jueves 22 de noviembre de 2007
El virrey
IGNACIO CAMACHO
UN ciudadano llamado Felipe González le preguntó en la tele a Manuel Chaves si pensaba abdicar algún día su largo reinado autonómico. Se trataba de un truco efectista porque el verdadero Felipe González ha tenido siempre para el presidente andaluz más respuestas que preguntas, y a menudo también consignas y órdenes, pero además erraba ligeramente en el concepto. Chaves no es el rey de Andalucía, sino el virrey; un procónsul felipista que ha sobrevivido incluso a su patrocinador a base de construir un régimen propio, un califato, una taifa, un microestado en el que se perpetúa a sí mismo con una arrogancia casi dinástica.
La legitimidad democrática de su longevo poder plantea un incómodo interrogante para los andaluces, toda vez que esa viciada persistencia se apoya en la complaciente anuencia de un pueblo amodorrado. Sus limpias victorias consecutivas representan también un nítido mensaje para una oposición incapaz de encontrar el antídoto contra el veneno clientelar que sostiene la hegemonía socialista. A lo largo de 17 años, más los ocho de Escuredo y Borbolla, el PSOE andaluz ha tejido una porosa trama de dependencia que ha permeabilizado todas las capas de la sociedad, neutralizando cualquier atisbo de disidencia; desde el empresariado a los sindicatos, desde las asociaciones vecinales a las cofradías, desde las universidades a las cooperativas, toda la vida comunitaria se mueve en torno al núcleo de un poder que distribuye recursos, subvenciona actividades, multiplica los funcionarios, controla y amedrenta a los medios de comunicación y acolcha la discrepancia con una derrama perenne de influencia y de dinero.
Ese clientelismo universal, amparado en la recepción de transferencias, ha permitido a Chaves construir un pequeño estado de bienestar basado en la perpetuación de la inferioridad. La Junta ha dedicado en los últimos tres lustros unos 200.000 millones de euros a rellenar ese pozo sin fondo de gasto clientelista, cuya continuidad se ha convertido en el fin unívoco de la gestión de la autonomía. Ni se ha estructurado la región, ni se ha favorecido la iniciativa industrial, ni se ha estimulado el despegue; Andalucía continúa al final de todos los rankings nacionales de renta, crecimiento y convergencia, y casi dobla la media nacional de desempleo. Aunque ya no pueda hablarse de subdesarrollo, el pecado imperdonable del chavismo es que ha comprado la hegemonía política a base de fomentar el quietismo social. El mensaje que ha enviado a los andaluces es de un devastador paternalismo inmovilista: no hagáis nada, sólo confiad vuestra mediocre comodidad en nuestras manos.
La autonomía que nació de una sacudida rebelde contra la desigualdad territorial ha acabado convertida en un marasmo de renuncias. La confortable pax chaviana descansa sobre un colchón de pastueñas resignaciones. Al cabo de 17 años de poder omnímodo -¡al que al principio se resistía como destino político!- de un hombre y 25 de un partido, la alternancia debería ser una cuestión de salud pública, pero el horizonte social andaluz está minado de conformismo. El virrey ni siquiera ha pensado en la sucesión; tiene tiempo de esperar, si lo desea, hasta que pueda convertir su cargo en una herencia.
http://www.abc.es/20071122/opinion-firmas/virrey_200711220328.html
miércoles, noviembre 21, 2007
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