miércoles, mayo 31, 2006

Rajoy tiene que acabar con el marqués de Queensberry

Rajoy tiene que acabar con el marqués de Queensberry
Alfonso Basallo

1 de junio de 2006. En los viejos relatos boxísticos de Jack London u O´Henry, el improvisado árbitro anunciaba, teatrero y pomposo, a los dos púgiles que debían tener en cuenta las reglas del marqués de Queensberry. Pero lo que seguía a continuación era la ley de la jungla: una lucha despiadada y sin normas para dejar KO al contrario y llevarse la bolsa.Mucho preparar oposiciones a registrador, mucho estudio y mucho rigor, pero poca literatura. Si Rajoy hubiera leído a London, Aldecoa o Manuel Alcántara, sabría que el marqués de Queensberry es un papel tan húmedo como la resoluciones de la ONU en manos de Israel y que las reglas en boxeo están para saltárselas. Se acaba de ver en el Debate del Estado de la nación. Atentos al combate amañado. Llegan los dos púgiles y pactan no hablar sobre ETA. Fíjense en la desproporción: al campeón no le conviene que salga el tema, al aspirante le vendría de perillas mentarlo... pero cede –es decir, sucumbe a la tentación del fair play y la cortesía-. Ya ha perdido. Zapatero a partir de esa premisa domina el ring.Después, a lo largo de los asaltos, el aspirante Rajoy sigue observando británicamete las normas de educación como si estuviera tomando el té... en tanto que el campeón Zapatero recurre sistemáticamente a la trampa y se sale del guión, hablando del pasado, de los errores de los Gobiernos populares, o de la guerra de Irak. Es decir, se ríe del marqués de Queensberry y se dedica a machacar, mediante golpes bajos y zancadillas, al contrario.Rajoy no es el ficticio Young Sánchez precisamente, ni tampoco el real Nicolai Valuev, campeón mundial de los superpesados, pero podría haberse dejado de exquisiteces y correcciones y haber castigado a Zapatero donde más dolía (y donde más interesaba a los ciudadanos): la negociación con ETA, el 11-M, el muy grave Caso Bono –que el aparato de propaganda ha ocultado en las últimas semanas con sellos y dopaje-, etc.Nada. Riguroso, sólido, solvente, pero pesado, Rajoy recordaba a los sacos de carne que tipos mucho más ágiles como Sonny Liston o Cassius Clay mandaban a la mierda con un par de golpes al mentón. Tipos que revoloteaban en derredor, con suavidad, pero que luego picaban, certeros, y dolorosos, como avispas.Cierto que no contaba con las simpatías del árbitro Marín y que el gong de cada asalto –el dominio de los tiempos- estaba en manos de su rival.No lo tenía fácil. Pero ¿qué vendía Zapatero?: lo de siempre... humo. El mundo feliz y buenista, con cuatro datos sacados de contexto, como las aceitunas de una ensalada ilustrada. Y como siempre, sin sustancia. Rajoy podría haber tenido su gran velada si hubiera asesinado al marqués de Queensberry, a Lord Byron a Beau Brummell, como Kafka se cepilló al padre. Pero no... ¡lástima!Paradojas del ring. El más preparado, el más entrenado, puede no ganar. En el cuadrilátero, como en el hemiciclo, el que se lleva el título suele ser el que hace trampas. Y esto es lo que debería haber aprendido a estas alturas el eterno aspirante: el mejor puede ser el peor.

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