jueves 22 de noviembre de 2007
Al fascismo, por su nombre
Óscar Molina
Q UE el lenguaje no es inocente creo que nadie lo discute. Quien es capaz de poseer las palabras y sus significados posee también los conceptos, y en consecuencia tiene un gran poder de influencia sobre el pensamiento social. De esto, tan viejo como el propio lenguaje, han sacado gran provecho tiranos y manipuladores; no hay más que acudir a los eufemismos con los que las dictaduras han calificado sus aberraciones (solución final, campo de educación) a cómo algunos se hacen con el patrimonio de algunos conceptos (Paz, talante, tolerancia) o al equívoco y medido lenguaje que emplean los terroristas en sus panfletos y reivindicaciones. El manejo del lenguaje también opera a través de la designación y la puesta de etiquetas, y frecuentemente hacen fortuna expresiones o formas de llamar a las cosas que son completamente erróneas o malintencionadas. Es el caso del vocablo “fascista”, que opera como insulto de guardia para calificar a todo aquel que no se pliega a los designios de la Verdad Unica progresista, pero que, curiosamente, se emplea también para referirlo a actitudes y acciones que provienen del entorno de la izquierda más radical, del progresismo marrón oscuro. En estos últimos días hemos podido ver cómo se tildaban de fascistas o nazis las gracietas de los muchachos de estas organizaciones “antisistema” que han celebrado algunas de sus fiestas callejeras por España; y creo que todos hemos oído hablar de los “métodos fascistas de ETA”, cuya filiación ultraizquierdista es inequívoca. El fascismo, como el nazismo, es una manifestación ideológica y política nacida y desarrollada en un marco geográfico- temporal bastante definido, y enmarcada dentro de lo conocido como extrema derecha con un rigor más que discutible. Esta nada inocente maniobra de confusión tiene un objetivo nada difícil de averiguar: asignar a la derecha el patrocinio de todo lo malo, venga de quien venga; y apartar del ámbito de la izquierda, aunque sea la más radical, la violencia y la imposición como medios para la consecución de objetivos políticos. Puedo aceptar que se me diga que los métodos de ETA son fascistas, claro que sí. Y puedo entender que los vándalos de las manifestaciones de estos días se comportan de manera fascista. Pero creo que nadie puede oponerse a que yo afirme que tanto ETA como los muchachitos de las rastas se conducen como marxistas, leninistas, maoístas o que son herederos de Pol Pot. Si damos como cierto ese lugar común de que los extremos se tocan, no veo la razón para no llamar a las cosas por su nombre. Si los métodos de todos los extremistas son malos y rechazables, no colguemos una solo cartel para designarlos. Los que no tienen reparo en calificar la ideología con la que justifican sus barbaridades no merecen que seamos los demás los que practiquemos esa bizquera denominadora, y los englobemos bajo el mismo manto del fascismo. Los fascistas son fascistas, y los ultraizquierdistas son ultraizquierdistas, y el hecho de andar escondiendo la segunda de ambas denominaciones no borra su “currículum” histórico de asesinatos, atropello de las libertades y generación de miseria. Las actuaciones de Lenin, Stalin o Fidel Castro son fascistas, lo admito, pero ellos no lo son, son marxistas. Por ello mismo, creo que Galtieri, Pinochet o Videla podrían ser calificados de marxistas si acudimos a la metodología , porque en esto no difieren en absoluto de los utilizados por los nombrados más arriba Pero a nadie se le ocurriría tildarlos de tal, porque no lo son. De la misma manera, nadie puede llamar fascista a ETA si pretende hablar con propiedad. Lo más penoso de todo esto es que esta deliberada manipulación de las palabras no persigue sino borrar la huella de la ideología que más muerte y pobreza ha causado a la Humanidad. Esta auténtica mayor estafa de la Historia Universal, el marxismo, no puede ni debe esconderse detrás de los muros de otras que merecen idéntico rechazo, pero que no dejan de ser otras. Y seguir el juego de llamar fascismo a toda la basura que echa por la boca Otegui cada vez que habla, no es sólo un flaco favor a la coherencia semántica sino un allanamiento culpable e inexplicable a quienes se resisten a dejar de ser los únicos buenos de una película que tiene muchos capítulos oscuros. Es otra dimisión de una parte de la sociedad acomplejada, que da la espalda a las palabras mismas, sin darse cuenta de que entregar el lenguaje es entregar las ideas, y que se ha olvidado de llamar a las cosas por su nombre. Al fascismo también.
http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?id=4282
jueves, noviembre 22, 2007
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