viernes 30 de junio de 2006
DEMETRIO PELÁEZ CASAL
AILOLAILO
El bruto encanto de la formica
Hay muchas tascas que jamás deberían morir y que jamás deberían ser renovadas, rehabilitadas o redecoradas. Es más, debería haber una ley de protección que obligara a mantenerlas así, tal como nacieron, por los siglos de los siglos, y que sólo permitiera realizar en ellas las labores de manutención necesarias que eviten que se vengan abajo.
Al igual que muchos edificios son intocables, tanto por dentro como por fuera, ciertas bodegas también deberían serlo tras haberse ganado a pulso un lugar en la historia. Europa está plagada de cafés y pubs con décadas de costra a sus espaldas, y son precisamente estos establecimientos los que más turistas atraen, deseosos de sentarse en las mismas mesas que ocuparon muchos grandes de la literatura, del arte y de la Bohemia con mayúsculas, y sumergirse en el ambiente que inspiró a muchos personajes inmortales.
En Compostela todavía quedan algunos establecimientos con mucha solera, pero poco a poco el progreso mal entendido nos está forzando a cerrar locales que forman parte de la vida de varias generaciones y cuya desaparición deja siempre un poso de amargura en miles de viejos clientes. O Porrón, taberna mítica fundada en 1938, es uno de estos casos. Y aunque no conviene mezclar churras con merinas, ni tampoco se pueden comparar los viejos y elegantes cafés europeos con los humildes y destartalados bares patrios en los que el tiempo parece haberse detenido, lo cierto es que muy pronto en Santiago ya no quedarán sitios donde poder tomar un vino de barril servido en las ya casi desaparecidas cuncas blancas de barro, ni tirar las cáscaras de cacahuetes al suelo sin que los finolis pongan mala cara, ni fumar hasta reventar a sabiendas de que ningún político pijotero va a pasarse por allí a controlar qué pasa. Llegado ese momento, nos percataremos de que algo hicimos mal cuando permitimos que eso ocurriera.
Es pronto para saber qué pasará con O Porrón. De momento echará el cierre y quizá con el tiempo se convierta en un cuco café con encanto decorado por algún prestigioso arquitecto de interiores, o en un restaurante con mesas adornadas con velitas. Todo eso está muy bien, pero ¿dejaremos morir para siempre el bruto encanto de las mesas de formica?
viernes, junio 30, 2006
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