jueves, mayo 04, 2006

Un dia de playa y tumbona

viernes 5 de mayo de 2006
Un día de playa y tumbona
Félix Arbolí
U NA serie de tumbonas se hallan colocadas y solitarias esperando la llegada de los bañistas. El día ha amanecido espléndido y el mar se encuentra en perfecta calma, con espumosas y pacíficas olas que llegan y retroceden en un suave movimiento y relajante susurro. A esa hora tan temprana, los empleados municipales están dedicados a sus habituales faenas de limpieza y colocación de los diferentes objetos que van a necesitar los próximos ocupantes de la playa. También se advierten algunos jóvenes y no tan jóvenes que realizan, bordeando el agua, ejercicios gimnásticos y carreras y algunas familias que, deseando sacar el máximo provecho a éstos días vacacionales, han madrugado para satisfacer sus ansias de mar y de sol. A este hora temprana se puede elegir una buena tumbona. Se encuentran libres la mayoría. Casi todas tienen en sus lonas los colores verde y blanco. No creo que sea por lo de la bandera bética, ya que estamos en Cádiz y sus colores son el amarillo y el azul. Puede que se trate de un homenaje a los de la bandera de la “realidad nacional” andaluza. Bueno, la auténtica realidad, no se si nacional, regional o a nivel de cotilleos vecinales, es que aquí se está de maravillas. He de aclarar que me encuentro disfrutando unos cortos días de playa en mi tierra gaditana y que mi historia se forja mientras dormito en una confortable y sencilla hamaca, descansando bajo este espléndido sol primaveral, alejado e indiferente a todos los problemas que he intentado dejar aparcados hasta mi regreso a la ciudad. Mientras intento desocupar la mente de cualquier asunto que pueda alterar esta paz que me invade, oigo el constante y envolvente movimiento de las olas, que tanto ayuda a despejar nuestro “magín”, junto al gozoso griterío de los pequeñajos que corren alocados con sus utensilios playeros, salpicando de arena y agua al dormido bañista, sin importarles sus iracundas expresiones ante tan inesperado y nada grato despertar. Por entre la multitud de cuerpos tumbados “asándose” bajo los rayos de un “Lorenzo” en su punto más caliente, el desfile incesante de hombres y mujeres, que recorren las orillas luciendo al máximo sus anatómicos atributos. Sólo ocultan lo más indispensable. Sin embargo, nadie repara en ese despliegue de sinuosas y desnudas anatomías. La frecuencia, el escenario y la abundancia de muestrarios, restan interés e importancia a lo que en cualquier otro lugar y con menores proporciones al descubierto, ocasionaría enormes aglomeraciones y muy serios altercados. Me he detenido a pensar, por buscar algo intrascendente y nada conflictivo en estas pasadas fiestas, (donde no he leído ni la prensa), qué podría contar una tumbona como ésta donde me encuentro, si por efecto de algún prodigio pudiera descubrir y airear sus aventuras de un día cualquiera. Me figuro que el asunto iría más o menos así…. - -- Aunque soy un objeto simple y banal, no me considero tan inútil como pueda parecer. Mi vida es una continua sucesión de detalles y circunstancias que los humanos protagonizan en momentos de asueto, siendo testigo y parte integrante de los mismos. En mi época de actividad me tienen expuesta a pleno sol y al molesto y picante polvillo de la arena movida por el viento del Levante, que en este lugar del estrecho es a veces frecuente y siempre desagradable. Menos mal que este año se ha quedado allá en la morería, sin llegar a nuestras costas. Ahora lo que más nos viene de allá son las pateras sobrecargadas de seres desesperados de una vida excesivamente precaria y sin esperanza de futuro. Según he oído a algunas de mis compañeras, en nuestras charlas nocturnas cuando nos apilan al finalizar nuestra jornada laboral, algunos pobrecitos vienen en las últimas. Mujeres embarazadas que quieren que lo primero que vean sus hijos es un horizonte mejor y lleno de alicientes y niños que cansados de tanta hambruna, sin posibilidad de remediarla en su tierra, buscan desesperados el pan de cada día más allá del estrecho, aunque ello les suponga abandonar su país, familiares y costumbres e incluso poner en evidente y frecuente peligro su propia vida. - Viendo tan cerca la tierra africana, a tan sólo catorce kilómetros, medito sobre lo que entre sueño me parece oír a mi tumbona. He observado, no obstante, que en las playas gaditanas, celosamente limpias y cuidadas al máximo, con una arena blanca y suave que acaricia en lugar de incomodar y picar, no se ven los inconfundibles ocupantes de pateras, esos seres marcados por la tragedia que aprovechan la nocturnidad para emprender con alevosía el paso hacia “su” paraíso terrenal. Deben andar escondidos Dios sabe donde para pasar inadvertidos a la claridad del día. Me extrañó esta circunstancia. Los únicos que pude advertir eran los que ocultos bajo blancas túnicas y extraños gorros, iban recorriéndose todo el paseo marítimo