viernes, junio 30, 2006

No deparó sorprasa alguna

viernes 30 de junio de 2006
LUIS POUSA
CELTAS SIN FILTRO
No deparó sorpresa alguna
El debate sobre la reforma del Estatuto de Autonomía de Galicia no es algo aislado y ni siquiera recurrente y con arreglo a una decisión política de darle un nuevo impulso al Estado de las Autonomías, nacida primero del compromiso electoral contraído por el aspirante socialista a presidencia del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, en la campaña de las generales de 2004, y, a continuación, de las promesas, igualmente electorales, efectuadas en esa línea por Emilio Pérez Touriño (PSdeG) y Anxo Quintana (BNG) en los comicios gallegos de 2005.
Si Zapatero, Touriño y Quintana asumieron un compromiso de reforma, tampoco es fruto de una ocurrencia en cadena que se retroalimenta entre sus piezas. La cuestión tiene un hondo calado y se sitúa en un contexto muy amplio, mundial, en el que nuevos acontecimientos plantean nuevos retos, cuyas soluciones no están en los viejos recetarios. Esa realidad no es una abstracción ajustable a un modelo arquetípico, sino que requiere de nuevos modelos, por supuesto legitimados democráticamente.
No es de ahora precisamente la idea de que el Estado-nación está en crisis por muy diversos motivos. Entre otras cosas, porque, como diría Emilio Lamo de Espinosa, no es cierto que Dios, con su gran sabiduría, organizó el mundo distribuyendo la humanidad y el territorio entre diversas naciones claramente delimitadas con nítidas fronteras.
Por el contrario y pese a haber perdido soberanía, el Estado (no el Estado-nación, el Estado) lejos de ser residual ha ganado protagonismo en el escenario de la globalización; en el seno de la Unión Europea, por ejemplo, su peso es enorme. En otras palabras, su reconocimiento como identidad no parece que despierte mayores dudas.
Retomemos a Lamo de Espinosa (ver su ensayo ¿Importa ser nación? Lenguas, naciones y Estados, publicado en Revista de Occidente, nº 301), para significar que las investigaciones ponen en tela de juicio el rigor de algunas creencias. Así, resulta que la mayoría de los Estados no son monolingües (la media para Europa es de 5,6 lenguas por país, y en el conjunto mundial de 30). Una segunda conclusión -fruto también de estudios solventes- a añadir a la anterior, es que en la práctica "todas las naciones-Estado son más o menos multiétnicas". Y la tercera constata que los ciudadanos combinan varias identidades; el 90 por ciento de los gallegos se siente a un tiempo gallego y español.
Pues bien, el debate parlamentario de ayer sobre la reforma del Estatuto gallego no ha deparado ninguna sorpresa respecto a las posiciones (ya conocidas) que mantienen las tres fuerzas políticas. Y la apuesta de Alberto Núñez Feijóo por un "galleguismo constitucional", cien mil veces repetida por Manuel Fraga en sus quince largos años al frente de la Xunta, no aporta ni pizca de novedad a la defensa que hacen los populares de España como Estado-nación. Un nacionalismo no menos nacionalista, en su caso, que la de aquéllos que aspiran a la nación-Estado.
El líder popular insiste en la negativa de su partido a modificar la idea de Estado-nación, y rechaza incluir en el Estatuto alusión alguna al "carácter nacional" de Galicia. La piedra angular de su propuesta de reforma es la financiación. Y la refuerza con 65 puntos en los que se advierte la singularidad de parecerse al Estatuto valenciano.

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