martes, mayo 30, 2006

La menopausia comunista

miercoles 31 de mayo de 2006
CRÓNICAS COSMOPOLITAS
La menopausia comunista
Por Carlos Semprún Maura
(A Óscar, forever). Antonio Elorza constituye uno –hay más– de los arquetipos de amebas que, surgidas de las marismas zoobolcheviques, se han inmerso en el aparato socialburócrata, como parásitos en un cuerpo enfermo o gusanos en un cadáver.
Este no es un fenómeno español, sino europeo, y se verifica por doquier, con algún matiz nacional. La implosión de la URSS, la "contrarrevolución" capitalista conducida por el propio PC chino y otras derrotas históricas explican en lo esencial este transformismo de los comunistas en socialburócratas, o en "demócratas de izquierda". El comunismo ha entrado en menopausia, o sea que ya no puede fabricar hijos, militantes, partidos, conquistar islas, territorios, producir revoluciones, etcétera, pero puede seguir actuando, incordiando; y si no amando, nunca pudo, sí odiando, incluso más que antes, cuando creían que el poder mundial estaba al cabo de la calle.

Desde luego, su peligrosidad ha disminuido considerablemente, pero aún pueden "objetivamente" aliarse con los terroristas islámicos, por ejemplo. Subsisten como peligro.

Curiosamente, los comunistas han adoptado la jerga y la práctica trotskistas, en muchas ocasiones para lavarse de culpas históricas. Acusan al "estalinismo" y a Stalin de ser los culpables de todo, o sea de su fracaso, y salvan su propio historial, su "generosidad" y sus mentiras. El propio Trotski –que era, desde luego, más inteligente que Olivier Besancenot o Arlette Laguiller– mantuvo durante años que lo que estaba pendiente en la URSS era una "revolución política", un mero cambio en la camarilla dirigente, porque la base del régimen era sana, ya que la propiedad privada seguía abolida. Pero más trotskistas aún son los comunistas actuales cuando copian su táctica del "entrismo": adherirse a las organizaciones de masa, y a los partidos comunistas, ocultando su pertenencia a la IV Internacional, para impulsar un "giro a la izquierda" del movimiento comunista, "aburguesado" y claudicante, según ellos.

Pero los trotskistas, discretamente infiltrados en las organizaciones comunistas, seguían teniendo un referente, un centro, fuera: la susodicha IV Internacional, mientras que los comunistas, que han abandonado sus uniformes, para vestirse de paisano, ya no tienen centro, ni Moscú ni Pekín, sólo referencias vagas y confusas, como la antiglobalización, el antiyanquismo, el antisionismo, el clima, y ni siquiera todos son tajantemente anticapitalistas, como fueron.

Parecen considerar el capitalismo como un necesario pero feroz mastín, invicto o invencible, que se trataría de amordazar y estatalizar para que sólo muerda a los demás. Claro, siempre les quedaría Marx. Lo malo es que no lo han leído.

Elogiando, según los cánones del culto a la personalidad estalinista (aunque se vista de seda, la mona...), la nominación del comunista Giorgio Napolitano a la presidencia de la República Italiana, Antonio Elorza (El País, 16-5-06) no habla de eso. Capitalismo o no, propiedad privada o no, lucha de clases o no, socialismo o no, son temas que no le interesan. Ni reivindica ni condena el capitalismo ni reafirma su socialismo marxista, sólo le interesan las etapas y meandros para llegar al Gobierno y la presidencia. Los piropos que lanza, como claveles sevillanos, a la figura de Napolitano, el viejo aparatchik cínico y oportunista, son en este sentido muy reveladores, y si no alcanza el cinismo de su modelo es, sencillamente, por congénita estupidez.

"El demagogo Berlusconi sigue agitando hasta hoy mismo el fantasma del peligro comunista", escribe. Pues el demagogo Berlusconi tenía razón: el presidente de la República, el de la Cámara de Diputados, el ministro de Exteriores, D'Alema, ¿y cuántos más?, son comunistas y dominan el nuevo Gobierno. Lo cual no quiere decir que puedan conquistar Etiopía, como hizo Mussolini, y más recientemente Moscú, cuando Elorza aún tenía fe en el "socialismo real"; y en ETA, por cierto.

Digamos las cosas claramente: el Gobierno italiano y su presidente son una vergüenza para Europa. Algo tan vergonzoso como si en Berlín se hubiera instalado un Gobierno nazi, neo o post, o a secas; incluso si figurara en él algunos ministros democristianos, como en Italia.

Para mantener la ficción de una "vía italiana hacia el socialismo", Elorza hace grandes elogios de Togliatti, que desde los años 40 trató de "abrir una vía al socialismo en la democracia", según él. ¡Desde los años 40! Es de suponer que se refiere a los años posteriores a la guerra, cuando los PC de Italia, Francia y España (en el exilio), sin hablar de los demás, eran meras secciones "nacionales" del movimiento comunista internacional dirigido por Stalin, como ellos mismos lo reivindicaban, orgullosos.