y sorteando a los bañistas, pregonando e intentando vender su variada mercancía de pañuelos, relojes, mecheros y otros muchos artículos portados y expuestos en enormes expositores de madera. En su mayoría “paisas” (como le llaman en esta tierra a los moros) y subsaharianos. - - Lo que más me duele –prosigue la tumbona-, es el trato que me dispensan. Se preocupan más del cubo y la palita del niño que de mi. Como no soy de su propiedad, sólo me alquilan para pasar la jornada, no les importa lo más mínimo que me rajen por algún lado, se me oxiden los muelles o que se desprenda mi lona por uno de sus extremos. Con coger otra de las cercanas, asunto solucionado y a mi me toca engrosar esa noche el contenido del más cercano vertedero de residuos urbanos. Aún recuerdo el episodio del dichoso perrito. Ese manojo de pelos con patas que en compañía de su dueña, una vieja desdentada, “espaguetizada” y llena de varices, se empeñó en utilizarme para regarme con sus orines. Aunque su huesuda dueña llevara bañador, no podía impedir que sus flácidas carnes, auténticos pellejos, le colgaran desde todos los ángulos. ¡Que ser más desagradable!. Y el asqueroso chucho al que llamaba “Fifí ”, con todo descaro levantaba su peluda pata y me rociaba con su apestosa meada ¡Qué repugnancia y olor más insoportable!. Mientras, su larguirucha dueña, quieta y sonriente, esperaba que el guarro perrucho terminara su inmunda faena con total impunidad. ¡Será cretina la tía!. - Mientras la oigo quejarse, observo que un grupo familiar ocupa otras contiguas y hablan acaloradamente sobre el “estatuto andaluz”, tan llevado y traído estos días. --- ¡Que lo digo y lo siento, eso de la “realidad nacional”, me perece una perogrullada! Me huele a “huevo de Colón” o “cuadratura del círculo”, algo del que todos hablan y pocos entienden , comprenden y pueden justificar. --- Pues yo lo considero un tanto raro, sí, pero qué quieres que te diga, si los catalanes, los vascos, los gallegos y otras regiones quieren y exigen sus estatutos, por qué vamos a ser los andaluces menos. ¡Ya está bien de que nos consideren la cenicienta de España!. --- Yo lo veo como la chorrada más grandes que puede ocurrírsele a un gobierno regional. ¿Desde cuando hemos pretendido, a lo largo de nuestra historia, sentirnos contrarios a formar parte integrante e inseparable de España, la única nación que siempre hemos reconocido?. --- Con esto de la nostalgia del pasado, que ahora parece haber invadido a nuestros políticos, pero de cierto pasado solamente, el de la bandera tricolor, queremos retroceder tanto que vamos a llegar hasta los reinos de Taifas, al estar tan de moda la islamización del mundo occidental. Nosotros, como en tantas otras cosas, siempre contraproducentes para el pueblo soberano, aunque para una serie de señores lo de “soberano” sólo parece tener su razón de ser en una marca de coñac, queremos ser la avanzadilla en todos los órdenes, sin darnos cuenta que volver al pasado, sentir nostalgias del ayer o querer repetir pasajes de la Historia, de no muy buenos recuerdos para ambos bandos enfrentados, no es avanzar sino retroceder. Desde una tumbona vecina me llegan gritos estentóreos de una niña, que me. sacan de mi soñoliento estado y me hacen perder el hilo de la anterior conversación. Desde donde me encuentro advierto los tremendos saltos de una niña once añera sobre la lona “tumbonera”. .La pajolera la ha tomado por una cama elástica y enganchada a la mano de su mamá, que la sostiene complaciente y la estimula, da continuos y enormes saltos sobre la débil lona hasta conseguir que se haga un desgarrón y quede algo desprendido uno de sus lados. A lo mejor se ha confundido con una cama elástica y no se ha dado cuenta de que se trata de una sencilla hamaca de plástico y lona. Mis vecinos acaban de abandonar la playa y sus vacías tumbonas, son ocupadas rápidamente por una enorme y amorfa masa humana con más aspecto de ballena que de mujer. Ahora comprendo lo de los derechos a los monos, ya que viendo a estas moles no se sabe a ciencia cierta quién es más animal si ella o cualquiera de las orangutanes y chimpancés, que vemos en el zoológico. La acompaña un hombrecillo, oculto tras los numerosos bultos, utensilios y cestas que se suelen llevan un día de playa cualquiera, aunque a la hora de la verdad no se utilicen la mayoría. La ballena embutida en un descomunal bañador, capaz de cubrir con holgura el diámetro de una mesa camilla, pero incapaz de ocultar sus numerosos bultos y michelines que le asoman por todos los ángulos, así como el canalillo de sus enormes “teresas”, que sobresalen como globos de feria, sólo lleva unas revistas. Su acompañante debe ser su marido. Bueno, creo yo. Ahora con la moda del “compañero sentimental”, no sabe uno a que atenerse. La “gorila” (por lo de nuestro parentesco con el mundo de los simios), ha encontrado por fin la postura cómoda. ¡Pobre tumbona ¡. Para mayor escarnio, la muy desvergonzada