lunes 29 de mayo de 2006
Váyase Sr. Torres
Óscar Molina
A poco que me hayan seguido, la mayoría de Vds. conocen mi condición de colchonero. Soy un atlético entregado, y asumo todo lo bueno y malo que ello conlleva. Mis dos hijos pequeños empiezan a mostrar una pasión emergente y muy pujante por el fútbol, rara para su corta edad (5 y 3 años) que les ha llevado a dividirse entorno a los equipos madrileños. Pablo, el mayor, es madridista y Diego tiene el corazón rojiblanco. El otro día me los llevé al fútbol, a ver al “Atleti” contra el Athletic de Bilbao, y a todo lo largo y ancho del partido Diego no dejó de preguntarme qué tal estaba jugando Fernando Torres. Era una pregunta ansiosa, que llevaba en su anhelo la necesidad de una respuesta concreta por parte mía, por parte de quien mi hijo asumía como entendido del fútbol. Necesitaba de manera continua que yo le dijera que “El Niño” estaba haciéndolo bien. Quedando poco para el final del partido Torres marcó el único gol, de cabeza, en una jugada en la que saltaron varios jugadores de ambos equipos. Diego se dio la vuelta preguntándome con la mirada si aquello que él no había podido apreciar de manera clara era cierto, pidiéndome con sus ojazos verdes que le confirmara que el autor del gol era ése mismo cuya foto se encuentra en la cabecera de su cama. Puedo decirles que yo gocé más por poder ratificar que el gol había sido de Fernando Torres y contemplar la cara de felicidad de mi hijo, que por el gol mismo. Desde el día que le comenté la posibilidad de que Torres se marche del “Atleti” el tema se ha convertido en tabú, más que nada por evitar la llorera que la noticia le causó. Es realmente tremendo cómo los niños tienden a la búsqueda de ídolos (a Pablo le ocurre lo mismo con Iker Casillas) que apuntalen sus referencias en el mundo exterior, más allá del entorno de su familia. La ilusión con la que un niño admira, la innegociable excelencia de sus ídolos, y su infalibilidad son cosas que recuerdan a ciertos comportamientos olvidados que los adultos tampoco deberíamos descuidar en nuestra vida diaria, por mucho que la edad modere las pasiones, como la capacidad de enamorarse de aquello en lo que se cree o la fidelidad incondicional a quien se admira. Con todo y con eso, creo que Fernando Torres debería marcharse del Atlético de Madrid. Lo digo con tremenda pena, pero en la convicción de que el Atlético de Madrid no puede ser para Fernando Torres lo que Fernando Torres es para mi hijo Diego. Una pasión y nada más. Torres se gana la vida con el fútbol, y su obligación profesional es llegar tan alto como su enorme potencial le permita, y en el “Atleti” no puede. Sé perfectamente que entorno al Niño existe un debate entre los aficionados, y considero que hablamos de un futbolista al que no se le está haciendo la menor justicia. Fernando ha sido durante dos años el máximo goleador nacional de la Liga Española jugando en un equipo que hace tiempo que se abonó a la mediocridad más espeluznante. El mismo ha marcado cerca de la mitad de los goles de ese equipo, que ha divagado en los puestos de la nada de la tabla clasificatoria, y que claramente hubiese peleado por no descender sin las dianas y el empuje de este muchacho. Yo, que trato de no perderme la mayoría de los partidos de mi equipo, he visto a Torres hacer jugadas que firmaría gustoso el mismísimo Henry, hoy tan de moda, para acabarlas solo; solo en todos los sentidos, porque el noventa por ciento de las veces no le acompañaba nadie, cosa de la que Henry no puede quejarse. Le he visto defender en los “corners” sin descanso, y hacerlo mejor que muchos centrales. He podido comprobar cómo la gran mayoría de las veces se le frena tirándole al suelo, y también cómo él solito ha sido capaz de poner en aprietos a defensas cuya única dedicación era pararle. Y sobre todo le veo agarrado incondicionalmente al compromiso de hacer grande al equipo para el que juega, de hacer lo imposible por que todos los que estén en el estadio y llevan al “Atleti” tan prendido en el alma como él, salgan contentos. Pero a Fernando Torres nada de esto se le reconocerá mientras siga en la Ribera del Manzanares. Por muchas razones. Primero porque los ríos de opinión circulan muchas veces por caminos aprendidos, y la afición del Atlético de Madrid es un lugar común a la hora de hablar de decepciones. Es facilísimo apuntarse a cantar desilusiones de los atléticos, y un mal partido de Torres es un chollo en este sentido. Es una oportunidad única de practicar un tópico hacia la hinchada colchonera zarandeando a lo poquito que le queda. En segundo lugar porque la prensa, tan necesitada de fabricar mitos que aumenten tiradas, lo encumbró mucho antes de que su lógica evolución le convirtiese en el futbolista que apunta, y tirar esos ídolos es parte del juego. Le ha ocurrido a muchos, que han sido objeto de debates entre encendidos partidarios y detractores impenitentes cuya única finalidad era rellenar la palestra informativa y mantenerla viva. El día que Fernando juegue fuera de España, sólo será noticia aquí para contarnos lo bien que lo hace. Nadie va a bucear en las crónicas de la “Premier League” para contarnos sus fracasos. Pero además es que Fernando necesita crecer. Necesita, primero, crecer como futbolista, en un ambiente en el que la certeza de luchar arriba se perciba, lejos del acomodamiento de un equipo en el que da lo mismo ocho que ochenta y que le está anulado cada día más. Quedan pocos romanticismos en el fútbol, y ya casi nadie se deja la vida por unos colores, pero esos ideales sí han sido sustituidos por la ambición de ganar títulos independientemente del equipo en el que se juegue, y Torres necesita estar en un sitio así. Porque hoy, ni una cosa ni otra. El es de los pocos que se deja la piel por su “Atleti”, en eso está prácticamente solo; y la ilusión de los títulos suena a quimera. Para que su promesa de gran futbolista sea realidad, ha de irse a un lugar donde la compañía que tenga sea en calidad futbolística, pero sobre todo en hambre; hambre de ganar. Y segundo, necesita crecer como persona. Ha de aprender que en ocasiones es necesario dejar atrás lo que se quiere como imperativo para la realización personal. Es evidente que Fernando ama al Atlético de Madrid, pero no es justo que su entrega a una pasión le aparte del camino que tiene por delante. Mi hijo Diego tiene tres años, y a su edad es posible que los sentimientos sean todo, pero para un chico de veinticuatro las emociones no han de ser el lastre de todo un futuro. Hay que saber abandonar lo que se ama por amor a uno mismo. Fernando ya le ha dado muchas oportunidades al “Atleti”, y creo que nadie puede reprocharle que la de este año sea la última. Por eso, y con todo el dolor de mi corazón he de decirle, Señor Torres, que se vaya. Yo le seguiré donde esté, y un pedacito rojiblanco andará siempre allá donde juegue. Me quedaré triste pero estaré contento de verle triunfar. Váyase Sr. Torres. Y no se preocupe, que de Diego me encargo yo.
lunes, mayo 29, 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario