viernes, junio 30, 2006

Asi, no

viernes 30 de junio de 2006
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Así, no
Un requisito previo de cualquier negociación es constatar la representatividad de los interlocutores. Sin eso, los posibles acuerdos están viciados de raíz, y serán papel mojado en cuanto se enfrenten a la realidad. De ahí que la primera pregunta que habría que hacerse es si el Gobierno ostenta la representación del Estado en su conjunto, y si los diplomáticos etarras tienen autoridad sobre toda la estructura terrorista.
Dicho de otra forma, hay que preguntarse si el cumplimiento de lo que se trate en las conversaciones depende de lo que pueda suceder en la próximas elecciones, o está condicionado por las disidencias internas en la banda. Más claro todavía: ¿se sentirá vinculado el PP con los acuerdos?, ¿aceptará gente como el asesino de Miguel Ángel Blanco lo que se determine en un eventual pacto? He ahí los grandes dilemas.
Por de pronto no queda más remedio que ceñirse a los hechos, y los hechos indican que sólo es una parte del Estado la que se va a sentar con ETA, lo cual no resta legitimidad a los negociadores, pero sí fuerza. Un somero repaso a procesos similares enseña que no existen precedentes de algo parecido. Tenemos casos en los que la oposición colabora activamente con el Gobierno, y otros en los que se repliega a un segundo plano; no se recuerdan, sin embargo, negociaciones con terroristas en las que Gobierno y oposición tengan posturas tan distantes, y sobre todo tan aireadas en público.
Pero no sólo se da una división partidaria, sino también en el poder judicial, y en la propia sociedad española. Defensores del estricto cumplimiento del principio de legalidad, se enfrentan en una lucha feroz con quienes ven en el rigor un obstáculo para la paz. En la calle, la negociación está abriendo una peligrosa grieta que hace difícil que el debate se serene.
Nada que ver con el escenario en el que se produjeron los primeros contactos oficiales entre Londres y el IRA. Lo que aquí es enfrentamiento, allí fue unidad. Si John Major y Tony Blair tuvieron al pueblo y al Estado detrás, Rodríguez Zapatero tiene a una parte del Estado y del pueblo enfrente. Y esa debilidad de la parte gubernamental se corresponde con las notables diferencias entre un Ejército Republicano Irlandés bastante compacto, y una ETA donde prima el elemento militar sobre el político.
Lo que ha pasado con los recaudadores etarras es muy ilustrativo. En una de las versiones, la más benóvola, la recaudación ejecutiva de la banda sigue funcionando; en la otra, menos complaciente, hay extorsionadores que van por libre, y obligan a la dirección terrorista a solicitar la auditoría externa del PNV para cuadrar las cuentas. Las dos hipótesis son inquietantes.
Ninguna de las partes cumple el requisito previo de la representatividad. Este déficit no es razón suficiente para rechazar la negociación, pero sí para aplazarla y dar tiempo a alcanzar el consenso político, judicial y social, por un lado, y, por el otro, aclarar la voluntad y cohesión etarra. ¿Por qué no se hace? ¿A qué vienen los apuros? Es uno de los misterios del proceso que ayer se dio por inaugurado, sin la solemnidad parlamentaria que se había prometido.
Los prolegómenos de la negociación con ETA están reabriendo el foso entre las dos Españas. Es una pena, y quizá también un espejismo porque existe, en efecto, una parte de la sociedad favorable y otra contraria a hablar con los etarras, pero en el medio, abriéndose paso con dificultad, se encuentran muchos que dicen sí a la negociación, y no a las prisas.

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