viernes 30 de junio de 2006
Perversión y totalitarismo
Ignacio San Miguel
L A nueva proposición no de ley presentada por los socialistas en el Congreso de los Diputados da un paso más en el camino de ingeniería social que pretende modificar la estructura mental y afectiva de las nuevas generaciones. Es un nuevo ejemplo del espíritu de dominio, de matriz totalitaria, que inspira las decisiones de este gobierno seudoprogresista. La proposición está referida al homosexualismo, tema que ostenta casi el estrellato en las preocupaciones de esta Administración. La proposición razona que no es suficiente con la “igualdad jurídica” de los homosexuales, sino que hay que desarrollar una política de fomento para que la homosexualidad no tenga trabas a la hora de expresarse. Esta política debe comenzar en la escuela, “de manera que se fomenten las capacidades afectivas del alumnado.” En otras palabras, se aprobarán y alentarán los comportamientos homosexuales en la escuela. No se llega a decir que deberá iniciarse a los alumnos en prácticas homosexuales, pero cualquiera puede imaginarse que esto acabará ocurriendo en el desarrollo de la aplicación de la ley. No es necesario ser muy suspicaz para preverlo. Y es que la ola pederasta, a la que me he referido en alguna otra ocasión, empuja a tomar estas medidas, está detrás de la pretendida asepsia de los mensajes pedagógicos. ¿Qué es lo que mueve a estos pedagogos a ocuparse tanto de la educación sexual de los niños? ¿Qué males pretenden evitar? ¿Qué grandes bienes aspiran a conseguir? ¿No es bastante curiosa esa preocupación obsesiva por enseñar sexualidad a los niños? Y ahora ya no se trata sólo de enseñar, sino de estimular, promover. De nuevo, la suspicacia natural en una persona que conoce la naturaleza humana obliga a sospechar si no habrá por parte de los pedagogos y de quienes proyectan estas leyes pedagógicas alguna suerte de morbosa gratificación sexual. Desde luego, una vez se pongan en práctica estas disposiciones, que habrá abundancia de pederastia es seguro. A los gobernantes socialistas les mueven también otras consideraciones. Su odio a la enseñanza católica es evidente y no es necesario insistir en ello. Por tanto, todo lo que sea derruir los fundamentos de la moral católica les ha de resultar atrayente. Curiosamente, no van a encontrar mucha oposición en la mayor parte del clero, aunque sí en la alta jerarquía. Al clero en general parecen interesarle otras cuestiones de carácter “social”, como el equitativo reparto de las riquezas en el mundo. Está muy marxistizado y contempla la moral católica, la que debería ser su moral, con algún despego. Tampoco hay que desdeñar el porcentaje de homosexuales en sus filas, si bien minoritario. A éstos las nuevas orientaciones pedagógicas no les van a espantar. Hay otro motivo, y quizás sea el más hondo e importante, que mueve a tomar estas directrices. La tendencia de la izquierda al totalitarismo es evidente. Siempre se ha caracterizado por querer moldear a su gusto a la sociedad. Es refractaria a la idea de la libertad individual. Siente espanto y odio hacia esas personas que con criterio propio y firmes en sus convicciones levantan su dedo acusador e inmisericorde contra cualesquiera abusos del poder. El ideal de sociedad para el socialista es aquella en que los hombres se muestren sumisos y dóciles, fáciles de convencer, fáciles de conducir. El hombre acostumbrado a forjarse una personalidad fuerte en la disciplina, en el dominio de sí mismo, es el hombre que debe ser abatido, porque de él puede partir el peligro. La forja del hombre débil, del hombre-oveja, es lógico que sea el objetivo del totalitarismo izquierdista. Siempre lo ha sido. El hombre librado a sus instintos, sin ninguna norma moral, es un hombre débil. A lo único que puede aspirar es a formar un rebaño tranquilo, pacífico y mediocremente feliz. A este hombre le irrita que le compliquen la existencia con consideraciones críticas de orden moral. Sigue la ley del menor esfuerzo. El hombre-masa ha sido así tradicionalmente. La ventaja de la izquierda sobre la derecha es precisamente esa. Halagando las bajas pasiones de la masa, concita la adhesión de ésta y consigue que sea maleable y obediente. Este hombre débil (si es homosexual, todavía mejor) es el que desea la izquierda que prolifere con estas disposiciones desmoralizadoras. Es así como la perversión moral y el totalitarismo están íntima e inextricablemente unidos. Es más, la misma toma de decisiones de esta naturaleza tiene una raíz totalitaria, pues excluye a la familia de la educación de los hijos en temas morales, siendo como es la familia el ámbito natural donde se deben infundir esas enseñanzas. No son casuales, en efecto, ni poco meditados los ataques que viene asestanto el Gobierno a la familia con objetivos desintegradores, pues los totalitarismos son refractarios a la existencia de cuerpos intermedios de carácter autónomo entre el gobierno y el individuo. Hay diversos procesos políticos en marcha. Y algunos, por su inmediatez (proceso de “paz”, procesos estatutarios) disimulan, ocultan, la marcha de otros que, a la larga, pueden ser más devastadores para la vida social de la nación. Pero también hay otro motivo para la inadvertencia, y es el desdén con que estas cuestiones son consideradas por gran parte de la gente, que, al parecer, piensa que son temas morales que conciernen sobre todo a la Iglesia. Craso error y lastimosa ignorancia en toda época, pero ahora más que nunca. Hace ya tiempo que estos temas dejaron de caer dentro del ámbito de las preocupaciones de los curas, como arriba queda dicho. Estos son problemas para hombres laicos. Son problemas serios para hombres y mujeres recios que no están dispuestos a que sus hijos sean pervertidos en las escuelas. Nada positivo puede salir del mensaje de amor almibarado, lamentoso y blando que llega de los templos. No son pertinentes los quejidos temerosos, conciliadores y descomprometidos, sino las ardorosas y valerosas denuncias. Estamos aviados si esperamos que los curas vayan a resolver nuestros problemas.
jueves, junio 29, 2006
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