viernes 30 de junio de 2006
El castigo de los inocentes
Por M. MARTÍN FERRAND
ENSEÑABA Baura, cuando joven, que España es una bella convulsión en la que se alternan el odio, la envidia, el miedo y la creación. Los tres primeros ingredientes, especialmente el tercero, los tenemos muy próximos. En el pasado inmediato y en el presente infecundo. La gran fuerza de José Luis Rodríguez Zapatero reside, a partir del odio, en administrar las envidias y propagar el temor al tiempo que dice luchar contra él. Quizá no haya llegado todavía el tiempo de crear -y no llegará mientras un solo euro, vestido de subvención, trate de impedirlo-, pero sí conviene, a la vista de la experiencia, añadirle al diagnóstico de Baura un nuevo ingrediente: la incertidumbre que, en todos los órdenes, especialmente en el jurídico, pone en cuestión el Estado de Derecho, nos aflige y desconcierta.
Doy por hecho que el ex ministro socialista Julián García Valverde es tan inocente como acaba de sentenciar, a propósito del «caso AVE», la sección decimoséptima de la Audiencia de Madrid. García Valverde, inmaculado, no incurrió nunca en un delito de cohecho, ni cobró comisiones en las obras del tren de alta velocidad, ni recibió «ninguna dádiva» ni -menos todavía- aceptó promesas y ofrecimientos en beneficio propio; pero, en razón del ritmo de nuestra administración de justicia, verdaderamente escandaloso, el hasta ahora presunto y ya inocente ex ministro ha tenido que cargar con el sambenito de la corrupción con el que, hace más de quince años, le revistió la opinión pública a instancias de los medios informativos.
Supongo que en este tiempo García Valverde, que habrá perdido un montón de oportunidades políticas y/o laborales, ha tenido que aprender a vivir la triste condición de sospechoso. ¿Quién le compensará por ello? Tanto afán garantista como marcan nuestras leyes y lucen nuestros jueces en beneficio de los delincuentes crónicos y recalcitrantes se convierte en todo lo contrario en el caso de quienes nunca han roto un plato. Aquí se castiga a los inocentes. No (siempre) con privación de libertad, sino, muchísimo peor, con el regateo de su propia decencia y el mal trato a su dignidad. De ahí la condición arisca, áspera, de nuestra convivencia y la gran fatiga que genera el hecho de ser y sentirse español.
García Valverde, ya sesentón, ha perdido los mejores años de su vida -desde su dimisión como ministro de Sanidad por los escándalos vinculados a su presidencia de Renfe- gracias al ritmo que, sin consecuencia alguna, muchos jueces le dan a su trabajo. Es algo que les ocurre a cientos de ciudadanos que han aprendido, con dolor, el dramático sentido del españolísimo dicho «pleitos tengas, y los ganes». Es una maldición auténtica que, por sí sola y con prioridad sobre otros prejuicios -incluso el de su falta de independencia-, nos autoriza a desconfiar de la Justicia.
jueves, junio 29, 2006
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