martes 30 de mayo de 2006
El éxtasis consumista
Javier del Valle
A SISTIMOS en los últimos días a continuos debates sobre distintos temas de interés general como las disputas políticas entre populares y socialistas, las iniciativas para aprobar estatutos con vocaciones independentistas (¿camino hacia el federalismo o hacia la desintegración de España?) o la posibilidad de eliminar el terrorismo de ETA definitivamente de nuestras vidas. Detrás de estas polémicas asoman otros asuntos que se apoderan de nuestra existencia y que cada día me preocupan más. Uno de ellos es la progresión constante de un modo de vida consumista, síntoma de la deshumanización de una sociedad en la que el término felicidad es sinónimo de consumo constante. No hace falta ser sociólogo para darse cuenta de las tendencias de consumo y ver cómo las predicciones que realizó el genial José Saramago en su libro “La Caverna” se cumplen día a día. Ocupamos gran parte de nuestro tiempo en la visita constante de los centros comerciales, productores de bienestar para muchos, para mí fuente de una claustrofobia mareante. Ellos son los centros de nuestras compras, en un carrito en el que se mezcla sin pudor ni estética la batería de cocina con el pan de molde y el último grito en electrónica con el fiambre manufacturado en envases que pesan casi tanto como el propio alimento y que crearán un nuevo problema ecológico. Hemos desdeñado al pequeño comerciante que atiende personalmente y casi siempre realizamos las adquisiciones en estos macrocentros que por un lado te ofrecen gangas para recuperar el dinero perdido en otros productos con el precio inflado sobre su valor real. El pasado verano pude escuchar el comentario de una persona de mi entorno que dedicaba las largas tardes estivales a recorrer los nuevos centros comerciales de la Comunidad de Madrid para entretener a sus hijos. ¡Qué grata actividad para los niños! . ¡Qué riqueza cultural conocer estos elementos arquitectónicos en lugar de la excelente oferta monumental y de museos que nos ofrece Madrid!. Se me ocurren miles de fórmulas más formativas para que nuestros pequeños ocupen su tiempo libre veraniego. Seguro que en breve se quejará cuando sus retoños le pidan productos de primeras marcas y tenga que hacer cuentas para no desequilibrar su inestable economía doméstica. Las carreteras se llenan de centros comerciales y de complejos con naves donde se pueden adquirir como si de papel higiénico se tratase el último televisor de pantalla gigante, los muebles con los que decorar un dormitorio o los últimos productos en bricolaje. Ya no se respetan ni los domingos y es que la gente ocupa el tiempo de su día de descanso en consumir en estos centros desaforadamente. Para facilitarnos la vida, los centros incorporan elementos de ocio que prolongan nuestra estancia en estas ciudades cubiertas. Como no, la mayoría de las ofertas son servicios basura tales como salas de cine con bodrios comerciales, restaurantes de comida rápida y tiendas de golosinas y palomitas a unos precios exagerados con los que engullir las producciones cinematográficas producidas por Hollywood. Menos mal que nos queda la libertad de elección y la posibilidad de alejarnos de estos templos de la compra. Sin embargo, la publicidad nos inunda por todos los lados. Los medios impresos no se conforman con la publicidad de sus páginas sino que nos asaltan con folletos adjuntos exclusivamente publicitarios. Las radios y las televisiones perviven gracias los anuncios y ya ni siquiera en emisoras de titularidad pública nos libramos de mensajes, en algunos casos encubiertos, y en otros casos degradando a profesionales de la información haciéndoles interpretar mensajes comerciales dentro de sus programas. Esta devoción por poseer obliga a muchas familias a lograr lujos que no puede permitirse por su precariedad económica. Por ello gran parte de los anuncios promulgan la venta a plazos, como si el dinero lloviera del cielo, y de un tiempo a esta parte colapsan los medios de comunicación las empresas financieras que prometen renegociar tus deudas para hacerte más llevadero el pago de los créditos y, por supuesto, mantener tu nivel de gasto. Ningún representante político que tenga aspiraciones reales de poder hace nada por evitar este camino que llena de frustraciones y crea un falso éxtasis basado en el consumo desorbitado y en el ansia por lograr el poder económico. Quizá nada se pueda hacer cuando la tendencia viene dictada por el poder del capital de las grandes multinacionales, pero es cierto que si somos conscientes de la invasión podremos defendernos individualmente y no caer constantemente en la trampa consumista.
lunes, mayo 29, 2006
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