miercoles 31 de mayo de 2006
¿QUÉ SE HIZO DEL CONTRATO CON AMÉRICA?
El Gobierno de Incumbistán
Por Mark Steyn
De todas las frases maravillosas de Ronald Reagan, ésta es mi favorita: "Somos una nación que tiene un Gobierno, no al revés". La pronunció en 1981, durante su discurso inaugural. Y la practicó, a pesar de que el Congreso estaba en manos de los demócratas. Esa frase maravillosa resume el legado de Reagan en el extranjero: en la Europa postcomunista, de Lituania a Bulgaria, pasando por Eslovenia, los gobiernos con naciones fueron reemplazados por naciones con gobiernos.
Pero se trata también de una distinción importante cuando hablamos de estados no totalitarios. Por poner un ejemplo: en mayo de 2004 el Gobierno canadiense anunció, orgulloso, que en el último mes el país había "creado" 56.100 nuevos empleos. Alucinante, ¿no? El viejo motor económico bramando a toda máquina. Pero un examen más atento revelaba que, de esos 56.100, 4.200 eran trabajadores por cuenta propia, 8.900 estaban empleados en compañías privadas y los otros 43.000 chupaban del erario público. Por eso lo llaman "crear empleos": el 77% de los nuevos puestos eran gubernamentales, pagados por los pobres idiotas pertenecientes al 23% restante.
Total, que las "buenas noticias" eran, simplemente, la aceleración de la transferencia de riqueza del sector dinámico de la economía al no dinámico. Durante gran parte de su historia reciente, Canadá ha sido un Gobierno que tiene una nación. Y, al otro lado del Charco, la Unión Europea es un Gobierno que tiene un continente.
¿Qué miembro actual de la flor y nata del Partido Republicano podría pronunciar la maravillosa frase de Reagan y darle sentido? Fijémonos en el portavoz de la Cámara, J. Dennis Hastert. La semana pasada sucedió algo extremadamente inusual: saltó una noticia desde Washington que no ponía por los suelos la competencia o la disciplina interna del Partido Republicano. ¡Iba de un demócrata! De un tipo de Luisiana llamado William Jefferson. Que estaba siendo investigado por corrupción.
Si está demasiado distraído con American Idol [1], no se preocupe. No es difícil de seguir; sólo necesita hacerse una pequeña imagen: según un auto judicial del FBI, este congresista demócrata fue pillado, en una grabación de vídeo, aceptando un soborno de cien de los grandes de un informador del Gobierno. Después lo metió en la nevera.
Se suponía que eso era el escándalo: Demócratas Sobre Hielo 2006. Todo lo que el Partido Republicano tenía que hacer era mantenerse al margen y dejar que Jefferson y sus defensores demócratas patinasen sobre la delgada capa de hielo como Tonya Harding [2] con sus ajustados leotardos hasta arriba de billetes usados de 20. Era la noticia perfecta: ningún republicano tenía por qué salir perjudicado de este escándalo.
¿Y qué hace Hastert? Él y los gerifaltes republicanos de la Cámara intervienen en el caso a favor del demócrata: vehementemente desaprueban que el FBI haya cometido el delito de lesa majestad de acudir a un tribunal, obtener una orden y registrar la oficina de Jefferson. Afirman que, en términos constitucionales, se ha violado la separación de poderes. El caso es que, en términos políticos, se han subido a la nevera de Jefferson, el de los crujientes bolsillos helados.
¿A qué se debe el desprecio de las bases republicanas por el Congreso? A que los revolucionarios de Gingrich [3] se han convertido en señoritingos mimados del Washington de antes del 94, una arrogante y distante élite que sólo se interesa por la protección de los privilegios de la sempiterna clase gobernante. ¿Cómo podemos corroborarlo? Hmm. ¿Qué tal si sacamos al portavoz republicano a argumentar que los congresistas están más allá de la jurisdicción de las agencias federales?
