jueves 22 de noviembre de 2007
El que esté libre de pecado…
Lorenzo Contreras
Es lógico que Ibarretxe se defienda de la acusación judicial que le imputa haber mantenido contactos con ETA, al igual que lo hicieron los socialistas Patxi López y Rodolfo Ares. Lo que es presuntamente punible para él tendrá que serlo también para quienes igualmente, antes de estos episodios, mantuvieron contactos con representantes de la banda y con la ilegalizada Batasuna. En la petición del dirigente nacionalista van incursos Zapatero y Aznar. Esto ya se sabía y es incontestable. Pero existen entre los diversos casos algunas diferencias, no tal vez determinantes para los tribunales pero más que presumibles para cualquier observador ajeno que se precie de imparcial. Todo depende de las pretensiones de los dialogantes no abertzales ni terroristas. No parece lo mismo el animus de Ibarretxe, por ejemplo, que el de José María Aznar, de idéntica manera que son diferentes los momentos en que los respectivos diálogos se produjeron. El lehendakari estaba contaminado por los acuerdos de Lizarra y casi adquiría cierto aire de cómplice de la banda terrorista en la aspiración de un País Vasco independiente. Los pactos de Lizarra (Estella) desbordan por su clandestinidad conspirativa la gravedad que pudieran encerrar otras “operaciones” político–separatistas. No se trata de que Ibarretxe estuviera personalmente en Lizarra, pero es evidente que avaló los compromisos que allí se establecieron y que, por supuesto, alejaban las expectativas de pacificación.
José María Aznar ordenó y respaldó las gestiones de Jaime Mayor Oreja y de Javier Zarzalejos, su secretario general de la Presidencia. Podría decirse que su “caso” sería semejante al de Zapatero, que propulsó los “servicios” de Rubalcaba y estaba perfectamente al tanto de las andanzas de Patxi López y Rodolfo Ares. Pero Zapatero, sobre todo, con mucha antelación y no poco sigilo, conocía las gestiones negociadoras del personaje que de manera más discreta y en plan pionero se acercó a los dirigentes etarras, no otro que el presidente del PSE, Jesús Eguiguren.
Los representantes de Aznar, desplazados a Suiza para sondear las posibilidades de alcanzar algún tipo de entendimiento pacificador con ETA, llevaban un encargo muy limitado que seguramente no incluía rendirse a la banda en aspectos sustanciales que el zapaterismo sí ha negociado y probablemente, si gana las elecciones de marzo, seguirá negociando. El mayor error de Aznar consistió en un cierto entusiasmo verbalista que le llevo a catalogar a ETA como Movimiento de Liberación de Euskadi.
Todo lo que se está cociendo desde el punto de vista de la legalidad conculcada, o de la política excesivamente entendida como instrumento válido para la paz en medio de un terrorismo acechante, posiblemente acabará en nada. Lo que existe es una especie de torneo de presuntos culpables dispuestos a defenderse a costa del vecino. En esta historia, como en otras muchas, juega la dialéctica del “tú más”. Y en esa dialéctica, extremando la argumentación, podría incluirse la postura del Congreso de los Diputados, que al autorizar el “final dialogado” de la llamada violencia, que no terrorismo puro y duro, lo que estaba avalando era un tiempo de contactos con ETA, y, más que contactos, negociaciones. Y no hay negociación sin precio, como tampoco hay comercio que no lo lleve aparejado. ¿Y qué cabe entender por precio?
Al final, tal vez, se imponga el lema del pecado y la piedra. Ya se sabe, el que esté libre del primero que tire la segunda.
http://www.estrelladigital.es/diario/articulo.asp?sec=opi&fech=22/11/2007&name=contreras
jueves, noviembre 22, 2007
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