miércoles, mayo 31, 2006

Auscnwitz la pregunta por Dios

jueves 1 de junio de 2006
DISCURSO DE BENEDICTO XVI
Auschwitz y la pregunta por Dios
Por José Francisco Serrano Oceja
En Auschwitz, el gólgota del mundo moderno, como le definió Juan Pablo II, el hombre se mira en el espejo de lo que ha sido capaz. Allí, en donde Dios pendía por causa de la iniquidad de unos gobernantes ciegos de nihilismo, de materialismo y de totalitarismo destructor, el Papa Benedicto XVI ha ofrecido su oración, su silencio, su mirada, su presencia.
Sólo la presencia cicatriza las heridas de la historia y en la historia. La fe es memoria y presencia. Toda presencia es el principio del auténtico progreso de la historia, fuerza liberadora del presente. La presencia es el camino de la reconciliación; la reconciliación es siempre ejercicio de entrega, don. No poca de la teología contemporánea se ha escrito en y a partir de como lugar simbólico de la pregunta por Dios, por el mal, por la muerte de los inocentes, por la capacidad del hombre de aniquilar y destruir a los otros hombres, por la fuerza de las ideologías inmanentes, por el sufrimiento del inocente, por la necesidad de la redención. Hay un famoso fragmento del libro de Elie Wiesel, "La noche, el alba, el día" que está escrito en el frontispicio de la postmodernidad y que conviene tener presente como escenario de fondo de la reciente visita de Benedicto XVI al campo de concentración de Auschwitz, espacio simbólico de la más alta fusión y confusión de mal físico y moral en la modernidad. Allí, el poder del hombre se manifestó en sus más crudos extremos y la potencia de Dios fue silencio y memoria de encarnación.
En aquel lugar, la muerte del inocente simbolizó la hora de las tinieblas en la historia de nuestro tiempo. "Un día –relata Wiesel– al volver del trabajo vimos tres horcas levantadas en la explanada, tres cuervos negros. Se pasa lista. Los SS alrededor de nosotros, las metralletas apuntando: la ceremonia tradicional. Tres víctimas encadenadas... y uno de ellos, el pequeño criado, el ángel de los ojos tristes. Los SS parecían más preocupados, más inquietos que de costumbre. Colgar a un chiquillo ante miles de espectadores no era cualquier cosa. El jefe de campo leyó la sentencia. Todos los ojos estaban fijos en el niño. Estaba lívido, casi tranquilo, mordiéndose los labios. La sombra de la horca caía sobre el él… Los tres condenados subieron a la vez sobres sus sillas. Los tres cuellos fueron introducidos al mismo tiempo en los nudos corredizos. 'Viva la libertad', gritaron los adultos. El pequeño callaba. '¿Dónde está Dios? ¿Dónde está?', preguntó alguien detrás de mí. A una señal del jefe de campo las tres sillas se volcaron. Oí una voz que dentro de mí le contestaba: '¿Qué dónde está? Está aquí, colgado de una roca'."
En Auschwitz, el gólgota del mundo moderno, como le definió Juan Pablo II, el hombre se mira en el espejo de lo que ha sido capaz. Allí, en donde Dios pendía por causa de la iniquidad de unos gobernantes ciegos de nihilismo, de materialismo y de totalitarismo destructor, el Papa Benedicto XVI ha ofrecido su oración, su silencio, su mirada, su presencia. Ha recordado que "en un lugar como éste faltan las palabras; en el fondo sólo hay espacio para un silencio desamparado, un silencio que es un grito interior hacia Dios: Señor, ¿por qué callaste? ¿Por qué has podido tolerar todo esto?"
Cuando el tiempo se ha congelado por causa de la negación del hombre y de Dios, sólo la palabra es capaz de aunar el pasado con el presente y hacer que el grito de amor de la vida no se apague. "No podemos escrutar el secreto de Dios, sólo vemos fragmentos y nos equivocamos cuando queremos convertirnos en jueces de Dios y de la historia", ha aclarado Benedicto XVI. No son pocos los años en la vida de Benedicto XVI que ha dedicado a responder a la pregunta "¿Dónde está Dios?" y a desenmascarar a las ideologías que tienen un pretensión global sobre la persona sin tener en cuenta el origen de su dignidad. La pregunta por Dios, por el lugar de Dios, es hoy la pregunta por el hombre, por el lugar del hombre. Somos seres históricos. El Papa lo sabe. Frente a quienes deseaban un discurso político, formal, revisionista, Benedicto XVI, una vez más, ha dejado sobre el tapete de la conciencia del hombre contemporáneo una palabra de reflexión, de oración, pre-política. Un discurso teológicamente inspirado, alejado de las convenciones y de los intereses comunes. Ha acompañado al hombre que se pregunta por la raíz del mal en la historia y ha mirado al cielo para recordarnos que su vida es presencia y compañía, como ocurrió en la antigüedad, tal y como se refleja en aquellas palabras de la Antígona de Sófocles: "Estoy aquí no para odiar junto a ti sino para amar junto a ti".

Gentileza de LD

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