"¡Estoy orgulloso de ser el primer estalinista de Francia!", aullaba Thorez; y Togliatti lo mismo, aunque en italiano. Togliatti es Ercoli, y Ercoli fue el mandamás de Stalin en España durante nuestra guerra civil. En su libro Yo fui ministro de Stalin Jesús Hernández cuenta cómo Togliatti fue quien decidió expulsar del Gobierno "republicano" a Largo Caballero y sustituirle por Juan Negrín, el hombre del oro del Banco de España enviado a la URSS, totalmente dócil, entonces, a las exigencias soviéticas; como Álvarez del Vayo, por cierto. Pero a éste le apartaron por imbécil.

Le preguntaré a Elorza, ya que tiene ínfulas de historiador –y muchas otras ínfulas–: ¿por qué Stalin ordenó, y obtuvo, el asesinato de todos los soviéticos, "consejeros" militares, políticos, policías, enviados a España durante nuestra guerra civil (salvo Orlov, porque éste "eligió la libertad" en EEUU), y en cambio no hizo lo mismo con los extranjeros: el italiano Togliatti, el húngaro Gerö, el francés Marty, etcétera? ¿No será porque no eran soviéticos, precisamente, y por lo tanto eran camaradas de segunda categoría, que, además, no estarían al tanto de los contubernios secretos entre Hitler y Stalin para favorecer la victoria de Franco?

El bestia de André Marty es muy probable de que no estuviera al corriente de nada; en cambio Togliatti, que había alcanzado cargos importantes en la jerarquía internacional comunista, debía de estar al corriente de todo. Pero respetó la omertà; se calló como una puta, como un buen dirigente comunista.

En Italia y en Francia los PC lograron convertirse en partidos de masas, incluso electoralmente llegaron, ciertos años, a ser el partido más votado; y dominaban los sindicatos, los cementerios intelectuales, las fábricas de melones universitarias y a los curas obreros, pero jamás lograron conquistar el poder por la urnas. Franceses e italianos les votaban como partidos de oposición, cuidándose mucho de que no se convirtieran en partidos de poder. Cuando, como Togliatti, Berlinguer (un día les contaré mi almuerzo con Berlinguer) o el propio Elorza, a su nivel de miseria intelectual, sólo se tiene la obsesión leninista del poder a toda costa, esta situación, repetida elección tras elección, plantea problemas fundamentales; y, siempre leninistas, se preguntaban: ¿qué hacer?

Paralelamente, tras la muerte de Stalin, su dios, el movimiento comunista internacional entra en crisis. El cisma chino, la insurrección de la Hungría socialista contra la patria del socialismo, la URSS, y todos los demás síntomas de decadencia del Imperio favorecieron el espejismo del "eurocomunismo", forma light del nacionalcomunismo. Todo se agravó y aceleró con la caída del Muro de Berlín, púdica expresión para designar la catástrofe del comunismo.

En Francia y en España los PC se mantuvieron, pero raquíticos, cadáveres en coma, mantenidos artificialmente en "vida", aunque en el plano personal, o "familiar", hubo un éxodo masivo hacia la socialburocracia. En Italia, el "glorioso", para Elorza y la gauche caviar franchute, PCI también sufrió la crisis y se dividió: por un lado los transexuales "Demócratas de Izquierda", y por el otro los trogloditas de Refundación Comunista. Pero juntos y unidos, nueva pareja de hecho, han ganado las elecciones por los pelos, y dominan el Gobierno. Lo cual no ha ocurrido ni en Francia ni en España, donde los PC se han convertido en órdenes de mendigos descalzos que viven de las limosnas de los sociatas. ¡Apunten! ¡Fuego! Se trata de una imagen, de una licencia poética, y no de un nuevo Paracuellos del Jarama (¿ya ha obtenido Carrillo el Premio Príncipe de Asturias?), aunque sí deberíamos apuntar a la opinión, y a la calle, y disparar en las urnas.
Cuando un memo escribe, incluso –o sobre todo– si es catedrático, siempre dice alguna tontería divertida, y Elorza no falla la cita. Comparando el sendero luminoso de los extraterrestres comunistas italianos, que han logrado ponerse "rostro humano" y copar el Gobierno, con la situación desgraciada española, nos dice que el Napolitano español no es Carrillo, que no es santo de su devoción –los memos pueden tener sus caprichos–; no: según él, no es Santiago, sino Manuel Azcárate. ¡Manolo Azcárate! ¡El más cretino de los comunistas españoles! Y ni siquiera se ha enterado Elorza de que ha muerto. Por otra parte, nada me extrañaría que sueñe con difuntos, presidiendo difuntos repúblicas mediterráneas. ¡Apunten! ¡Fuego!

Gentileza de LD

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