miércoles, junio 28, 2006

El señor de la guerra

jueves 29 de junio de 2006
TRAMPOSA Y PREVISIBLE
El señor de la guerra
Por Juan Orellana
El famoso cineasta Andrew Niccol, director de títulos tan interesantes como Gattaca o Simone y guionista de éxitos como El show de Truman o La terminal, patina un poco con esta película sobre la inmoralidad del tráfico de armas.
Supuestamente inspirada en hechos reales, El señor de la guerra explora una consecuencia poco conocida del final de la Guerra Fría, esto es: la enorme cantidad de armas que de repente quedaron disponibles en los antiguos estados soviéticos para ser vendidas a los países en desarrollo, sobre todo africanos, y las inmensas sumas de dinero amasadas por los traficantes de armas que las vendieron. Sólo en Ucrania, entre 1982 y 1992 se robaron más de treinta y dos mil millones de dólares en armas.
La película, en su argumento, sigue las incansables aventuras del traficante de armas Yuri Orlov (Nicolas Cage), felizmente casado y padre de familia, que es investigado muy de cerca por un agente de la Interpol. La tesis final del argumento es que los Estados que están detrás de la venta ilegal de armas son Estados Unidos, Francia, China, Rusia e Inglaterra, curiosamente los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Independientemente de la verdad de esos asertos, probablemente ciertos, la película sufre de los tics típicos del cine "de compromiso": por una lado, el mal está en el sistema, y la gente se contagia de él, es víctima de él. Por otro lado, el mundo se divide entre malos y buenos. Ambos esquemas, en las manos de genial Andrew Niccol no llegan a ser demagógicos o irritantes, ya que él es un director fascinado por el problema de la libertad, y en este film ese asunto está, aunque mucho menos desarrollado que en su anterior filmografía. De hecho, él quiere ilustrar esta cuestión en las tramas familiares, probablemente inverosímiles, pero que se llevan los momentos más densos y dramáticos del film.La pega, pues, es que la película está diseñada muy didácticamente, de forma que se notan demasiado las intenciones del director en cada recurso dramático y por tanto resulta un tanto tramposa y previsible. Los personajes son un poco planos, y Niccol prefiere poner el énfasis en la perspectiva política del asunto que en su compleja dimensión personal, presentada de forma algo esquemática. En definitiva, un film más interesante que bueno, que viene a decir que si tan delincuente es el que da como el que recibe, el genocida Charles Taylor (ex-Presidente de Liberia, que en el film lleva el nombre de André Baptiste) tiene el mismo rango moral que el presidente de los Estados Unidos. Suena a discutible.

Gentileza de LD

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