viernes 30 de junio de 2006
De persecuciones comerciales
Miguel Martínez
S UPONGO que con la intención de ampliar horizontes, cada vez es más habitual que industrias y empresas lancen a sus comerciales fuera de los canales habituales de venta, exportándolos hasta nuestros domicilios, convirtiendo el mercado de transacciones de productos y servicios en una vorágine de implacable persecución al cliente, de la que resulta casi imposible salir indemne. Tiempo ha, cuando uno de nosotros quería adquirir un producto o contratar un servicio, se encaminaba a la tienda, mercado, taller u oficina, preguntaba el precio y, si le interesaba, se hacía con él. De un tiempo a esta parte somos perseguidos, por tierra, mar y aire, por una legión de comerciales que nos intenta colocar a toda costa sus productos, allanando nuestras moradas y haciendo añicos nuestra tranquilidad, nuestras siestas y cualesquiera otras actividades, nombrables o no, que cada uno lleve a casa en la intimidad de sus cuatro -o más- paredes. Está uno transpuesto, siesteando tan ricamente, cuando suena el teléfono o el timbre de la puerta y se le cuelan en su casa los más variopintos especimenes ofreciéndoles los más diversos productos. - Buenas, soy de “Seguros El Lucero”. Vengo a ofrecerle un seguro de vida. - ¿Es que tengo cara de necesitarlo? –pregunta usted preocupado. - Nunca se sabe, caballero, nunca se sabe. Hay que ser previsor. Y aquí, el cliente –o sea usted- se somete a un machacón y estudiado proceso de convencimiento en el que el vendedor, que ha sido sabiamente instruido para conseguir hacerle creer que usted no puede vivir sin ese producto y que sería un irresponsable no contratándolo, tratará por todos los medios de colocarle una póliza. Otro de los medios de asedio es el teléfono. - ¿Diga? - Buenos días, soy Vanesa Pérez, de atención al Cliente de Telefónica. ¿Está el señor Tal? - Soy yo. - ¿Estaría usted interesado en nuestra oferta para llamar a números internacionales a precio de llamada interprovincial? - No, aquí no llamamos nunca al extranjero. - Bien. Entonces quizás le interese nuestra promoción por la que le ofrecemos un ordenador portátil a precio de saldo. - Ya tenemos portátil. - Bien. Entonces quizás desee…. Y cuando cuelga usted con Telefónica, llama Jazztel, que pretende robarle el cliente a Telefónica, y que intentará convencerle de que sus llamadas se escuchan mejor, son más baratas, y, encima, llevan de regalo un pin de la Expo 92. Luego le llamará Ya.com, Teledos, etc… para lo mismo que las anteriores, y pasará usted así la tarde hasta que desconecte el teléfono, o se cabree y mande a la porra, directamente, nada más descolgar el auricular, al próximo que llame por teléfono que, en cumplimiento de la Ley de Murphy, probablemente sea su jefe. Porque cuentan estos vendedores con la enorme ventaja de que los clientes, por norma general, son correctos y educados; pues mal les iría si, de buenas a primeras, sacásemos una poca de esa mala leche, de la que todos albergamos una reserva para ser utilizada en caso necesario. - Buenas, soy de “Seguros El Lucero”. Vengo a ofrecerle un seguro de vida. - Váyase usted a la mierda caraculo. Y a ver si se ducha, que huele que apesta, so cochino.- Portazo en las narices. Pero convendrán conmigo, mis queridos reincidentes, que, aunque a veces se lo merezcan por sus siempre inoportunas apariciones, a la mayoría de nosotros no nos sale esa vena agresiva, al menos a las primeras de cambio. Se desdeña, por idéntico motivo, la posibilidad de cortocircuitar los cables del timbre para soltarle al intruso una descarga de 220 voltios en el índice (o en cualquier apéndice que utilice para llamar), que ese tipo de acciones suele provocar efectos colaterales poco deseados, como freír al pizzero que nos trae la cena, churrascar al cartero, o incluso a nosotros mismos el día que, despistados, nos olvidemos –amén de la existencia de la instalación maliciosa anti-intrusos- las llaves en casa. Es por eso que quien les escribe ha ideado un método de defensa ante esta plaga organizada, que en la práctica totalidad de casos funciona a la primera, sin utilizar violencia alguna, dejando al enemigo sin argumentos y provocando su inmediata retirada. Ustedes conocerán una palabra muy de moda últimamente: empatía. La empatía es la identificación mental y afectiva con el estado de ánimo de un sujeto, o lo que es lo mismo, dicho en plata, colocarse en el pellejo ajeno y preguntarse: ¿A quién no le voy yo a vender seguros? Obviamente a otro agente de seguros. Eureka. Esa es la solución. - Buenas, soy de “Seguros El Lucero”. Vengo a ofrecerle un seguro de vida. - ¡Hombre! Qué casualidad. Yo también soy agente de seguros. - Ah… bueno… en ese caso… Voy a ver si hay suerte. Disculpa, ¿eh? - Nada, nada, compañero, suerte con las ventas. Comprobarán ustedes, mis queridos reincidentes, lo milagroso de la treta y verán cómo el agente de seguros, lejos de insistir en lo ventajoso de sus pólizas, repliega su ofensiva y se retira en pos de otros clientes. Y lo mejor del método es que, con alguna