se baja la parte superior del bañador y sus enormes promontorios mamarios, libres de esa opresión, le caen indolentes y lánguidos sobre la abultada tripa, dando la impresión de que por efecto de la ley de la gravedad le iban a llegar hasta el ombligo o quien sabe si algo más abajo. ¡Qué espectáculo más bochornoso y deprimente!. El marido, todo lo contrario, un diminuto pirulí con unos escasos pelos encrestados en la cima de su reluciente calva. ¿Por qué será que la mayoría de las mujeres gordas y caballotas eligen de pareja a hombrecillos canijos e insignificantes?. Más no acababan del todo los pesares de la infeliz tumbona. Cuando esa masa amorfa parecía estar dormida y yo iba recuperando mi relajamiento, me llega un nuevo sobresalto. ¡Qué peste y que sonido más desagradable! Daba la sensación de que se había roto algo. ¡Vaya aroma que me dejó¡. Y ella tan tranquila, como si no hubiera hecho nada anormal. Sólo se limitó a mirar a derecha e izquierda para cerciorarse de que nadie le había oído. Al comprobar que no había “moros en la costa”, ( ya que no era lugar adecuado para aparcamiento de pateras), continuó tranquilamente a que el astro rey siguiera tostando su voluminosa anatomía. Le debía agradar la practica del escape libre de sus gases, ya que la operación se repitió varias veces. Al final, harta de dormir, de discutir con su pacífico y tolerante marido, ( que lo único que había hecho era leer el diario y admirar disimuladamente a esa chavala que estaba de buen ver y no intentaba ocultar los dones que la naturaleza le había prodigado), de atiborrarse de tortilla, jamón, queso y otras viandas que llevaban en exceso, se dio un paseíto por la orilla para mojarse los pies y roja como un cangrejo recién cocido, cogió los bártulos que entregó al marido para que los cargara y se marcharon de la playa. Ella descansada y feliz, el canijo cargado como un burro de gitano chatarrero. . Una pareja se acerca al lugar y ocupa la famosa tumbona. Ella, un top-less de auténtica sensación en un cuerpo muy cercano al diez. El, un chico majete, con aspecto de pasar más tiempo haciendo culturismo que trabajando. Ella se tumbó a todo largo y él se sentó a sus pies, aunque fue avanzando lentamente con gran naturalidad, dando la impresión de estar habituado a esta escalada anatómica sobre su pareja, hasta quedar tumbado sobre ella que lo aceptó complacida. Toda una lección práctica de hacer el amor sin importarles que, aunque la playa estaba semidesierta, habían algunos rezagados que apuraban las últimas caricias solares de la jornada veraniega.. Lo que si me despertó del todo fueron los gritos dados por la pareja al comprobar que mientras ellos estaban en el limbo amoroso, un chaval negro de soles pasados a la intemperie, le había afanado la cartera al Romeo con total impunidad y maestría y había emprendido una veloz carrera, logrando una distancia más que suficiente para impedir todo intento de persecución. Menos mal que les dejó la ropa. He visto casos como éste en que el operador de turno se llevaba hasta las prendas íntimas de ambos, con el consiguiente problema de tener que ir haciendo nudismo hasta encontrar algún taxi o aceptar la toalla de algún bañista compasivo. ¡ Lo que pudo rajar este joven tenorio cuando descubrió el robo del que había sido objeto!. Por lo que pude apreciar ella debía ser el sostén de sus necesidades y ocios, aunque careciera del que debía sujetar sus afiladas y desarrolladas delanteras, que ya las quisiera ese equipo al que llaman galáctico. El era de esos que van ofertando músculo y contemplándose en cada cristal por donde pasan, ya que carecen de otra cualidad que les permita conquistar a una mujer. Y lo más lamentable es que éstas esculturas vivientes suelen tener éxito entre las mujeres. El culto al cuerpo ha llegado a límites difíciles de superar. Antes, cuando la morenez del cuerpo no era signo de elegancia, todo lo contrario, las mujeres procuraban cubrirse al máximo para evitar que el sol las confundiera con rebanadas de pan salidas de la tostadora o campesinas hartas de soportar soles en interminables jornadas laborales. Estaba mal visto. No era nada elegante. Hoy estar morena se ha convertido en el sueño de la mayoría. La verdad es que en mi corta jornada playera he podido ser testigo de no pocas aventuras de toda índole. Al final, recojo mis bártulos y el libro que pensaba leer y al que no he abierto ante tantas vicisitudes pasadas y me marcho lentamente hacia el hotel pensando en preparar la maleta y preparar el regreso a la Capital del Estado de Derecho, un tanto apesadumbrado de que experiencias como éstas, aventuras tan variadas, no pueda experimentarlas con más regularidad. ¡ Es una eficaz manera de romper la monotonía diaria y acumular en nuestra mente una serie de nuevos recuerdos con los que hacer más cortos y gratos los momentos estresantes y tediosos de nuestra existencia!.

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