martes 27 de junio de 2006
La necesidad de una derecha nacional fuerte
Ignacio San Miguel
L AS intenciones del presidente Rodríguez (que diversos analistas están coincidiendo en denunciar) de marginar a la derecha española, de tratar de anularla como opción política, es uno más de los graves errores que no cesa de cometer este extraño y nefasto gobernante. A no ser que, carente de ideales democráticos, pretenda reproducir en España el régimen del PRI mejicano, régimen de partido único en la práctica que se prolongó durante setenta años. No sería raro, pues gran parte de la izquierda española siente la querencia del totalitarismo, aunque estén muy poco dispuestos a confesarlo. En términos generales, son más fuertes las convicciones democráticas de la derecha que las de la izquierda. No solamente la democracia quedaría radicalmente dañada por la falta de alternancia, que es uno de sus fundamentos, si se diera el caso de que esos planes destructivos tuviesen éxito. El régimen democrático sufriría un golpe mortal porque los valores que representa la derecha desaparecerían. Y estos valores son absolutamente necesarios para el sustentamiento y preservación de la democracia. La historia de la decadencia de Occidente en el último siglo, y sobre todo en las últimas décadas, es la historia del paulatino retroceso de la derecha de sus posiciones genuinas. Ley, orden, religión, patria y familia, son conceptos que han ido deteriorándose en Europa (no tanto en Estados Unidos), siendo como son el cemento de las naciones y las civilizaciones fuertes. Esta carencia resulta sangrante sobre todo en España. La huída del rey en 1931 es un símbolo de la cobardía de la derecha, que había ganado las elecciones pero cedió el triunfo a una izquierda prepotente porque ésta había salido victoriosa en las ciudades más importantes. La Segundo República fue un régimen bochornoso, pero lo fue sobre todo por el amilanamiento de la derecha. Ganó las elecciones en 1933, pero no se atrevió a formar gobierno. Lo hizo en 1934, pero la izquierda, crecida ante un enemigo amedrentado, provocó una rebelión. Reprimida ésta, la izquierda sacó un partido formidable de la represión mediante técnicas propagandistas eficaces que prepararon el clima para la guerra civil. El régimen del Frente Popular que advino después de las elecciones de 1936 ya no era propiamente democrático. La izquierda acorraló a la derecha y prácticamente la anuló, siguiendo su tendencia totalitaria de eliminación del adversario. Después de la poco previsible derrota de la izquierda en la guerra y de un régimen dictatorial de orientación ecléctica, la derecha, siempre más democrática que la izquierda, consensuó con ésta un nuevo régimen de democracia liberal. Pero, de nuevo, al someterse a las presiones de izquierdistas y nacionalistas separatistas, sembró un futuro de decadencia. El Estado de las Autonomías ha resultado ser el terreno fértil para el fortalecimiento de los separatismos. Y ahora se está viendo cómo con un gobierno de izquierdas la nación se descompone tanto en el aspecto político como en el social, con la aparición de los consabidos rasgos totalitarios a nivel nacional y autonómico. Vuelvo a repetir que esto ocurre porque la derecha no juega fuerte nunca. Está acobardada, no se atreve a defender con ardor sus valores tradicionales (muchos han dejado de creer en ellos), y han entregado el terreno cultural a la izquierda. Solamente en los últimos tiempos parece haberse despertado algún tanto, sumándose a manifestaciones multitudinarias de varia índole pero esencialmente antigubernamentales. Pero son manifestaciones que se organizan al margen de los partidos, y ha llegado la hora de que sea el Partido Popular quien se presente como líder de todos los movimientos populares de oposición. Lo que está ocurriendo en Cataluña es paradigmático. Al estar la derecha nacional, es decir, el Partido Popular, reducido a unos niveles cuasi testimoniales (por querer contemporizar en vez de combatir), lo que se está gestando es un régimen entre izquierdista y separatista que, dotándose de un Estatuto de un intervencionismo feroz, más y más se está pareciendo al de las antiguas repúblicas satélites de la URSS o al mismísimo régimen nazi. Y la separación práctica del resto de España es casi un hecho. Es de todo punto necesario que el Partido Popular reaccione y dé la batalla con más vigor de lo que lo está haciendo. Los valores de la derecha no pueden ser arrinconados, pues todo se va descomponiendo y la democracia se debilita si así ocurre, como se está viendo. Aunque sólo sea por motivos prácticos, estos valores deben pasar al primer plano de la actualidad. Resulta necio el temor de mucha gente de derecha a que les tachen de retrógrados, carcas, y el resto de la retahila. Y a lo que más temen es a que les llamen franquistas. Pero ¿acaso no es mucho peor que la tendencia franquista de cierta derecha la tendencia estalinista de cierta izquierda? ¿Acaso nos vamos a olvidar de la proclama “Montesquieu ha muerto”, lanzada por un socialista? Nunca se le hubiera ocurrido tal cosa a un hombre de derechas normal. El desprecio a la democracia está más en la izquierda que en la derecha. Hemos llegado ya a un tiempo histórico en que los complejos clásicos de los conservadores van resultando desdeñables por anacrónicos. La época del pseudoprogresismo, o marxismo cultural, no ha pasado todavía, pero alcanzó ya su cenit, y ahora ha llegado el inicio de su declinar. Hay que prepararse para los nuevos tiempos. En una entrevista radiofónica, Jaime Mayor Oreja demostró tener algo de esa firme determinación a que me estoy refiriendo. Cuando le preguntaron si no temía que con la actitud que está adoptando últimamente su Partido iban a permanecer aislados, solos, contestó que la vocación del PP tenía que ser la soledad, y que todos sus miembros debían sentirse cómodos en esa soledad, sabedores de que les asistía la razón. Me pareció una buena respuesta, en la línea adecuada, siempre que se asuman de una vez por todas los robustos valores de la derecha tradicional. Las determinaciones de inexorable numantinismo sólo pueden alimentarse con los más altos ideales (y no parcamente con el neoliberalismo económico o las privatizaciones). De lo contrario, se convertirán en pura táctica coyuntural que será sustituída a no tardar por las contemporizaciones acostumbradas cuando se estime que éstas son convenientes electoralmente. Se habría frustrado entonces la forja de una poderosa derecha que supeditara el triunfo electoral al triunfo de sus ideas. Y habría perdido la democracia.
martes, junio 27, 2006
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