excepción que luego les comento en capítulo aparte, funciona para casi todos los vendedores ambulantes de productos y servicios. Así, si le visita un vendedor de enciclopedias usted se convierte en librero y obtiene los ejemplares a precio de coste directamente desde la editorial; si le visita un fotógrafo, esos que pretenden hacerle un reportaje a su niño para luego cobrárselo a precio de oro, usted es propietario de un modesto estudio fotográfico en otra ciudad, etc… Verá como resulta infalible. Es como si existiera un pacto de no agresión entre colegas, porque, irremediablemente, en un periquete, al inoportuno visitante se le rompen los esquemas, se da media vuelta, y agarra las de Villadiego. Una excepción a tener muy en cuenta es la visita de Testigos de Jehová. A ésos ni se les ocurra identificarse como compañeros de fe o puede ser aún peor, que entonces no se los quita usted de encima ni con agua caliente. Con ésos, lo que resulta infalible es el sexo. - Hola, caballero. Venimos a traerle la fe de Jehová. Si se quiere leer este librito... - Huy… Voy muy justito de tiempo. Si os parece hacemos una cosa: yo me he de dar una ducha. Nos la damos los tres juntos –llegados a este punto hay que guiñar pícaramente un ojo- y así, mientras nos enjabonamos los unos a los otros, me contáis lo que me tengáis que contar. Obviamente no aceptarán la oferta y le mirarán como si usted fuera un obseso, pero puedo garantizarles que jamás volverán a aparecer por su domicilio a hablarle de la fe de Jehová. Con los allanamientos telefónicos ofreciendo servicios telemáticos y/o telefónicos hay que variar un poco el planteamiento ya que usted no puede afirmar que tiene una empresa telefónica, que quien la tiene no coge él mismo el teléfono sino que le pasa la llamada la criada que responde al teléfono tal que así: -Residencia de los señores Wanadoo. ¿Qué desea? En esos casos, dependiendo del tiempo que desee usted perder, el método dispone de dos variantes. La primera, más sencilla, consiste en hacer creer a su interlocutor que usted carece de poder de decisión sobre la línea telefónica, pues se la pagan en su empresa por ser imprescindible para desempeñar su trabajo. - Mira, es que a mí el teléfono me lo paga la empresa. Llámalos a ellos a ver qué te dicen, que a mí me da igual. Lo normal es que cuelguen sin más. Si preguntaran la empresa siempre se les puede facilitar alguna que dé yuyu. - Sí, “Funeraria La Inevitable”, pregunta por Mari Pili, que es la que lleva esos temas. Y la segunda variante, más compleja pero más divertida, consiste en darle a la teleoperadora de su propia medicina. - Buenos días, soy Vanesa Pérez, de atención al Cliente de Telefónica. Número 456655 ¿Está el señor Tal? - Buenos días, Vanesa. ¿Le importaría repetirme su número de extensión? Un momento, no se retire, por favor. Cuando se lo repita suelta usted el auricular sobre el altavoz del equipo de música donde previamente tendrá preparado una música instrumental sosa y aburrida y se sale a la terraza a fumar un pitillo (si no fuma habitualmente, no lo haga, limítese a mirar a la gente o a cualquier otro pasatiempo que le ocupe unos cuantos minutos. Sólo se trata de hacer esperar a la teleoperadora). - Perdón Vanesa. ¿Podría informarme del motivo de su llamada? - Verá es que queríamos ofrecerle nuestro plan de descuento de llamadas… - ¿Descuento? - la interrumpe- un momentito que le paso con el departamento correspondiente. No se retire, por favor. Auricular sobre el altavoz, misma musiquita y esta vez puede aprovechar para ir al baño, consultar el correo electrónico, etc. Transcurridos unos minutos, descuelga de nuevo el auricular: - Departamento de descuentos. ¿Con quien hablo? - Soy Vanesa, de Telefónica yo llamaba para… - Disculpe, Vanesa –la vuelve a interrumpir- ¿Me facilita su número de agente comercial? - Sí –perpleja y alucinada- el 456655 - ¿Cuál es el motivo de su llamada, Vanesa? - Verá es que desde Telefónica ofrecemos descuentos para las llamadas… - ¿Llamadas? –la vuelve a interrumpir- Disculpe pero la han transferido al departamento equivocado. Éste es el departamento de descuentos en tarifas, para el descuento en llamadas ha de llamar usted de nuevo, que desde aquí no le puedo transferir. Muchas gracias por confiar en nosotros –en este momento le cuelga usted el teléfono. Quizás esta última variante del método no sea demasiado efectiva, pues le hace perder el tiempo y, lo que es peor, no evita que le vuelvan a llamar desde otra compañía. Pero no me negarán ustedes que imaginarse la cara que se le ha de quedar a la pobre Vanesa de turno, no hace que se den por buenos esos minutillos empleados. En fin, queridos reincidentes. Recuerden: empatía. Mucha empatía. Y si no les funcionase, siempre les queda en la recámara el recurso de mandar a la porra (o a sitios peores) al caraculo de los seguros o a la teleoperadora de turno. Dicen que en determinados estados de estrés, resulta más beneficioso ser borde que ser empático. Ustedes eligen.
jueves, junio 29, 2006
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