El Contrato con América lanzado por el Partido Republicano en 1994 proclamaba, negro sobre blanco, que de ahí en adelante "todas las leyes que se aplican al resto del país se aplicarán, igualmente, al Congreso". Pero eso fue hace mucho tiempo, ¿no?
La idea constitucional está clara. La "inmunidad" del Congreso no es sino el mantenimiento, debido a los Padres Fundadores, del privilegio parlamentario inglés. Es decir, un representante electo no puede ser juzgado por nada que diga en la cámara. Se trataba de crear un clima adecuado para que los parlamentarios pudieran expresarse libremente.
Pero, como revela el espantoso tinglado de la "reforma exhaustiva de la inmigración", eso es precisamente lo que no hacen. La ley del Senado fue sacada adelante a trancas y barrancas gracias a una batería de evasiones, eufemismos, ofuscaciones y medias tintas, entre ellas las debidas a John McCain, que acusó a los que ponen objeciones a que se recompense a los inmigrantes ilegales por quebrantar la ley con pagos retroactivos de la Seguridad Social y otras bicocas de forzarles a "subir a la parte trasera del autobús" .
Oh, por favor. Los ilegales suben al autobús por delante. La que quedará condenada a ir en la parte trasera es la mujer extranjera del ciudadano americano que lleva un decenio tramitando su solicitud de residencia.
En otras palabras, el de los Hastert y los McCain es justo lo contrario de lo que debería ser un Congreso: no ejercerán su derecho al debate valiente y honesto, pero sí reclamarán el derecho a que los congresistas guarden en sus oficinas evidencias de crímenes y corruptelas sin tener que vérselas con menudencias como órdenes de registro dictadas por la Justicia.
Por cierto, la ley de "reforma exhaustiva de la inmigración" es una fantasía total, incluso si uno la ve con buenos ojos. Cualquiera que tenga alguna experiencia en lo relacionado con la inmigración a EEUU sabe que no hay modo de meter otros 15 millones de personas en las salas de espera de un sistema que apenas puede procesar las solicitudes ordinarias en una década. Pero la cada vez mayor desconexión entre la legislación ineptamente redactada y la realidad parece carecer de interés para el Congreso de Estados Unidos.
Nicole Gelinas, del City Journal, publicaba una noticia interesante el otro día sobre el efecto de la ley Sarbanes-Oxley, pobremente escrita y aprobada deprisa y corriendo en los albores del colapso de Enron. La carga regulatoria impuesta por la Sarbanes-Oxley ha incrementado el coste de ser una compañía de tamaño medio en un 223% desde el año 2002. Como resultado, cada vez más compañías eligen no cotizar en el New York Stock Exchange, sino en Londres, Hong Kong o Luxemburgo. La Sarbanes-Oxley es una ley mal redactada que obliga a las compañías a dedicar cantidades extraordinarias de tiempo y dinero a cumplir sus vagos requisitos. Tiene más sentido marcharse a cualquier otro sitio. En otras palabras, el precio del acceso a los mercados de cotización americanos ha pasado a ser demasiado caro.
Pero, hey, eso no es un problema para los legisladores federales, que se han ido a retozar a otros pastos. Decía el otro día que McCain, Specter, Sarbanes, Lott y compañía eran presidentes vitalicios del único partido de Incumbistán. Con la reforma exhaustiva de la inmigración, la reforma de la gestión corporativa, la reforma de la financiación de campañas, la reforma de la reforma de la financiación de campañas y todo los demás, McCain y compañía siguen en el machito, eternamente, sin cambios, década tras década.
No hay planes para la reforma del gobierno del Senado o para la reforma de la financiación de Trent Lott. Incumbistán es un Gobierno que tiene una nación.
[1] Versión americana de Operación Triunfo.
[2] Esta patinadora saltó a las primeras páginas de la prensa mundial cuando se supo que había contratado a un matón para que lesionara a una de sus rivales, la también norteamericana Nancy Kerrigan.
[3] Alusión a Newt Gingrich, artífice de la revolución conservadora que arrasó a los demócratas en las elecciones de 1994.
Gentileza de LD
martes, mayo 30, 2006
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