentimiento antiestadounidense: podía ser
católico y contrario a los protestantes en el siglo
XIX, después socialista y anticapitalista, luego
nacionalista y anti-imperialista. Las crestas del
sentimiento anti-estadounidense no guardan
relación con lo que hace Estados Unidos sino
con lo que es. Por eso el anti-americanismo de
los franceses fue especialmente virulento en los
años treinta, cuando EE UU era aislacionista. El
rechazo a Estados Unidos ligado a la guerra de
Irak es menos vehemente de lo que lo fue en los
años cincuenta, cuando Estados Unidos protegía
a Europa Occidental contra la URSS.
La ausencia de protestas contra la nueva
diplomacia gala revela, por tanto, una reducción
de la infl uencia de la «intelligentzia» de
izquierdas. La nueva alianza sellada por Sarkozy
ilustra también cierto cambio en la sociedad
y el pensamiento franceses: una disipación de
los mitos nacionalistas, neutralistas y revolucionarios.
Con Sarkozy, los franceses se reconcilian
no solamente con los estadounidenses, sino
también con el mundo real. El sarkozismo es
nuestra Realpoliti
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