lunes 29 de mayo de 2006
En el desmierde nacional, añorando a Dámaso Alonso
Joan Pla
L OS más sabios y científicos del idioma dicen de Dámaso Alonso que fue un poeta "prendido de la palabra y de la vida " y quienes hemos tenido el honor y la suerte de conocer su obra sabemos que ha vivido abismado en la realidad y que siempre ha sido recreado por la palabra. Durante sus largos años de vida, siempre ha estado asomado a lo más hondo e íntimo del ser humano, esto es, a la palabra, a lo esencial de la poesía, que es lo esencial de la vida. Su magisterio, tan real y definitivo, nos acompaña y nos preside en todos nuestros actos de comunicación. Yo he conocido a Dámaso a través del corazón de sus amigos, que también son los míos. Entre ellos, hubo uno que al predicar sus excelencias de hombre bueno, de científico intachable, de maestro imperecedero. me convenció más que nadie. Me refiero a Paco Rabal, que en gloria esté, el murciano de Águilas, el obrero más cabal de la amistad y de la cultura. Otros, mucho más doctos, como Gerardo Diego, como Antonio Buero Vallejo, como Camilo José Cela, como Vicente Aleixandre, con cuya ejemplo me reconstruyo y me crezco en mi rincón de insularidad natural, también me han hablado de Dámaso Alonso con veneración. Yo dije, la primera vez que publiqué un libro, que le debía a mi madre, maestra de escuela que me enseñó a hablar, a leer y a escribir, el profundo amor que me inspiraba "la mágica almendra de las palabras". He de reconocer que le debo a Dámaso el no menos profundo amor que me inspira la " científica almendra de las palabras ", o sea, la investigación, el rigor, el sentido exacto y verdadero, el esplendor del idioma. Otros colegas, en esta misma publicación digital, denuncian magistralmente el grado de corrupción al que estamos llegando en todos los aspectos de la vida. Nunca he sido catastrofista ni tampoco quiero ser pesimista y agorero ahora y aquí. Añoro, eso sí, a mis clásicos, es decir, a aquellos que me honraron con su amistad y me enriquecieron con su palabra, oral o escrita. Me vale más un solo verso de Miguel Hernández que mil estatutos de Andalucía reformados. Así, pues, añorando a Dámaso, evocaré el proceso de estos últimos cuarenta años: Corría la primavera de 1968 y estábamos con la mordaza puesta. Había censura, claro es. Sonaban las voces de la juventud en Francia y nosotros, en el Café Gijón de Madrid, relatábamos en trepidantes tertulias nuestro reciente viaje a París. Carlos Oroza se montaba el negocio de sus poemas grabados en una cinta magnética y nos los vendía a veinte duros. Con lo que sacaba le bastaba para vivir una semana, porque era flaco como un suspiro y porque comía menos que un gorrión. Se proclamaba autor de la consigna "Prohibido prohibir " y, tan pronto como podía, gallego de lluvia y calma, anudaba su hato de peregrino impenitente y, en lugar de irse a su pueblo a pedir amparo al apóstol Santiago, se largaba a Ibiza y pasaba el verano en Formentera, declamando su poema del porro y de aquella otra sustancia alucinógena llamada Ele Ese De. Ese mismo año nombraron a Dámaso Alonso director de la Real Academia, cargo que desempeñó hasta 1982. Hacíamos entonces nuestras armas de periodismo en medios de muy definida e irrevocable filiación franquista. Los artistas e intelectuales, salvo aquella "minoría aplastante" (Josep Melià) que, por convicción o por conveniencia defendía al régimen, pugnaban ya por el advenimiento de la libertad y de la democracia. Hubo grandes corredores de fondo y grandes velocistas entre aquellos que lograron escapar de la persecución de los guardias de la porra, aquellos "grises" temibles, que perseguían más a los pensadores que a los ladrones, más a los artistas que a los embaucadores. En 1972, el año en que empezaron a premiar mis primeros libros, tuve la suerte de hablar con Dámaso, cuando la editorial Gredos emprendió la hermosa edición de sus Obras completas. El otro Dámaso - Dámaso Santos, que trabajaba a mi vera cada día en el diario "Pueblo", igual que su hijo, al que, por fuerza, llamábamos "Damasín" - me había recomendado insistentemente que no dejase de hablar con el director de la Real Academia, si de verdad me interesaba el oficio de la Literatura. Era, en puridad, mi mayor y más encomiable ambición. Dámaso habías dicho: "...en mi vida, espíritu es lo sumo" Y yo le contaba las aspiraciones académicas de algunos colegas resonantes del momento. Estaba entonces Emilio Romero en la cresta de la ola. Dirigía el periódico de mayor repercusión en las capas populares de nuestra sociedad y, además de periodista, era novelista y dramaturgo. (En 1957 ya se había alzado con el Premio Planeta y en los teatros de Madrid ya se habían estrenado algunas de sus obras. Romero decía entonces: "La historia la estamos haciendo nosotros, ...los que ganamos y los que perdieron nuestra guerra..."Romero lo tenía claro: él siempre ha sido de los que "ganaron" la guerra. De ahí que, en 1985, cuando ganó el premio "Espejo de España", de Planeta, dijese textualmente en la última página de su libro: "...Me han gustado más las ideas que los doblones, y voy a acabar con una jubilación de portero de fincas urbanas, si Dios no me para el corazón de golpe...") y, por su parte, nos decía Dámaso que no era camino directo, el de la política, para llegar a los dominios de la poesía. La política conduce a la ambición material y al poder. El poder – pensaba Dámaso y nos lo decía claramente - desemboca siempre en la obcecación y en la prepotencia, que son la antesala de la corrupción. Vivíamos jubilosamente desarraigados y decíamos con Blas de Otero que nuestro mundo es " como un árbol desgajado/ una generación desarraigada."Nuestro destino, según Otero, no era otro que el de " apuntalar las ruinas." En 1978, cuando los padres de la Patria redactaban la Constitución y el Rey Juan Carlos la sancionaba, a Dámaso Alonso le otorgaban el Premio Cervantes, que es el más alto de las Letras hispanas. Yo hacía crónica parlamentaria en "El Imparcial" y añoré rabiosamente al "espíritu" que él me había predicado. Después, cuando ya era más octogenario que el siglo XX, se fue Dámaso humildemente. Muchos no asistimos a su entierro. Él nos comprende y nos perdona. Además, suyo es el verso que nos justifica: "Mortal belleza eternidad reclama " Eso espero, mientras espero que la reforma del Estatuto balear me pille confesado y dispuesto a rendir cuentas ante Dios por el tiempo que he perdido en escuchar y leer a los políticos, dejando en el olvido a los poetas. Un joven poeta y novelista mallorquín, Pere Joan Martorell, acaba de dedicarme su último libro “Nocturn sense estrelles” y dice así, escuetamente: “A Joan Pla, per la Literatura i l’Amistat”. Pues, eso digo yo, añorado a Dámaso.
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