martes 30 de mayo de 2006
¡¡¡Barça, Barça, Baaaaaaarça!!!
Miguel Martínez
C UANDO un servidor inició sus andanzas en esto de los medios de comunicación, en aquellos años ochenta y en una emisora de radio local, se compadecía de un amiguete, compañero de emisora, que eligió dedicarse a la vertiente deportiva del periodismo. Por aquellos años, el Barça –ya saben mis reincidentes de mi incondicional y fanática adicción a ese club- nos daba una de arena y otra de arena, que la cal parecía estar vetada al equipo de mis amores. Tras la derrota de la final de la Copa de Europa en Sevilla en el 86, frente al Steaua de Bucarest, recuerdo la amarga crónica que del partido hizo mi amigo, tan culé o más que un servidor, que se recomponía como podía para que su voz no llegase quebrada a los radioyentes mientras que sus ojos, enrojecidos, clamaban al cielo por un Kleenex seco. Y quien les escribe se consolaba pensando que, como mínimo, un servidor sí podía intentar abstraerse de aquella horrible debacle dedicando aquel programa de radio a una sesión monográfica de Alan Parsons, pinchando largas canciones que le evitaran, en lo posible, tener que hablar. Sé que muchos de ustedes, mis queridos reincidentes, no alcanzarán a comprender cómo el resultado de un partido puede afectar de tal manera al estado de ánimo de personas a quienes se les supone seres racionales con un mínimo de sentido común. Hay quien defiende –con notable acierto a juicio de quien les escribe- que la relación de los aficionados más forofos con su club es muy similar a ese tipo de relaciones amorosas en las que uno pone mucho más que el otro y en las que, pese a ser escasamente correspondido, la atracción es tanta que se asume, consciente y resignadamente, el rol de sufridor. Años después, aquel cronista deportivo se convirtió en un experto periodista con todas las de la ley, y los radioyentes y televidentes de toda España han podido escuchar su voz en numerosas crónicas y eventos deportivos. Y pese a que habrá quien pueda pensar que mi amiguete tiene una enorme suerte al haber conseguido ese apreciado -y bien remunerado- empleo, un servidor –que sabe que el dinero no da la felicidad sino que la mayoría de las veces tan sólo la compra- sigue opinando que tiene que ser muy duro, cuando se es un acérrimo aficionado, el periodismo deportivo; tener que contar a los cuatro vientos las desgracias propias, y mucho peor cuando éstas coinciden con alegrías y victorias ajenas, necesita -al menos- de cierta dosis de masoquismo. Y si esto es así, cuán más cómodo es sólo escribir del Barça cuando lo pide el cuerpo. Como me ocurre hoy a mí. Imagino que a menos que usted, mi querido reincidente, haya estado estos días en coma –en cuyo caso me alegro enormemente de su recuperación-, o introducido en una cámara de descompresión que le alivie los desajustes provocados en su cuerpo por largas inmersiones submarinas de profundidad, o totalmente desconectado del mundo por cualquier circunstancia análoga -o no- a las anteriores, sabrá que el Barça se ha proclamado campeón de la Champions League, o, lo que es lo mismo, campeón de Europa. Y es que este Barça ilusiona y enamora. La magia y la fantasía de Ronaldinho, la verticalidad y los golazos de Eto’o, el diabólico regate de Messi, la serena contundencia de Puyol, la visión de juego de Márquez, la velocidad de Giuly, la seguridad de Valdés, el desparpajo –cuando no osadía- de Beletti, la solidez de Deco, el control de Iniesta, la inteligencia de Xavi, la elegancia de Edmilson, el oportunismo y la entrega de Larson, y, sobre todo, la batuta de Frank Rijkaard. Es del todo indiscutible que el auténtico mérito de convertir esta constelación en un equipo es del míster, y de su habilidad con su mano izquierda. Que Ronaldinho es el mejor jugador del mundo -así lo avalan títulos y galardones tanto individuales como colectivos- nadie lo discute a estas alturas, pero no es menos cierto que Rijkaard tiene mucho que ver en eso, que no lo sacrifica en funciones de equipo sino que lo libera de responsabilidades para que campee a sus anchas por el terreno de juego con la única misión de lucir su magia y contagiar de ella a compañeros y espectadores. ¿Se imaginan a Ronaldinho a las órdenes de Van Gaal? Como hiciera con Rivaldo, lo tendría esquinado a la izquierda, con órdenes tácticas concretas, sacrificado a la creencia de que los genios han de subyacer su talento a los esquemas tácticos; y a los genios, cuando lo son de verdad, no se les debe pedir más que ejerzan de tales. Rijkaard lo sabe, y, para bien del fútbol y de sus aficionados, lo pone en práctica. El holandés ha sabido mantener la unión en el vestuario con la disciplina justa, lejos de la prepotencia de Van Gaal o Capello, con la habilidad y la experiencia que le dan al fraile haber ejercido antes de monaguillo. Y cuando en una plantilla se respira “buen rollo”, se nota por fuerza en el campo. Más fácil lo va a tener el técnico holandés sin el concurso de Henry, que parece que finalmente va a seguir cautivando con su destreza y su potencia a los seguidores del Arsenal. Una pieza de tal calibre era de difícil encaje en el engranaje azulgrana. Muchos son los que opinan que la llegada de Henry no hubiese hecho más que ocasionar problemas, pues ni él ni Eto’o iban a saber jugar el rol de suplente, cosa que sí ha hecho -y magníficamente- Larson. Se trata entonces de buscarle sustituto al sueco (¿asumiría Forlán el papel de suplente?) y no al camerunés. Otra lectura optimista al “no” de Thierry Henry es que el del Arsenal cumple en agosto 29 años y que Eto’o acaba de cumplir 25, lo que nos hace suponer que al delantero africano le han de quedar, sin duda, más años de fútbol que al francés. Dos ligas consecutivas, una Supercopa de España y una Copa de Europa aúpan al Barça de la era Rijkaard a lo más alto de la élite europea. Están a la vuelta de la esquina la Supercopa de Europa –que, pase lo que pase, se quedará en España, que ya es el país que suma más Copas de Europa-, y la Copa Toyota (antigua Intercontinental), títulos que, de conseguir el Barça, pondrían el broche de brillantes (el de oro lo colocaron el día 18 en París) a la -hoy ya- mejor temporada de su historia. O sea, que está más que justificado que a un servidor le pida el cuerpo gritar –pueden unirse, queridos reincidentes que lo deseen- lo de ¡¡¡Barça, Barça, Baaaaaaarça !!!
lunes, mayo 29, 2006
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